de Franco Berardi Bifo
Publicado en italiano en Machina-DeriveApprodi el 18/05/2024
Traducción inédita

La de los años noventa es una memoria esquizofrénica. Empieza así la intervención de Franco Berardi Bifo dedicada a esa década, preparada para el Festival 7 de DeriveApprodi «Los años noventa: cuando el futuro se acabó», que ha tenido lugar en Bolonia este fin de semana. El artículo se desarrolla a caballo entre la gran utopía de la red y la barbarie identitaria, entre el imaginario de la cibercultura y el nuevo ciclo de guerras, entre el final del imperio del mal y el inicio del imperio del peor. Es el inicio del periodo oscuro: ¿cómo atraversarlo sin plegarse a los chantajes de la necesidad, el miedo, la culpa y la identidad?


Me pidieron que escribiera algo sobre los años noventa. Una empresa difícil, porque mi memoria de los años noventa es esquizofrénica. Es la década de la gran utopía de internet, pero también la década en la que inicia la barbarie identitaria, que desde entonces no ha dejado de crecer, hasta convertirse, hoy en día, en un monstruo que nadie puede parar o derrotar, y que acabará derrotándose a sí mismo, pero no sin llevarse consigo, al infierno, casi todo el resto de la civilización humana.

A principios de los años noventa, mientras el desplome del socialimo abría un ciclo de guerras (la Guerra del Golfo en 1990-91, y las guerras yugoslavas y caucásicas), la utopía de las ciberculturas se transformaba rápidamente en un proceso de construcción de la red. En 1992, Alex Sarti me enseñó a usar un navegador, por primera vez el concepto de red se hacía realidad en la pantalla de un ordenador. Dos años después, junto a Oscar Marchisio y Elda Cremonini, organicé en Bolonia un congreso internacional titulado «Cibernautas». El dinero y la logística para la organización de la conferencia los puso el Consorcio Universidad Ciudad, del que Marchisio era director en aquellos años. Luca Sossella se ocupó de la comunicación y la gráfica, y Alberto Castelvecchi publicó las actas del congreso.

Era el primer congreso público en hablar de Internet y, no obstante, aún sonrío cuando recuerdo cómo, para contactar con las personas que queríamos invitar —Pierre Levy, Alberto Abruzzese, Derrick De Kerkhove, Kim Veltman y otros que no recuerdo—, usamos una antigua técnica: escribimos cartas con una vieja Remington, las metimos en sobres blancos, escribimos la dirección, les pegamos sellos y llevamos el paquete de cartas a la oficina central de Correos, que se encuentra en Piazza Minghetti.

Solo a finales de ese año, en noviembre de 1994, obtuve mi primera dirección de email. El año anterior había salido Mutazione e cyberpunk. Lo publicó Costa e Nolan, una editorial de Génova que hacía libros elegantísimos. Aquel libro es la síntesis de mis descubrimientos literarios y filosóficos de la década anterior, pero también una introducción personal y política a la nueva era que se estaba delineando desde que la palabra «Internet» había empezado a circular.

Infosfera, psicosfera psicoquímica, ciberespacio y cibertiempo, Tecnomaya, cosmovisión barroca: capturaba todas estas palabras en el aire que respiraba e intentaba traducirlas en instrumentos de análisis.

Cartografiábamos parajes futuros, dibujábamos mapas del tiempo en el horizonte.

En 1989, tras la terrorífica represión china de junio, me marché un tiempo a California, a ver a un amigo que vivía en Berkeley. Allí se hablaba mucho de ciberpunk y realidad virtual. Una especie de nueva ola subcultural inocente y desencantada a un tiempo, psicodélica y telemática.

Leí Mirrorshades. Una antología ciberpunk. Hacia finales del verano pasé unos días en Berlín, donde el muro todavía no había caído. Tenía la sensación de que Tien An Men anunciaba un cataclismo inminente. En China, el régimen se había recompactado porque Deng Hsiao Ping disponía en ese momento de una estructura nacionalcomunista (en el sentido de una dictadura militar nacionalista dirigida por una burocracia de partido) que en Rusia y el resto de países del Este no se había empezado a construir hasta ahora. El imaginario ciberpunk se me mezcló en el cerebro con la caída política del socialismo realizado.

Tenía la sensación de que el proceso histórico había llevado a cabo un doble giro. Por un lado, el movimiento contra el trabajo industrial había determinado en Occidente las condiciones para una salida progresiva de la ferrosa época de la industria y el trabajo material. Por otro lado, el socialismo realizado había creado las condiciones de la industrialización gracias a un exceso autoritario, acabando por inmovilizar, más tarde, la dinámica social que en Occidente, en cambio, se había desarrollado plenamente.

La revuelta de los estudiantes chinos estaba motivada por la consigna de la democracia, pero los valores de la democracia política no parecían poder disociarse de la participación en el ciclo planetario de la mercancía y la información, ni tampoco de la participación en el sistema planetario del que Occidente es el núcleo propulsor. La potencia del mundo occidental está en su imaginario, y la fuerza de seducción de este es incontenible.

El proceso de modernización, el inicio de apertura de China hacia Occidente, abrió a los jóvenes de aquel país una rendija a un mundo de experiencias del que no quieren quedar excluidos. La batalla de Pekín fue el enfrentamiento entre el Estado autoritario y el sistema planetario de la comunicación.

Todo lo que ocurrió en los meses posteriores, en mi opinión, confirmó esa tendencia. China y California, nacionalcomunismo y ciberpunk eran escenarios divergentes y, no obstante, interconectados. ¿Cómo?

