de Anton Monti
Publicado en italiano en Machina-DeriveApprodi el 09/04/2024
Traducción inédita

Los años noventa, entre otras cosas, fueron la década en que las mafias italianas transitaron de sus formas organizativas y operativas tradicionales hacia modelos que las lanzaron directamente al Tercer Milenio.

Anton Monti explica esa transición repasando, desde una perspectiva histórica, los caminos tomados por las diferentes organizaciones criminales presentes en el territorio italiano.

ÍNDICE
El panorama global
Italia
Los años de plomo de las mafias
Cosa Nostra
El sistema camorrista
La ‘ndrangheta
Las mafias en los años noventa
Las mafias como contrapoder territorial


El panorama global
El principal evento histórico de los años noventa es el final de la Guerra Fría, esto es, la contraposición entre los dos bloques liderados por la Unión Soviética y Estados Unidos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría había tenido una gran influencia en el desarrollo de todos los conflictos políticos y sociales, tanto internos como externos. A menudo, el no alineamiento de los movimientos sociales respecto al contexto gepolítico mundial había hecho suponerles una autonomía respecto al conflicto global. No obstante, en la práctica, los sujetos institucionales interpretaban las pulsiones sociales en el contexto de la Guerra Fría, funcionando así como una especie de espejo deformante.

Durante los años noventa, los efectos del final de la contraposición entre los dos bloques tuvieron eco en todos los rincones del planeta.

Por todas partes se generan nuevos equilibrios, internos y externos.

El final de la Guerra Fría da inicio a una breve época en la que la «pax americana» hace posible el sueño de una democratización planetaria, acompañada por una globalización de la economía capitalista, capaz de llevar desarrollo a cualquier lugar. El sueño se cumplirá solo en parte. La democratización fracasa ante el reforzamiento de las identidades «fundamentalistas», las cuales rechazan las formas políticas, sociales e incluso culturales del Occidente liberal. Por otro lado, sí se consuma, de forma definitiva, la globalización del modo de producción y del mercado capitalistas.

Así, capitalismo y fundamentalismo consiguen avanzar en paralelo. En los años noventa se consolida además un proceso de digitalización de la vida que tendrá, en las décadas siguientes, importantes consecuencias antropológicas. El final de la Guerra Fría no conduce, obviamente, al agotamiento de las guerras, que adquieren en ese periodo nuevas formas, haciéndose más parecidas a operaciones de policía o a conflictos de carácter étnico y tribal. Así, en la década de los noventa emergen dos características fundamentales que son contradictorias solo en apariencia: arcaísmo y postmodernismo.

Italia
En los años noventa, en Italia se agota la vieja política de la Primera República y se abre una nueva fase en la que se consolidan impulsos particularistas, especialmente acentuados en las regiones del Norte. Al mismo tiempo, decae el empuje propulsivo de la izquierda clásica y de los nuevos movimientos sociales. El espíritu del tiempo empuja cada vez más hacia la liberalización y privatización de la economía, procesos que, no obstante, no llegarán nunca a consumarse por completo, dando lugar a una mezcla de liberalismo y corporativismo. El sistema político deberá así enfrentarse al nuevo periodo histórico sin los estímulos de las reivindicaciones y las luchas sociales, y sin tan siquiera un diseño capitalista e institucional de desarrollo general del país.

La crisis demográfica, la falta de inversiones en Educación e investigación, el fracaso de la digitalización y la incapacidad de aprovechar las posibilidades ofrecidas por las migraciones son el resultado de un capitalismo torpe que intenta enfrentar la competencia con los nuevos centros productivos mundiales y la transición hacia el mercado global y digital casi exclusivamente a través de una reducción de los costes y un empeoramiento de las condiciones laborales. Los años noventa en Italia, que habían de ser los años de la transición hacia lo nuevo, al contrario que en otros lugares, se convierten en una época que sella definitivamente la crisis del sistema-país.

