de Sergio Bologna
Publicado en italiano en Machina el 04/10/2023
Traducción inédita

Nota de los traductores
El siguiente texto es una traducción de «Una stagione di pensiero militante«, artículo escrito por Sergio Bologna e incluido en el volumen «Quaderni del territorio. Dalla Città fabbrica alla città digitale. Saggi e ricerche (1976-1981)», editado por Alberto Magnaghi y publicado por la casa editorial DeriveApprodi en 2021. 

El pasado 21 de septiembre de 2023, tras una larga e incurable enfermedad, moría Alberto Magnaghi.

Alberto es un personaje fundamental para entender el 68 italiano, pese a que en el Estado español se trate de una figura bastante desconocida. Magnaghi fue uno de los protagonistas de la batalla de Corso Traiano y secretario nacional de Potere Operaio entre 1970-1971, periodo en el que tendrá lugar el debate entre la línea insurreccionalista representada por Oreste Scalzone y Franco Piperno y la línea representada por Toni Negri.

Será ese el momento en que Alberto abandonará la dirección de la organización política para construir el Departamento de Ciencias del Territorio de la Universidad Politécnica de Milán y fundar la revista Quaderni del territorio, un espacio vivo de investigación sobre los procesos de articulación capitalista en el territorio y las metrópolis, condensación espacial de las relaciones entre lugar-trabajo-gente desde un saber situado, capaz de generar una auténtica ciencia regional, de dar cuenta de la complejidad del modelo de acumulación posfordista a través del concepto teórico de biorregión, el cual entrelaza, desde el lugar de la geografía, la tradición investigadora operaísta con la ecología política.

Como muchas otras compañeras implicadas en las luchas políticas de aquellos años, Magnaghi y su grupo tuvieron que interrumpir su profusa actividad teórica por su implicación en el denominado caso 7 de abril, proceso represivo que llevaría a la cárcel a miles y miles de personas en Italia por su participación en los colectivos políticos activos durante los años 70. La cárcel no consiguió detener la actividad del grupo. Desde detrás de los muros, siguieron organizando seminarios y lecturas, y llevando a cabo otro tipo de investigaciones. 

El presente texto recorre las intuiciones teóricas de la revista en relación con los procesos de reestructuración productiva que tuvieron lugar durante aquellos años: de la descentralización productiva en el marco de una nueva división internacional del trabajo a la utilización de la flexibilidad como método de gestión de la fuerza de trabajo; de la terciarización —y su estrecha relación con los procesos industriales— a la precarización de la fuerza de trabajo. Líneas de investigación que la revista Quaderni del territorio desarrollará en los años posteriores y que explican su importancia dentro del pensamiento operaísta.

Con su traducción al castellano, pretendemos —como con la mayoría— contribuir a la construcción de una memoria autónoma y transnacional, capaz de comunicar experiencias y saberes que puedan sernos útiles para articular las luchas del presente.


Quaderni del territorio comenzó su andadura en el año 1972-1973, con varios proyectos de investigación que ocupan las páginas del primer número de la revista. 

El año 1973 es decisivo, un punto de inflexión, en cierto modo el culmen de las luchas iniciadas con el ciclo del 68 y, al mismo tiempo, el año de la ruptura de dicho ciclo. Esta será consecuencia de un evento que sacudirá el mundo capitalista en todo Occidente: la llamada «crisis petrolífera» de octubre de 1973. En Italia, en abril de ese año se había concluido la lucha por la renovación del convenio de los metalúrgicos, que había resultado decepcionante en términos de aumento del salario (ya erosionados por cerca de 200 horas de huelga), pero importante aún así por el peso que por fin se le daba a la cuestión medioambiental, por la equiparación entre obreros y empleados y, sobre todo, por la conquista del derecho al estudio (las famosas 150 horas).

La crisis petrolífera, además de los devastadores efectos que tiene sobre los costes de determinados sectores industriales, sitúa en el centro del poder mundial a los Emiratos Árabes y crea una masa líquida de capitales que determinará el proceso de financiarización de la economía, e incidirá además, de forma significativa, sobre el nivel de vida de la burguesía occidental, por ejemplo, sobre el paradigma del automóvil como instrumento de movilidad. 

