de Franco Berardi Bifo
Publicado en italiano en ildisertore el 34/05/2024
Traducción inédita

Dinámica profunda de la ola nazi-libertaria
La cumbre de la ultraderecha blanca occidental que tuvo lugar en Madrid el pasado 29 de mayo fue el momento culminante de un proceso que escapa a las categorías de la política moderna.

Este se sigue interpretando con las categorías de las que disponemos: democracia, liberalismo, socialismo, fascismo, etc.

Creo que esas categorías interpretativas políticas no captan lo esencial de este proceso, que no tiene casi nada nuevo en el plano enunciativo, programático, pero que es radicalmente nuevo en los planos antropológico y psicocognitivo.

Las enunciaciones de los líderes de la derecha mundial no explican la fuerza disruptiva de un movimiento que nadie parece capaz de parar — con pocas excepciones como Colombia, Brasil o la España socialista, bastiones de resistencia humana. Las dinámicas tradicionales de la democracia parlamentaria y la lucha social parecen haber trascendido, como si un ciclón de potencia inaudita hubiese arrollado las defensas que la sociedad construyó tras la Segunda Guerra Mundial.

En la cumbre de Madrid se reunían formaciones asociadas al supremacismo blanco occidental, y no así movimientos que gobiernan países como la India de Modi, ejemplo de supremacismo no blanco, y la Rusia de Putin, ejemplo de supremacismo no occidental.

En la segunda mitad de 2024, es posible que las derechas supremacistas conquisten la presidencia americana y modifiquen las mayorías del Parlamento Europeo, aliándose con el centro. Pero incluso si la derecha no prevaleciera en Europa y los Demócratas ganaran las elecciones en Estados Unidos, la cosa no cambiaría demasiado, porque en cuestiones fundamentales —ante todo el rearme, la guerra y la cuestión climática— ya no existen diferencias entre extrema derecha y gobiernos de centro. Más aún, en la situación que se está delineando, la victoria del lepenismo en las elecciones de junio y la victoria de Trump en noviembre tendrían el efecto de agrietar la unanimidad occidental en la guerra contra Rusia.

Pero el objeto de mi reflexión no son los resultados de las elecciones de 2024.

Lo que me interesa entender es la dinámica antropológica, y no meramente política, que ha transformado las sociedades de Occidente y de gran parte del planeta, tras haber arrollado con el movimiento organizado del trabajo y desactivado, una tras otra, todas las instituciones internacionales de la época liberal demócrata, empezando por la ONU.

¿Puede reducirse lo que está ocurriendo a una vuelta del fascismo histórico? Me atrevería a decir decididamente que no: el nacionalismo fascista sigue constituyendo la referencia principal del lenguaje y la mentalidad de la clase política que cabalga la ola reaccionaria, porque se trata de gente de escasísimo nivel intelectual sin capacidad para encontrar conceptos y palabras a la altura de la fuerza que la transformación antropológica les ha puesto a disposición.

Considero que no existe una conciencia de la derecha a la altura de la potencia de la derecha.

La brutalidad, por otro lado, es generalmente poco consciente de sí misma.

Lo que está emergiendo es un fenómeno de gigantescas dimensiones, que no puede explicarse con las categorías de la política porque hunde sus raíces en la mutación tecnoantropológica que la humanidad ha sufrido en las cuatro últimas décadas, y porque constituye la desembocadura del hiperliberalismo que ha hecho de la competición (esto es, de la guerra social) el principio universal de las relaciones interhumanas.

Las explicaciones políticas de la ola brutalista libertaria captan únicamente aspectos marginales del fenómeno: los liberal demócratas afirman que el orden político está trastornado por efecto del soberanismo autoritario. Los marxistas, o al menos muchos de ellos, interpretan lo que está ocurriendo como una vuelta del fascismo histórico, tras los muchos errores del movimiento obrero organizado.

Pero ni los unos ni los otros explican lo más importante: la calidad antropológica y psíquica en la que se basa la adhesión de las masas a los movimientos ultrareaccionarios.

Lo que se trata de entender no es el sentido de las enunciaciones de Trump, Milei, Netanyahu o Norendra Mori, sino las razones por las que una mayoría creciente de la población planetaria abraza con entusiasmo la furia destructiva de estos caudillos.

A diferencia del nazifascismo histórico, que practicaba una economía estatalista, la ola supremacista aúna los lugares comunes del racismo y el conservadurismo cultural y una acentuación histérica del liberalismo económico: libertad de ser brutales.

¿Basta esta novedad para explicar el arrollador éxito de ese cieno intelectual que por todas partes suscita el entusiasmo de las masas?