Los años de plomo de las mafias
Las mafias llegan a los años noventa cerrando el ciclo de sus propios «años de plomo». Mientras que durante los «años de plomo» hubo alrededor de 500 muertos en Italia, las mafias provocaron, en el mismo periodo, un número de víctimas enormemente mayor, difícil de cuantificar, pero sin duda superior a las 5.000, de forma que las guerras de mafia pueden clasificarse como el conflicto europeo más sangriento desde la Segunda Guerra Mundial —superado únicamente por las guerras civiles de la Yugoslavia en disolución—. Para dar una medida de la importancia del fenómeno, basta pensar que el número de víctimas del conflicto mafioso será mayor que el de los denominados «troubles» de Irlanda del Norte.

Una guerra que impone reflexionar sobre el silencio total respecto a las miles y miles de víctimas pertenecientes a la criminalidad organizada.

De hecho, la posición de las instituciones y los medios de comunicación, resumible en la frase «mientras que se maten entre ellos…», refleja una actitud marcadamente racista hacia los habitantes de la Italia meridional, además de la evidente renuncia del Estado a controlar territorios al completo y a aplicarles su propia ley.

Cosa Nostra
Con el término «Cosa Nostra», que empezó a usarse en los años cincuenta, nos referimos aquí a la mafia siciliana histórica, esto es, la organización que se desarrolla, desde las primeras décadas del siglo XIX, en la parte occidental de la isla, en el territorio que cubre, grosso modo, el triángulo formado por Palermo, Trapani y Agrigento.

Los componentes originarios de la mafia siciliana son principalmente administradores de latifundios, hombres de las profesiones liberales y clérigos. No se trata del territorio más pobre de la región ya que, al contrario, es el más integrado en las redes comerciales europeas y mundiales, gracias a las importantes inversiones extranjeras en la producción vinícola y de cítricos, la extracción minera y los transportes navales.

La administración del Reino de Italia, que se instala en Sicilia tras el proceso de unificación nacional, se da cuenta muy pronto de la total diferencia entre su tejido social y el del norte del país, así como de la necesidad de tratar con redes de poder más o menos ocultas, que obligan al Estado central, desde el primer momento, a tomar soluciones de compromiso y, en la práctica, a una renuncia de controlar el territorio y su vida social. La única excepción son las revueltas proletarias que tuvieron lugar en la Italia liberal en torno a la última década del siglo XIX, las cuales serán duramente reprimidas por el Estado, en la indiferencia casi total de los potentados locales.

Durante los años del fascismo, se produce una represión masiva e indiscriminada del fenómeno mafioso. Una dictadura, por definición, no puede soportar la existencia de contrapoderes. No obstante, la represión fascista no altera las bases de la estructura mafiosa. La mafia siciliana se adapta a la situación, manteniendo un perfil bajo, para encontrarse preparada más tarde, inmediatamente después de la caída del fascismo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el sistema mafioso siciliano tejió relaciones con el sistema político local y estatal. La mafia es tolerada, y a menudo incluso fomentada, precisamente porque es capaz de ejercer ese control real del territorio —y de responder a las demadas de los movimientos sociales locales— que el Estado italiano es incapaz de garantizar. Esto significa que la mafia no actúa únicamente asesinando a activistas sindicales y políticos cuando estos no se subordinan a ella, sino que consigue además garantizar los derechos y la supervivencia de la población local a cambio del consenso social.

Giovanni Arrighi capta perfectamente ese aspecto en un artículo, publicado en inglés en 1987, sobre la naturaleza de las mafias, usando como ejemplo la presencia de la ‘ndrangheta en la Llanura de Gioia Tauro (Calabria). Esta organización, una vez instalada en el territorio, tendía a ejercer funciones informales de gobierno, garantizando el orden público, mediando en los conflictos, asegurando una reciprocidad en las transacciones y el respeto de las obligaciones contractuales, regulando la competencia, ocupando los puntos «cruciales» del intercambio en las ramificaciones locales de la producción y poniendo límites a la búsqueda de beneficio y a la explotación laboral, además de protegiendo los intereses locales contra el poder de los grandes propietarios y el Estado.

