de Jessica Sciarnè
Publicado en italiano en DinamoPress el 11/11/2022
Traducción inédita
Cuando nos conocimos Carla y yo nos encontrábamos sin duda en una fase histórica completamente distinta a la actual; fue hace más de diez años y nuestra generación, en aquel tiempo, atravesaba las plazas y calles de todo el país para reivindicar el derecho a una educación pública, laica e inclusiva. A lo largo de los años, hemos madurado la exigencia de crear un espacio transfeminista transveral que fuese capaz de romper el silencio que desde hace demasiado tiempo ocupa nuestros ámbitos de intervención. Posteriormente, junto a muchas y muchos más, nos hemos dedicado a la lucha contra la violencia de género con Non Una di Meno [Ni Una Menos]. El eje principal de la acción y la reflexión de rotura del estado presente de las cosas era y es la convicción de que no puede existir feminismo sin una perspectiva meridional.
Cuando leí el capítulo escrito por Carla en el segundo volumen de la trilogía meridional de Gli Autonomi [Los Autónomos], me vinieron a la cabeza muchísimas reflexiones. Lo primero de todo, la constatación, feliz y amarga al mismo tiempo, que por lo menos se había dedicado un pequeño espacio dentro de estos volúmenes al protagonismo de aquellas mujeres, a su radicalidad. Tuve la sensación de que muy poco a menudo se le reconoce el mérito a quienes, al mismo nivel que los hombres, han puesto su vida a disposición de las luchas. La narración a la que estamos acostumbradas muestra una contradicción a la que aún hoy día estamos sujetas. No reconocerla significaría, simplemente, ser cómplices, formar parte de ella e impedir una reflexión sobre cómo romper con ella. Estas líneas no pretenden ser un manifiesto de responsabilidad o un intento de categorización que serviría únicamente para aumentar la confusión y la complejidad de la turbulenta y horripilante «cuestión de género». «Cuestión», me pregunto continuamente mientras escribo y pienso. Quién sabe por qué la seguimos llamando así. Y, sin embargo, nuestras antepasadas dieron la vida para permitirnos estar hoy presentes en los distintos ámbitos de la sociedad. Y, sin embargo, somos hoy días privilegiadas respecto a muchas, muchísimas, demasiadas, subjetividades oprimidas, ya sean éstas mujeres o personas que no se reconocen en el binarismo de género.
Mujeres habitadas y casas habitadas. La lucha por la vivienda como cuestión de género
Hablando de cuestiones y volviendo al título que he dado a esta contribución —dentro y fuera del feminismo—, me parece interesante reflexionar sobre la complejidad de esta palabra en los circuitos de los movimientos sociales napolitanos. El texto de Carla esboza la histórica y larguísima experiencia napolitana de las ocupaciones habitacionales, una historia que ha tenido desde siempre un marcado protagonismo femenino, y que sigue teniéndolo hoy día. En estos pocos años de activismo, he tenido la suerte de atravesar el movimiento por el derecho a la vivienda Magnammece ‘o Pesone [Comámonos el Alquiler, en napolitano, refiriéndose a la reivindicación de dedicar los propios recursos económicos, en primer lugar, a las necesidades básicas, N. del T.], nacido en 2013 para luchar contra la emergencia habitacional en Nápoles. Es importante aclarar que en ningún momento pretendo hablar en nombre del movimiento, sino simplemente contar mi percepción y la de mis compañeras de luchas. Cito esta experiencia porque creo que es emblemática, y porque me permite explicar claramente qué quiero decir cuando hablo del “fuera” del feminismo.
La lucha por la vivienda, por sí misma, encarna la defensa de un espacio vital necesario para la supervivencia de todxs aquellxs que sienten esa exigencia, y representa la reapropiación, la toma física y directa, de una parte de bienestar social sustraído a la incompetencia administrativa municipal. Materialmente, cotidianamente, la gestión práctica —para nada ideológica— y la defensa de la vivienda ha tenido como protagonistas principales a las mujeres de las ocupaciones. Inconscientemente, a menudo sin referencias teóricas, quienes han protagonizado la defensa de las viviendas han sido mujeres cuyas historias merecerían un capítulo a parte en nuestras reflexiones.
