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Ciencia Crisis del covid-19

Carta abierta de Andrea Crisanti sobre las vacunas contra el SARS-CoV-2 en desarrollo

de Andrea Crisanti

Carta abierta de Andrea Crisanti, catedrático de Microbiología de la Universidad de Padua, tras varios días de polémica por unas declaraciones suyas en las que expresaba dudas sobre la comercialización inminente de las vacunas contra el SARS-Cov-2 actualmente en fase de desarrollo.

de Andrea Crisanti
Publicada en italiano en el Corriere della Sera
Traducción inédita

Reproducimos a continuación la traducción de la carta integral escrita por Andrea Crisanti, Catedrático de Microbiología y Director del Departamento de Medicina Molecular de la Universidad de Padua, al periódico Corriere della Sera, tras varios días de polémica por unas declaraciones suyas en las que expresaba dudas sobre la comercialización inminente de las vacunas contra el SARS-Cov-2 actualmente en fase de desarrollo.

Querido Director:
En una reciente entrevista a Focus Life [revista italiana de divulgación científica, N. del T.], en respuesta a la pregunta de si me habría vacunado en enero, afirmé que no lo habría hecho hasta que los datos sobre la eficacia y seguridad [de la vacuna] no se hubieran puesto a disposición tanto de la comunidad científica como de las autoridades que regulan su distribución.

He formulado un concepto de sentido común que no expresaba ningún tipo de juicio negativo sobre las bondades de la vacuna ni mucho menos ponía en discusión la validez de la vacunación como medio más eficaz para prevenir la difusión de las enfermedades contagiosas. Mi historia personal y científica son testigos de ello.

Mis declaraciones, que creo han interpretado el sentimiento de muchas personas que aprecian y valoran el método científico, se derivan de la modalidad con las que las empresas productoras han comunicado los resultados alcanzados, sin acompañarlos de las informaciones complementarias adecuadas, al menos por lo que respecta a la Fase III [aquella cuyo objetivo es averiguar la eficacia del nuevo fármaco, N. del T.].

La transparencia mide el respeto que tenemos hacia los demás y genera un bien preciado, la confianza. En estos días, las empresas productoras, en lugar de compartir los datos con la comunidad científica, han preferido una comunicación basada en grandes anuncios no fundados en evidencias.

Todos hemos puesto grandes expectativas en estas vacunas; si las empresas en cuestión poseen informaciones que justifican anuncios que pueden parecer dirigidos sobre todo a los mercados financieros, aquellas han de hacerse públicas, teniendo en cuenta que la investigación ha sido ampliamente financiada con dinero de los contribuyentes.

La noticia de que directivos de dos empresas productoras han ejercido su derecho —estoy seguro que legítimo— de vender sus acciones para aprovecharse de las ventajas asociadas al aumento de precios no ha contribuido a generar un sentimiento de confianza.

A pocas horas de mi entrevista, se desencadenó un infierno mediático sin precedentes: ilustres colegas en coro han competido por censurar mis palabras, que han sido calificadas de irresponsables. En opinión de algunos, ¡he llegado al punto de poner en peligro la seguridad nacional!

Los guardianes de la ortodoxia científica no admiten titubeos o indecisiones, reclaman un acto de fe a quienes no tienen acceso a informaciones privilegiadas. «La vacuna funcionará», braman indignados. Yo soy el primero que espera que así sea, pero me permito aun así objetar que la vacuna no es un objeto sagrado. Dejemos la fe a la religión y la duda y el debate a la ciencia, ya que éstos son sus principales estímulos y su garantía.

Entre los indignados se incluyen algunos que durante el verano nos contaron que las evidencias clínicas llevaban a pensar que la crisis sanitaria había sido superada y que el virus era menos contagioso y, por desgracia, animaron quizás inconscientemente a tener comportamientos que contribuyeron significativamente a la transmisión del virus en aquellos meses. Otros son miembros del comité técnico-científico al que Italia se encomendó para prevenir una posible segunda ola, tutelar las actividades comerciales, favorecer la reactivación de la producción y garantizar las actividades didácticas.

Dejo a los italianos y a los historiadores el juicio sobre su gestión. Desde hace ya semanas se registran más de 35.000 casos de infección y alrededor de 700 muertos al día.

Desde el mes de julio, el virus ha matado a aproximadamente 15.000 personas y ha infectado a 1.140.000. Me gustaría escribirlo «en voz alta», porque por esa masacre silenciosa no se indigna nadie. Quienes contarán la historia de esta epidemia en el futuro, no encontrarán ningún eco de mis palabras de hace unos días, pero las estadísticas seguirán denunciando despiadadamente esos números y pondrán al descubierto los errores cometidos.

Mis declaraciones sobre la vacuna hechas con total franqueza han tocado una fibra expuesta. Sin herramientas para controlar la epidemia —excepto severas medidas restrictivas—, sin una línea de defensa contra una posible tercera ola, las opciones disponibles se reducen dramáticamente.

Llegados a este punto, todas las esperanzas se depositan sobre la vacuna, como la lluvia para un pueblo sediento en el desierto. Esto no justifica la demonización de quienes puedan tener dudas, de quienes pidan explicaciones y transparencia. Seguir ese camino es la mejor forma de alimentar sospechas y dar argumentos a quienes se oponen al uso de las vacunas.

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