La guerra interna de Cosa Nostra que se desata entre 1981 y 1984 se debe al surgimiento prepotente de la familia de Corleone.

Los corleoneses rompen, de una forma que podría definirse como subversiva, con los viejos códigos de honor, los rituales y las jerarquías mafiosas históricas. Aspiran a una redistribución de las ganancias procedentes de las actividades criminales y reclutan para sus organizaciones nuevos tipos de sujetos, personas que en el pasado jamás se habrían afiliado. Practican una «proletarización» del aparato mafioso que coge por sorpresa a la vieja mafia.

La guerra interna llevada a cabo por los corleoneses en los años ochenta, además de ser subversiva en sí misma, tiene también el objetivo de permitirles acaparar la riqueza producida con el refinamiento de la morfina en Sicilia y la sucesiva exportación de heroína a Estados Unidos, comercio que tradicionalmente estaba en manos de las familias palermitanas y de sus contactos en la costa oriental de Estados Unidos. Los corleoneses, a los que se había dejado al margen de ese jugoso negocio, ganarán la guerra. Paradójicamente, se tratará de una victoria efímera, porque en los años noventa se cierra el ciclo expansivo de la heroína en el mercado de los estupefacientes, de forma que los corleoneses se encontrarán, en un primer momento, privados de su principal fuente de ingresos y, a causa de las turbulencias políticas de la época, también de sus tradicionales contactos políticos.

El sistema camorrista
La camorra es probablemente la más antigua de las organizaciones criminales italianas, teniéndose pruebas de su existencia ya en el siglo XVI. Los primeros informes oficiales de las autoridades borbónicas son de mediados del siglo XVIII, mientras que la descripción documentada de una estructura organizada se remonta a 1827. En 1915 la organización perderá definitivamente su estructura unitaria.

La característica principal que distingue a la camorra de otras mafias tradicionales es el desarrollo fragmentado de la actividad criminal dentro de su territorio. El territorio, que el resto de mafias tienden a menudo a pacificar, es en el caso de la camorra un instrumento productivo puesto al servicio del crimen. Se trata del lugar donde se desarrolla, de forma continuada, una feroz competencia. Además, la camorra no es invisible como el resto de mafias, sino que hace de su visibilidad un rasgo de identidad fundamental. La organización campana tiene una producción cultural propia: ropa, música, tatuajes, representaciones teatrales y mediáticas, de las sceneggiate napolitanas y la música neomelódica al trap y el Instagram de nuestro tiempo. La camorra conforma así un sistema constituido por sujetos múltiples y muy distintos entre sí, desde las pequeñas bandas de la microcriminalidad juvenil hasta auténticos clanes mafiosos.

En líneas generales, el sistema camorrista se puede dividir en tres ámbitos principales: la camorra del área urbana de Nápoles, la camorra del extrarradio y la camorra de las áreas rurales que rodean la ciudad. Los grupos criminales urbanos se dedican a la venta de drogas y a otras actividades de nivel microcriminal, los del extrarradio han coseguido construir una importante red de zonas de menudeo y las bandas que actúan fuera del ámbito urbano se parecen más, por su tamaño entre otras cosas, a las mafias propiamente dichas —tanto es así que algunos de los miembros más importantes han resultado estar afiliados a Cosa Nostra—.

La guerra de la camorra, que se desarrolla entre 1978 y 1983 y que provoca casi mil muertos, sigue en cierto modo la misma trayectoria que el homólogo conflicto siciliano.