¿Hemos de pensar que las masas siguen a Trump a pesar de sus evidentes mentiras, a pesar de su machismo de poca monta? ¿Y que las masas israelíes apoyan a un gobierno fascista a pesar del exterminio de niños palestinos, y que la mayoría de argentinos votan a Milei a pesar de la motosierra con la que se dispone a destruir el Estado social y poner punto final al hambre de millones de trabajadores?

¿O quizás hay que darle la vuelta al razonamiento? Lanzo aquí la hipótesis de que nos encontramos frente a una auténtica inversión del juicio ético: que los americanos votan a Trump precisamente porque es un violador y un mentiroso, que los israelíes apoyan a Netanyahu precisamente porque practica el genocidio, compensando así la necesidad profunda e inconfesable de resarcimiento de los descendientes de un genocidio pasado. Y que los jóvenes argentinos siguen a Milei porque creen que, por fin, los mejores podrán brillar y los demás morirán de hambre tal y como merecen.

La novedad a entender es la calidad psíquica, cognitiva y antropológica del Anthropos 2.0.

La inversión cínica del juicio, el entusiasmo por la violencia racista, implican una perversión de la percepción y la elaboración psíquica, aún antes que moral: gore capitalism, como Sayak Valencia define la realidad mexicana.

Nike en el puerto de Samotracia: la victoria oscura

Brutalismo social
Haciendo de la competición el principio universal de la relación interhumana, el neoliberalismo ha ridiculizado la empatía por el sufrimiento del otro, ha erosionado los cimientos de la solidaridad y, de esa forma, ha destruido la cultura social.

Cuando Mieli afirma que la justicia social es una aberración, no hace sino legitimar el derecho del más fuerte, y estimular la ilusión de masas de jóvenes individuos (principalmente varones) convencidos de estar dotados de la fuerza necesaria para vencer a todos los demás. Esa convicción no se desmonta fácilmente, porque cuando el día de mañana esos individuos sean, como lo son ya, miserables solitarios empobrecidos, no harán más que acusar de su derrota a los inmigrantes, o a los comunistas, o a Satanás, en función de su psicosis preferida.

Mientras se condena la justicia social como una aberrante intrusión del socialismo estatal en la libertad de los individuos, se naturaliza la ferocidad competitiva: en la lucha por la vida, quienes no están a la altura de la ferocidad, merece perecer. La empatía no es compatible con la economía de la supervivencia, más aún, resulta autolesiva. Como dice Thomas Wade en la novel de Liu Cixin (Dark Forest): «Si perdemos nuestra humanidad, perdemos algo; si perdemos nuestra bestialidad, lo perdemos todo».

El brutalismo se convierte en base de la vida social.

Inconsciente conectivo y fin de la mente crítica
McLuhan escribía en 1964 que cuando la comunicación interhumana pasa de la dimensión lenta de la técnica alfabética a la dimensión rápida de la técnica electrónica, el pensamiento se vuelve inadecuado para la crítica y se restaura el pensamiento mitológico. La mutación tecnocomunicativa se está revelando aún más arrolladora que las mismas previsiones de McLuhan.

Según el consejero delegado de Netflix, Reed Hastings, el principal competidor de las empresas de la información es el sueño. Sumando las horas de actividad en multitasking de una persona de nuestro tiempo, la jornada es de 31 horas, de las que solo seis horas y media se dedican al sueño.

En 24/7 Capitalism and the end of sleep, Jonathan Crary escribe que el tiempo medio dedicado al sueño ha pasado, en un siglo, de ocho horas y media a seis horas y media. ¿Qué efectos puede tener la disminución del sueño en la autonomía mental de cada individuo?

Durante trece horas, la mente está expuesta a estímulos provenientes de la infosfera. Un lector de libros podía exponer su mente a la recepción de signos alfabéticos durante muchas horas, pero la intensidad y la velocidad de los impulsos electrónicos es incomparablemente superior. ¿Cuáles son las consecuencias de esa transformación tecnocomunicativa?

En síntesis: la mente sometida al bombardeo ininterrumpido de impulsos electrónicos, dejando de lado su contenido, funciona de manera completamente distinta de cómo funcionaba la mente alfabética, que disponía de la capacidad de discriminar verdadero o falso en las informaciones, y que poseía la capacidad de construir un proceso individual de elaboración. Esa capacidad depende del tiempo de elaboración emotiva y racional, que en el caso de un chaval que vive trece horas al día en la infosfera electrónica se reduce a cero.

