de Redacción Infoaut
Publicado en italiano en Infoaut el 25/07/2023
Traducción inédita

Resulta inútil negarlo, los movimientos climáticos de nueva generación atraviesan un largo impasse debido a diversos factores. Algunos son de naturaleza objetiva: la centralidad que asume la guerra a nivel sistémico ha provocado un retroceso ante cualquier posibilidad de «reformismo climático», acompañado de la clásica dinámica progresista entre movimientos e instituciones.

Hoy en día, allí donde la «transición ecológica» forma aún parte de la agenda, con formas radicalmente revisitadas, esta ocupa un rol de seguridad estratégica, más que de real transformación de las fuentes de abastecimiento. El ejemplo mas descarado donde esto tiene lugar son las energías renovables: bajo la lógica de la valorización capitalista de una economía de guerra, estas se convierten en un instrumento de extractivismo y devastación del territorio. Tanto es así que incluso la derecha está progresivamente abandonando el paradigma negacionista por la mucho más rentable y menos engorrosa idea de la adaptación climática. En un cuadro geopolítico marcado por fuertes tensiones, también las energías renovables se transforman en un instrumento subsidiario, junto con los combustibles fósiles, permitiendo aumentar la cantidad de energía disponible para seguir produciendo en el marco de la competencia global. No hablamos por tanto de ningún tipo de sustitución, sino más bien de una complementariedad que muestra una vez más la ilimitada naturaleza depredadora del capitalismo.

Mientras tanto, nos enfrentamos a fenómenos climáticos extremos de dimensiones cada vez mayores, tanto en términos de extensión como de capacidad destructiva. En este momento, en Italia nos enfrentamos, al mismo tiempo, a dos situaciones de «emergencia». Por un lado, las temperaturas récord y los incendios que estas provocan están afectando a las regiones de Calabria y Sicilia en el sur, mientras que en el norte, tormentas, aguaceros y tornados están devastando la Llanura Padana.

Las consecuencias de lo que está sucediendo son extremadamente concretas, y no solo sobre el plano ecológico mas explícito: vidas destrozadas, centenares de heridos y daños ingentes en diversos sectores. El tema genera preocupación, aunque en la mayoría de medios de comunicación mainstream el asunto ha sido tratado como si fuera una «serpiente de verano» más. Las vidas de las personas se ven afectadas de forma concreta por la crisis climática: bien sea porque encuentran su automóvil destrozado tras una granizada o porque sus escasos días de vacaciones se han convertido en un infierno en la tierra. Aparentemente, ante este escenario, los movimientos climáticos deberían gozar de una buena salud. Es evidente que hay algo que no está funcionando. 

Existen al menos dos elementos que  deben ser considerados. Por un lado, la eficacia de las formas de protesta desplegadas (y con ello también su credibilidad), y por el otro la capacidad de implicar a aquellos que están sufriendo de manera directa y sustancial los efectos de la crisis climática.

Una de las prácticas que el movimiento climático ha adoptado desde hace un tiempo a esta parte es la del bloqueo. Esta modalidad de acción ha sido utilizada en muchos lugares y ha tenido el éxito asegurado al ser capaz de generar una cierta atención mediática, de molestar, obligando así a su contraparte a asumir una posición ¿Pero es esto suficiente? Resulta evidente que esta práctica, por cómo ha tenido lugar hasta este momento, no produce una correlación de fuerzas con capacidad de imponerse. Para convertirse en una práctica eficaz, los bloqueos deben convertirse en una práctica extendida, que suponga un coste enorme para las empresas y los gobiernos. El bloqueo debe transformarse en parálisis, parcial o total, del sistema productivo y reproductivo tal y como existe hoy en día. En resumen, hace falta una huelga real, radical y socializada. La huelga ya de por sí, no por nada, es una herramienta ecológica, ya que la interrupción de la actividad productiva y reproductiva tiene un efecto inmediato sobre las emisiones y la contaminación.

Dentro de la crisis climática, con sus efectos reales cada vez mas destructivos, la huelga representa una exigencia que puede radicarse socialmente: nadie quiere morir de calor en la obra o recogiendo fruta en el campo, nadie quiere arriesgar su vida por entregar una pizza durante una granizada o atravesando una inundación para ir al trabajo. La materialización de la crisis climática supone un coste social y económico enorme que necesita de una respuesta organizada. ¿Qué programa  obrero y popular por la salud y la ecología podemos imaginarnos? ¿Qué formas de militancia y activismo necesitamos para concretarlo?

Actualmente se debate ya, en términos más o menos ridículos, sobre la posibilidad de imponer confinamientos climáticos, pero el tema que encierra ese debate es ya de por sí indicativo: con los actuales niveles de empleo y consumo, la trayectoria que marca el camino hacía el desastre climático ya está ya trazada, de igual forma que la reconversión energética sin un cambio de paradigma está destinada a empeorar la situación. Por todo esto, la cuestión de la huelga climática, de la reducción de la jornada laboral, de unas mejores condiciones de trabajo y de un trabajo que no nos haga enfermar, sufrir y morir es hoy mas urgente que nunca.

Una respuesta a “Reflexionar sobre la huelga climática”

  1. […] de un nuevo discurso de las derechas institucionales respecto a la crisis ecológica. Como sugería un editorial de la web Infoaut, “la derecha está progresivamente abandonando el paradigma negacionista por la […]

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