La Nueva Camorra Organizada de Raffaele Cutolo se presenta como una organización camorrista atípica, que intenta subvertir los equilibrios preexistentes y el poder de las familias históricas. El mismo Cutolo, que no tiene ascendencia camorrista, se inventa una estructura criminal que podríamos definir de masas y que se basa en el mito del mismo Cutolo. El reclutamiento se lleva a cabo de forma generalizada, sin que existan criterios específicos para poder afiliarse. Su objetivo es concentrar el mayor número posible de miembros provenientes de la microcriminalidad, dentro de un diseño general de toma de control: primero de las cárceles y más tarde de toda la camorra. La oposición de las familias tradicionales será durísima y el sueño cutoliano de una unificación de la organización bajo su mando se hará pedazos, tanto por la fuerte alianza entre sus opositores como consecuencia del protagonismo excesivo del mismo Cutolo. Este alcanzará su punto máximo durante las negociaciones entre los servicios secretos italianos, la Nueva Camorra Organizada y las Brigadas Rojas tras el secuestro, por parte de estas últimas, del consejero campano de Obras Públicas Ciro Cirillo, que marcará el final del gran proyecto de Cutolo.

Así, la camorra llega a los años noventa transformada por una guerra interna que ha rediseñado sus estructuras y en un territorio profundamente mutado, en plena reconstrucción tras el terremoto de Irpinia de 1980, el cual convulsionó el tejido social al completo .

La ‘ndrangheta
La ‘ndrangheta es la organización criminal calabresa.

Se diferencia de otras estructuras mafiosas por algunos rasgos particulares. La organización tiene una estructura exclusivamente familiar, con reglas codificadas y complejos rituales —que la hacen parecerse a una secta o una sociedad secreta— y se dedica, desde los años ochenta, al comercio mundial de cocaína, con un control directo e indirecto del mismo, obteniendo miles de millones de euros al año en ganancias. Teniendo en cuenta el número de afiliados, se trata sin duda de la mayor organización mafiosa italiana.

Los primeros indicios de su existencia se remontan a principios del siglo XIX. Ya en los informes policiales inmediatamente posteriores a la unificación de Italia existen descripciones de bandas criminales —con características de secta— que actúan en la ciudad de Regio de Calabria.

La ‘ndrangheta tiene un origen no exclusivamente burgués y una base masificada de adeptos. En Calabria, aun existiendo el latifundio, a causa de la pobreza del territorio no se genera la tipología de administradores de terrenos agrícolas (los gabellotti) que dará origen a la mafia siciliana. Solo en algunas zonas limitadas, como la Llanura de Gioia Tauro, la ‘ndrangheta de los orígenes ejerce un control de los mercados agrícolas y se ocupa de la intermediación con la fuerza de trabajo. Inicialmente, el fenómeno criminal calabrés al completo tiene rasgos locales, con limitaciones territoriales, pero niveles de afiliación extremadamente elevados.

En los años sesenta del siglo pasado aumentan las inversiones del Estado en el sur del país, lo cual lleva a todas las organizaciones mafiosas a intentar introducirse en los centros institucionales, en los cuales se lleva a cabo la distribución de los fondos estatales. Para la ‘ndrangheta, la gran oportunidad llega con la construcción de la autopista Salerno-Regio de Calabria y, posteriormente, con el denominado «Paquete Colombo», esto es, un conjunto de fondos destinados a la industrialización de la región, que tras ser temporalmente retenidos, fueron finalmente devueltos tras una revuelta popular en Regio de Calabria.

El negocio de la construcción, en un primer momento, y el posterior comercio de cocaína —ambas actividades que requieren de importantes capitales iniciales— obliga a la ‘ndrangheta a una auténtica acumulación originaria, la cual lleva a cabo a través de los secuestros, que alcanzarán una dimensión casi industrial y que continuarán hasta entrados los años noventa.