La distinción entre verdad y falsedad de los enunciados no solo se dificulta, sino que resulta además irrelevante, como cuando nos encontramos en un ambiente de gaming. En un ambiente de ese tipo no tiene sentido aprobar o desaprobar la violencia de los hombrecitos verdes que invaden el planeta rojo. Hacerlo serviría únicamente para perder la partida.

La configuración conectiva de la mente contemporánea es cada vez más indiferente a la distinción entre verdadero y falso, entre bueno y malo. La elección entre un estímulo y otro no depende de un juicio crítico, sino del grado de excitación, o estimulación dopaminérgica. Por poner un ejemplo personal: la noche del 9 de noviembre de 2016, cuando se esperaban los resultados de las elecciones americanas en las que Hillary Clinton se enfrentaba a Donald Trump, recuerdo que me desperté a las cuatro de la mañana para encender mi ordenador y ver cómo había concluido la contienda. No es que le tuviera ninguna simpatía a Hillary, pero consideraba moralmente repugnante la idea de que ese energúmeno pudiese convertirse en presidente. Sin embargo, me di cuenta de que algo en mí deseaba que ocurriera el evento más fuerte, más imprevisto, más escandaloso, es decir, el más dopamina-estimulante. Mi sistema nervioso fue contentado: el horror había prevalecido, y el espectador que hay en mí quedó satisfecho, porque todo espectador desea siempre que la pantalla le envíe el estímulo más fuerte. Creo que la mente conectiva ha evolucionado hacia una dirección incompatible con el juicio moral y la discriminación crítica.

Istubalz

Tecnología móvil y gran migración
Generalmente, el marxismo ha infravalorado la cuestión demográfica, desde que Marx criticara las tesis malthusianas a mediados del siglo XIX. Marx tenía razón contra Malthus, quien preveía que el aumento de la población provocaría graves trastornos, sin considerar la evolución técnica de la productividad. Pero los marxistas no han tenido la misma razón en su no consideración de las consecuencias de la aceleración extraordinaria hecha posible por la medicina y el progreso social. El salto de dos mil millones y medio de personas en 1950 a ocho mil millones setenta años después ha implicado una intensificación sin precedentes de la explotación de los recursos de la tierra, y ha conducido —creo que inevitablemente— a la devastación del medio ambiente planetario. El capitalismo liberal tiene sus culpas, pero creo que ningún sistema productivo habría podido satisfacer las exigencias provocadas por la explosión demográfica sin provocar efectos catastróficos sobre la ecología planetaria y sobre la percepción psíquica del otro: en condiciones de sobrepoblación, el inconsciente colectivo, en la modalidad contemporánea de inconsciente conectivo, ya no es capaz de percibir al otro como amigo, porque en realidad cualquier otro individuo es una amenaza a la supervivencia.

A propósito de esto, en los años 60 el etólogo John Bumpass Calhoun habló de «hundimiento conductual» (behavioural sink).

La devastación ecológica hace inhabitables áreas del planeta cada vez más vastas, igual que hace imposible los cultivos en regiones al completo. Resulta comprensible que las poblaciones del sur global (expresión que significa: las zonas que han sufrido los efectos de la colonización y sufren especialmente los efectos del cambio climático) quieren desplazarse hacia el norte global (que significa la región que ha disfrutado las ventajas de la explotación colonial y que ha sufrido menos, por el momento, las consecuencias del cambio climático).

Es también comprensible (aunque inmoral, pero en esta coyuntura el juicio moral vale como un dos en la brisca) que los habitantes del norte global estén aterrados por la idea de que masas cada vez más vastas se desplacen de sur a norte. Esto explica por qué la gran migración empuja y empujará cada vez más a las poblaciones del norte hacia posiciones abiertamente racistas. Esto explica por qué el genocidio es ya —y se convertirá seguramente cada vez más en— una técnica de control de los movimientos de las poblaciones. He ahí por qué los europeos hacen todo lo posible para que miles de personas mueran ahogadas en el mar, o para que desaparezcan en los desiertos de África del norte.

En la novela Gun Island, Amitav Gosh narra el ciclo comunicación móvil-migración.

«Ya no estamos en el siglo XX. Para acceder a la red no necesitas un megaordenador. Te basta un teléfono, y ahora lo tiene todo el mundo. Y no importa si eres analfabeto. Puedes encontrar lo que quieras solo hablando, tu asistente virtual se ocupará de todo lo demás. Te sorprendería cómo de rápido y de bien aprende la gente. Así empieza el viaje, no comprando un billete y sacándose el pasaporte. Empieza con un teléfono y con la tecnología de reconocimiento de voz.