En las luchas de vivienda, las mujeres han tenido el protagonismo que las ha —que nos ha— hecho conscientes de nuestra capacidad de actuación, de atravesar, decidir y conquistar. Y si decimos pues que la autodeterminación es subjetiva y que resulta necesario reapropiarse de la palabra «cuidados» en toda su potencia, es evidente que, luchando por la vivienda, no se cae nunca exactamente “fuera” del feminismo. No por nada, a mi modo de ver, la novela La mujer habitada de Gioconda Belli ha acompañado con sus palabras mi historia como ocupante y ha marcado el valor emotivo y emocional que ha tenido para mí ocupar una casa: vivir dentro de mí y ser habitada por las historias de otras mujeres me ha devuelto la importancia de estar fuera y dentro del feminismo. Aquello que une la lucha contra la violencia de género a las luchas de vivienda está estrechamente conectado, desde un punto de vista “interseccional”, con la geografía de los cuerpos: dónde se encuentran, en qué parte del mundo viven.
Si es verdad que es necesario tener una casa para poder moverse por el mundo, defenderla es sin duda una forma de empezar el viaje.
Contar otras historias, juntas. Lo contrario de la soledad
«Se maltrata el término “feminismo” al mismo tiempo que se elogia cada vez más “lo femenino”. Es como si definiéndose feminista, una mujer o cualquier persona estuviese yendo contra el estado natural de las cosas, contra aquello que el discurso dominante trata como verdad, una verdad que no es sino violencia de muerte simbólica y física contra las mujeres.»
Márcia Tiburi, 2020
En el libro Il contrario della solitudine. Manifesto per un femminismo in comune (Effequ, 2020) [O Feminismo em Comum, en el original, N. del T.], la autora brasileña Márcia Tiburi explica, utilizando un lenguaje sencillo e inclusivo, cómo el feminismo es un instrumento de ruptura contra el aislamiento que el capitalismo y el patriarcado, unidos estructuralmente, utilizan para dejar a un lado a las mujeres con y sin los instrumentos de la violencia física y psicológica.
Si el feminismo es, como nos enseñan las mujeres brasileñas en lucha —pero también las Autónomas de la Nápoles de los años 70 y las mujeres que, en todos los Sures del mundo, luchan y ocupan casas para reafirmar su derecho a existir—, el «contrario de la soledad», resulta sencillo entender por qué se le pone a esa herramienta —el feminismo— en la picota de la información mainstream, la cual nos quiere solas, inconscientes y sin instrumentos para entender el mundo.
Estar dentro es una forma de estar juntas, de romper la brutalidad de la soledad. Leer y reflexionar sobre el capítulo que Carla ha escrito ha sido para mí como un encuentro de historias y experiencias que pertenecen a nuestra generación, lejana y cercana a esa que ella cuenta. Ha llovido mucho sobre aquella Nápoles de los años 70, atravesada por la lucha armada y con experiencias devastadoras en ciernes, como la epidemia de cólera y el terremoto de 1980. Pero la esencia de las luchas de las que fueron protagonistas aquellas mujeres meridionales es siempre la misma: abatir el patriarcado, actuando en el presente recordando la historia de las mujeres que nos han dado la posibilidad de estar un paso adelante en la conquista de la justicia de género.
Se suele decir que la historia la narran los hombres, igual que son ellos los que escriben las leyes, incluso aquellas que atañen a la vida y a las elecciones de las mujeres y de las subjetividades no binarias. Por eso, leer hoy sobre el ayer en las palabras de una mujer que pertenece a un contexto histórico “nuevo” se convierte en un impulso de autoconciencia para reafirmar la necesidad de seguir caminando en esa dirección. La lucha obrera de las mujeres de los años 70 nos ha enseñado la necesidad de ser determinadas y determinantes, a costa de romper relaciones personales y equilibrios de poder. No podemos darle la espalda a ese legado. Si el presente se construye a partir de la historia —porque todavía no hemos entendido cuándo empieza el futuro— tenemos la obligación de tomar parte, de transformar cotidianamente la condición de subalternidad de las subjetividades oprimidas, de nosotres mismes.
Si «contrario de la soledad» es lo que nos representa, será la lucha el lugar en el que nos encontraremos.