La segunda guerra de ‘ndrangheta (1985-1991) está motivada, al menos en apariencia, por la disputa por los territorios destinados a las infraestructuras del puente sobre el Estrecho de Messina. Desde otro punto de vista, el enfrentamiento nace a causa de la misma naturaleza de la ‘ndrangheta, que no acepta el dominio de una determinada ‘ndrina sobre las demás. La guerra representa así un intento de reequilibrar la estructura interna, en detrimento de una ‘ndrina determinada que había conquistado un excesivo peso específico dentro de la organización. El conflicto —que causa mil muertos en solo seis años— se concluye con la reestructuración de la organización criminal calabresa que, de ahí en adelante, coordinará sus propias acciones sin necesidad de la paroxística centralización vertical de Cosa Nostra. La exigencia de una centralización y, al mismo tiempo, de un equilibrio nace de la necesidad de disponer de una creciente liquidez, unificando los recursos de diferentes ‘ndrine, para el desarrollo del tráfico de cocaína que en los años noventa se consolidará a nivel mundial como el principal producto del mercado de estupefacientes.

Las mafias en los años noventa
Lo primero que se viene a la cabeza cuando se habla de las mafias en los noventa es el periodo de masacres perpetradas por Cosa Nostra. Dicho fenómeno terrorista-criminal se vincula directamente con el cierre de la fase histórica de la Guerra Fría, además de con la desaparición de los tradicionales referentes políticos de la mafia siciliana, así como el agotamiento, al menos parcial, de una cierta tolerancia institucional hacia la mafia, a la cual se veía hasta ese momento como un garante del statu quo en la isla. Además, es posible imaginar que los corleoneses, como sujeto atípico en la historia de las mafias sicilianas, fueran poco proclives a los compromisos inherentes a la actividad política.

Los corleoneses, tras haber revolucionado la mafia tradicional, atacan al Estado, con el objetivo de cerrar de forma victoriosa el ciclo que se había abierto con el macrojuicio a Cosa Nostra (1986-1992). Aparentemente, la mafia siciliana, liderada por los corleoneses, sale derrotada de esa fase. No obstante, se definen al mismo tiempo nuevas formas de la acción mafiosa que, según algunos, son toleradas por el Estado. En ausencia del tráfico de heroína, la nueva mafia retoma las relaciones políticas, esta vez con los sujetos políticos emergentes, con el objetivo de introducirse en los nodos del gasto público regional. De esa forma, Cosa Nostra se transforma: en correspondencia con la transformación geopolítica dictada por el fin de la Guerra Fría, de garante del statu quo en Sicilia pasa a ser un mucho más modesto gestor del sistema de relaciones empresariales y políticas, lo cual le permite controlar importantes flujos de dinero público y privado. En plena consonancia con el espíritu liberal de la época, la mafia relega su acción política a mero instrumento en favor del enriquecimiento económico y financiero. Así, Cosa Nostra desaparece como organización criminal tradicional, reinventándose como sujeto productivo.

Respecto a la camorra, en el área napolitana emerge un nuevo sistema que toma el control de un territorio totalmente remodulado por la reconstrucción tras el terremoto de Irpinia de 1980, la cual generó nuevas áreas carentes de una vida social anterior, estructuras sociales y servicios, y con una población totalmente abandonada a su suerte. En ese contexto, como era previsible, la presencia criminal consiguió generar un tejido capaz de vincular la población al territorio, y el territorio a la acumulación de dinero, hasta el punto de poner la misma tierra en producción, sus vísceras, a través del negocio de la gestión de residuos. Una transición en total coherencia con el paradigma dominante de la época, que coloca los beneficios económicos en el centro de las actividades mafiosas. Se produce, al mismo tiempo, en el extrarradio del área urbana, el total fracaso de los intentos por crear nuevas fórmulas de vivienda pública. La inteligencia criminal consigue transformar monstruos arquitectónicos en supermercados fortificados para el consumidor de droga. Este dejará de ser considerado un yonki para convertirse en cliente: no una plaga, sino una fuente de retorno financiero. En las áreas periféricas de Nápoles, el fenómeno de transformación del territorio urbano en mercado avanza en paralelo al desmantelamiento de las actividades industriales. La presencia de una clase obrera políticamente activa había funcionado hasta ese momento como un potente antídoto contra la presencia criminal, de forma que con el cierre de las industrias se consolida el pasaje a una economía ilegal. Tal y como escribe Francesco Barbagallo: «Allí donde había fábricas y obreros, se establecen ahora aguerridos clanes criminales». Además, la desindustralización abre paradójicamente las puertas a los negocios vinculados a la reconversión de las áreas industriales desmanteladas, una actividad que generará importantes beneficios.