¿Dónde te crees que aprenden que les hace falta una vida mejor? ¿Dónde coño te crees que se hacen una idea de qué es una vida mejor? En sus teléfonos, naturalmente. Es ahí que ven imágenes de otros países; es ahí que ven anuncios en los que todo parece fabuloso; ven cosas en las redes sociales, posts de los vecinos de casa que ya han emprendido el viaje… ¿Y después, qué te crees que hacen? ¿Volver a plantar arroz? ¿Has intentado alguna vez plantar arroz? Todo el día doblado hasta el suelo, bajo el sol, con serpientes e insectos que bullen a tu alrededor. ¿Te crees que alguien quiere volver a esos campos después de ver las fotos de sus amigos que beben caffellatte con caramelo cómodos en un bar de Berlín? Y el mismo teléfono que les enseña esas imágenes les puede poner también en contacto con los intermediarios… Ponle que alguien pide asilo en Suecia. Necesitará una historia fiable. No el típico dramón. Una historia de esas que les gusta oír. Ponle que el tío se está muriendo de hambre porque sus campos se han inundado, o ponle que su pueblo al completo se ha envenenado por el arsénico presente en el terreno; o ponle que al tío le da una paliza su jefe porque no consigue pagar sus deudas. Nada de todo eso les interesa a los suecos. A ellos lo que les gusta es la política, la religión y el sexo. Tienes que tener una historia de persecución, si quieres que te escuchen. Es así que ayudo a mis clientes, soy proveedor de ese tipo de cosas.»
(Gun Island, Amitav Gosh, 2019 – traducción propia)

La gran migración desde el sur y el este hacia el norte y el oeste globales es el proceso que más que ningún otro contribuye a la oleada ultrareaccionaria, al mismo tiempo que la contraposición entre norte imperalista y sur colonizado se delinea cada vez más nítidamente. Basta mirar el mapa de los países que condenan el colonialismo israelí y los países que lo respaldan para entender la geografía del enfrentamiento histórico que se está delineando. Pero no hay que creer que la brutalidad pertenezca únicamente al mundo blanco occidental: la Rusia de Putin no es occidental, y la India de Modi no es blanca, pero tanto la una como la otra comparten las características esenciales del brutalismo y la indiferencia al genocidio.

La posibilidad de una revolución anticolonialista tenía perspectivas progresivas dentro del marco del internacionalismo obrero, pero este parece haber desaparecido del horizonte de la historia. Y el fin del internacionalismo ha abierto las puertas del apocalipsis que ahora estamos viviendo.

Campana demográfica y conclusiones provisionales

Tenemos que considerar el hecho de que la expansión demográfica, que fluye hacia el norte global, está destinada a seguir en todo el mundo hasta que la población alcance, según se prevé, los diez mil millones de habitantes.

Es cierto que algunos demógrafos prevén que, llegados a ese punto, a mediados de siglo, la población terrestre empezará a descender con una velocidad parecida a la velocidad con que creció durante el pasado siglo.

Según Dean Spears, se puede dibujar una campana que asciende vertiginosamente por la izquierda, de dos a diez mil millones, para alcanzar un pico hacia el 2040, y descender después con la misma pendiente. A ese desplome de la natalidad contribuyen al menos tres factores que no pretendo analizar aquí: el desplome de la fertilidad masculina, la reticencia femenina a generar víctimas del holocausto climático y bélico, y la progresiva desaparición de la sexualidad por efecto de la hipersemiotización del deseo.

Pero es totalmente previsible que la brutalidad política y moral que se está consolidando por todas partes, unida al creciente poder de las armas de destrucción masiva y a la racionalidad amoral de la Inteligencia Artificial aplicada a los armamentos, provoquen el colapso final de la civilización humana antes de que la campana entre en su fase descendente.

¿Podemos esperarnos un reflujo de la tendencia que he analizado hasta ahora?

Para responder, tenemos que considerar que el auge del brutalismo libertario ha recogido y recoge una energía que parece nacer de la dinámica profunda de la evolución tecnológica, psíquica y cognitiva del género humano. Una energía de ese tipo no puede pararse con una acción voluntaria cuyos sujetos políticos, sociales y culturales, por otro lado, son cada vez menos visibles.

Temo así que esta oleada se podrá parar solo cuando su energía haya producido todos los efectos de los que es capaz, igual que el Tercer Reich se paró solo cuando hubo destruido todo lo que podía destruir, Alemania inclusive.

Pero la fuerza destructiva de la que dispone el Tercer Reich global de nuestro tiempo es suficiente para borrar del planeta toda huella de vida humana.

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