El totalitarismo político se descompone, y empieza a delinearse el dominio sobre el sistema nervioso y cognitivo de la humanidad: se derrumba el imperio del Mal, se inerva el imperio del peor. Luego llegó el otoño del 89 y la ilusión de una época de paz. La ilusión duró poquísimo. Guerra del Golfo, guerra civil euroasiática en el mundo postcomunista. Presión migratoria desde África y el Este hacia Europa occidental; renacimiento del sentimiento localista, con vetas racistas y nazis en la Europa profunda, Italia, Francia y, aterradoramente, también en Alemania.

El diseño de un nuevo orden planetario parece alejarse hacia el horizonte.

Y así, para que el infernal paraíso de las tecnologías reticulares pueda envolver el planeta, resulta necesario superar un pasaje oscuro de nacionalismos agresivos y arcaísmos armados con armas ultramodernas.

Ambos escenarios han de ser imaginados tanto juntos como separados, porque son conceptualmente distintos, pero en la historia acaban enredados. Antes de que se pueda constituir un nuevo orden homologado, será necesario atravesar un periodo oscuro de identidades desesperadas enganchadas a raíces sangrientas, a mitologías dementes. Es necesario elaborar una ética adecuada a ese pasaje. Es necesario elaborar políticas de la mutación.

En aquellos años se publicó un informe sobre el futuro próximo del planeta (2100 Récit du prochain siècle), coordinado por Thierry Gaudin, presidente del Grupo de Investigaciones e Intercambios Tecnológicos de París. El escenario delineado por Gaudin es impresionante. La explosión de los integralismos y la perspectiva renaciente de la guerra. Sobrecarga de información y repliegue tribal.

La sobredosis de información está destinada a tener graves consecuencias. El ser humano reacciona como un animal encerrado en un zoo. Alejados de su ambiente natural, los animales prisioneros están sometidos a estímulos que los agreden psíquicamente. Algunos reaccionan desarrollando bulimia y obesidad. El ser humano moderno, estresado por la vida urbana, hace lo mismo. Otros animales son dispersos. Se ponen a dormir postrados. El ser humano, gracias a sus dotes cerebrales, puede evadirse espiritualmente. Responde a la sobreinformación con el zapping. Pone en práctica una presencia-ausencia, el arte de ser siendo en otro lugar. La sociedad sobreinformada pasa de hacer a fingir-que-hace. Directivos desorientados por el exceso de datos que fingen dirigir, investigadores que fingen investigar, profesores perdidos en bancos de datos que fingen enseñar, religiosos que fingen rezar y economistas que fingen entender.

Según el informe de Gaudin, entre 1990 y 2020 el ser humano será incompetente respecto a las técnicas que él mismo ha inventado. Incapaz de seleccionar las informaciones, incapaz de decidir, de apostar siguiendo decisiones racionales.

La nebulosa cultural que definimos New Age desplaza la atención del campo de la política al campo de las tecnologías y al campo del medio ambiente. El informe de Thierry Gaudin anuncia la inexorable disolución del Estado nación. La forma moderna de la política, la organización estatal centralizada y también las formas de democracia participativa están destinadas a convertirse en cáscaras vacías. Therry Gaudin afirma que los Estados nacionales decaen en favor de estructuras de servicio internacional: servicio militar, servicio médico, servicio alimentario, etc.

En 2100 —escribe Gaudin en el Informe del Grupo de Investigación e Intercambios Tecnológicos— habrá doce mil millones de individuos, aproximadamente el mismo número de neuronas de un cerebro humano. Se construirán miles de millones de conexiones a través de todo el planeta sobre la red telemática de los teléfonos, los visiófonos y las pantallas múltiples, como redes de neuronas que empujan sus dendritas, el universo y a los demás durante el tiempo en que el cerebro se conforma. Para ese planeta neuromimético, se tratará del inicio de un formidable proceso de aprendizaje. Se aprende a hacer haciendo, y la circulación de información tomará forma por ensayo y error, estableciéndose progresivamente como modo conclusivo de lo real.

El problema de la previsión y la decisión política cambia completamente de naturaleza. Si describimos la humanidad planetaria en términos neurotelemáticos, parecen delinearse posibilidades imprevisibles de conexión. ¿Según qué líneas podrá constituirse una función de gobierno del conjunto?

En una población de neuronas, ninguna manda sobre las demás y, no obstante, el cerebro funciona igualmente. El principio jerárquico funciona en un sistema mecánico, secuencial y decidible. En un sistema en que el intercambio de información ya no se desarrolle secuencialmente, en que todos los flujos informativos sean reproducibles, solapables y aleatorios, considero que toda posibilidad de gobierno tiende a disolverse.

En el espíritu New Age conviven dos imaginaciones relativas al mundo futuro, dos perspectivas. La primera perspectiva está veteada de catastrofismo ecologista: conciencia de la difusión de procesos degenerativos en los que están implicadas las ecosferas natural y mental. La segunda perspectiva está veteada de un optimismo paradigmático, la convicción de que se están creando las condiciones mentales y sociales para una navegación feliz a través de las olas del océano neurotelemático. Esas dos imaginaciones pivotan en torno a la noción de nuevo paradigma.

Pero, inesperadamente, a principios de la década de los noventa, el pasado histórico —residuo social y cultural, inmenso acúmulo de deshechos ideológicos, imaginarios y económicos que la historia moderna ha arrastrado consigo— nos presenta la factura.

Estamos a principios del periodo oscuro.

¿Cómo atravesarlo sin apagarnos, sin plegarnos a los chantajes de la necesidad, el miedo, la culpa y la identidad? ¿Cómo permanecer nómadas en un mundo de serbios y croatas?

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