Dentro del sistema camorrista serpentea una guerrilla entre bandas rivales que compiten por espacios del territorio infinitamente pequeños, en el marco de una auténtica privatización y repartición del mismo, donde hasta al último metro cuadrado se dedica a la producción: desde los aparcamientos privatizados hasta los espacios de venta de mercancía falsificada, desde el tramo de acera usado para el menudeo hasta aquel que se pone a producir mediante la prostitución. La competencia, intrínseca al paradigma dominante de los años noventa, tomará formas extremadamente violentas en estos territorios.

Mientras tanto, la ‘ndrangheta, al mismo nivel que Cosa Nostra, intenta hacerse gradualmente invisible en su territorio, para poder introducirse en los flujos de dinero público, especialmente en el sector de la sanidad. Llevará a cabo este proyecto gracias a la consolidación de un nivel superior dentro de la organización —la Santa—, que será capaz de tejer relaciones con el mundo político.

La ‘ndrangheta —invisible a ojos externos en su mismo territorio— se convierte, durante los años noventa, en uno de los principales actores del comercio mundial de cocaína.

Así, la ‘ndrangheta se globaliza, explotando a menudo las estructuras de las familias calabresas que habían emigrado mucho antes que las empresas italianas. Gracias a estas establecen «cabeceras de puente» en las zonas de producción de cocaína, consolidando su presencia en los principales puertos de varios continentes, creando redes de distribución (a menudo externalizadas a otros sujetos criminales) y especializándose en la inversión global de los beneficios obtenidos, lo cual hace crecer desmesuradamente su poder financiero. Este proceso ocurre completamente en la sombra, ya que en aquella época, por muy paradójico que pueda parecer, la ‘ndrangheta no era considerada una mafia, sino poco más que el vestigio de un pasado arcaico de aldeas perdidas del Aspromonte cuyos habitantes, de acuerdo a una visión racista, no eran capaces de llevar a cabo modernas actividades criminales.

Un caso extremadamente interesante de los años noventa son las organizaciones criminales de Apulia. Estas conseguirán controlar el tráfico de tabaco extranjero desde los países balcánicos —en plena fase de transición e incluso de guerra civil— hacia Italia. En ese tráfico estarán implicados, con distintas modalidades, representantes gubernamentales de los países balcánicos, demostrando una vez más la capacidad de las mafias para introducirse en contextos en transición.

La región de Apulia, hasta los años ochenta, era considerada una región sin presencia mafiosa y, aún hoy en día, resulta difícil decir de forma unívoca si las organizaciones criminales locales han sido o son mafias. Históricamente, la ausencia de organizaciones mafiosas en el territorio de Apulia se ha explicado con la ausencia de gabellotti, debido a la participación directa, con funciones directivas, de los latifundistas en las actividades agrícolas (ausencia, por tanto, de figuras de mediación como las que dieron origen a las estructuras mafiosas en Sicilia). Además, una significativa politización de las masas de jornaleros había actuado históricamente como freno a la instauración de relaciones de tipo mafioso.

Hasta principios de los años ochenta, la actividad de contrabando con los países balcánicos se llevaba a cabo de forma local no centralizada, pero el intento de Raffaele Cutolo de asumir el control provocó, por reacción, el nacimiento en 1981 de la Sacra Corona Unita. Esta organización, cuyos componentes eran generalmente muy jóvenes e inexpertos, se vio rápidamente envuelta en una serie de luchas intestinas que impidieron su constitución como sujeto hegemónico en el territorio de Apulia. En los años noventa, las distintas organizaciones criminales de la región, entre ellas la misma Sacra Corona Unita, crearon fuertes relaciones en Albania y Montenegro, asumiendo incluso el control directo de, por lo menos, dos puertos importantes. La capacidad del contrabando para producir beneficios era tal que en 1995, en Brindisi, 5.000 familias —esto es, al menos 20.000 personas— vivían gracias a las ganancias de esa actividad.

También el caso de Apulia sigue el modelo de iniciativa empresarial desde abajo generado por las organizaciones criminales y típico de esa fase histórica.

Las mafias como contrapoder territorial
La definición jurídica de mafia implica tanto el control continuado de un territorio específico como la capacidad de influir sobre las decisiones políticas que se toman en él. Por tanto, podemos hablar de mafia cuando la organización en cuestión ejerce un contrapoder territorial efectivo y continuativo, el cual no puede existir sin el consenso social.

Como hemos visto, durante los años noventa, el arraigo de las mafias en los distintos territorios está ligado a la capacidad de las organizaciones criminales de crear empleo e ingresos de forma directa a través de, por ejemplo, mano de obra no cualificada, así como empresariado en zonas de menudeo y en la logística del contrabando masivo. Además, el aumento de su disponibilidad financiera les permitió crear empleo también en la economía legal, a través de inversiones en, una vez más como ejemplo, actividades comerciales o de la construcción. Finalmente, a todo ello hay que añadirle la capacidad de las mafias de controlar las contrataciones de personal y los grandes contratos en el sector público.

La capacidad de las mafias de producir ingresos de forma directa e indirecta no puede desligarse del estancamiento del PIB en el sur del país que, entre 1991 y 1996, prácticamente no cambia, ni tampoco puede desligarse de la desaparición, en ese mismo periodo, de 600.000 puestos de trabajo. Detrás de esos datos se encuentra también una creciente polarización de la economía del Sur, con algunas áreas de crecimiento y desarrollo y otras donde lo único que crece es la pobreza. En suma, la economía de algunas zonas del área meridional se transforma —por la total ausencia de políticas estatales de desarrollo— en una economía totalmente controlada por las mafias. En ciertos lugares, la estructura social al completo permanecerá cohesionada únicamente gracias a la presencia y actividad mafiosas.

En los años noventa, las mafias, además de establecer el ya mencionado contrapoder territorial efectivo en sus lugares de origen, llevan a cabo una globalización de sus actividades criminales, concibiendo el mundo entero como un único mercado. En ese periodo, a excepción del sistema camorrista, las distintas organizaciones ya no tendrán la necesidad de ejercer una violencia abierta en los territorios controlados, como atestiguan las estadísticas sobre el número de homicidios, que desde 1991 empiezan a descender. Los equilibrios internos de las organizaciones son estables y, desde fuera, muy pocos desean oponerse al poder criminal, por lo que las mafias optan por mantener un perfil bajo para facilitar sus actividades. Su interés por la alta política disminuye gradualmente, virando hacia la política regional y local donde, como consecuencia de la descentralización administrativa, se gestionan los fondos públicos.

Los años noventa conducen así a la formación de un nuevo mundo, donde se compenetran la economía, el crimen y la política, llevando a la superación de todas ellas: economía de mercado, pero controlada por monopolistas; política como acción exclusiva sobre los flujos de fondos públicos, independientemente de las ideologías; y, finalmente, crimen que ya no necesita la acción directamente violenta o ilegal. Este es el campo de acción en que actúan las mafias del nuevo milenio.

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