Quienes participaron de forma activa en la revuelta del 1967-68, y especialmente aquellos que participaron en primera persona en la revuelta obrera de 1969 y en el Otoño Caliente, quienes disponían de un sistema de pensamiento tan orgánico como lo era el operaísmo, comprendieron de forma inmediata que el viento estaba cambiando y que la contraofensiva capitalista barrería muchos de los elementos sobre los que se había construido el desarrollo postbélico en Europa. En aquel momento prevaleció el pesimismo de la razón, minoritario y a contracorriente, porque el conjunto de las fuerzas grupusculares que habían agitado las aguas del 68 seguían pensando y actuando como si la ola del 68 estuviera destinada a crecer. Lo más que consiguieron fue identificar zonas de resistencia capitalista en la reacción del terrorismo neofascista, maniobrado y protegido por importantes aparatos del Estado. Quienes en cambio habían incorporado el pensamiento operaísta fueron capaces de mirar más allá, conscientes de que el nivel cualitativo del ataque contra el capital del período 1967-1973 terminaría por desencadenar, tarde o temprano, una contraofensiva igualmente llena de innovaciones, no una simple «reacción», sino una auténtica «revolución desde arriba». Un concepto que Marx elaboró a partir de la experiencia general de la lucha de clases en Francia y en particular estudiando las innovaciones que el capital introdujo e impuso durante el régimen de Napoleón III (nacimiento de las sociedades de accionistas y de la banca mercantil, utilización de la deuda en el conflicto con países en vías de desarrollo, construcción de las primeras grandes infraestructuras ferroviarias, apertura del Canal de Suez, etc.).

En 1973 nace Primo Maggio [Uno de Mayo] y en 1976 se publica el primer número de Quaderni del territorio. Entre quienes impulsarán estas revistas se encuentran personas que habían tenido un papel no del todo secundario en la estructura de Potere Operaio, pero sí que se habían ido distanciando poco a poco de la organización. Mientras que Primo Maggio decide actuar y difundirse por ese magma informal pero extremadamente estimulante que representaban los circuitos de librerías alternativas y las iniciativas político-culturales autogestionadas, Quaderni del territorio abre su frente de lucha en la innovación de las disciplinas prácticas en la Facultad de Arquitectura, cambiando radicalmente la didáctica, los contenidos y el enfoque metodológico en varios espacios del mundo universitario. En ese contexto, surge espontánea la comparación con el Instituto de Doctrina del Estado de la Facultad de Ciencias Políticas de Padua, dirigido por Toni Negri. Se trata de una experiencia disruptiva dentro del mundo académico italiano. La impetuosa determinación de Negri, su producción científica y la falta de escrúpulos con la que conquistó una posición de poder impensable para alguien que se identificaba de forma explícita con las experiencias revolucionarias demostraron que la fortaleza académica era expugnable. Sin embargo, aquella experiencia se mantuvo aislada, no fue capaz de multiplicarse, de generar otros proyectos igual de consistentes. En cambio, Alberto Magnaghi y sus compañeros fueron capaces de generar una auténtica «escuela», que a lo largo de los años se ha establecido en numerosas sedes universitarias y que ha conseguido un reconocimiento internacional generalizado, por su originalidad y capacidad de innovación en el campo del urbanismo y las ciencias del territorio.

Las connotaciones de la «revolución desde arriba»
¿Cuáles fueron las grandes transformaciones dentro de la estructura capitalista que los investigadores de los Quaderni del territorio identificaron? El editorial del número 1 de la revista, firmado por Alberto Magnaghi, toma como punto de partida la clásica cuestión de los estudiosos del urbanismo, un tema muy tradicional: las metrópolis de «rostro humano» y la descongestión de la ciudad. Un tema apreciado por quienes seguían engañándose a sí mismos pensando que la revuelta obrera de 1968-1969 se había producido por los tranvías demasiado abarrotados, la ausencia de alcantarillado en los nuevos complejos urbanísticos, la falta de guarderías, etc. Aspectos todos ellos reales e importantes, pero cuyo análisis impedía llegar a la raíz del problema. Magnaghi escribe:

«La “reforma democrática” de la metrópolis no ha tenido lugar en el contexto del desarrollo. Con la crisis, el proceso se ha invertido: ahora son directamente las fuerzas motrices del capital las que llevan a cabo la descongestión de la metrópolis: ciertamente no tal y como esperaban los “planificadores democráticos”, sino a través de instrumentos específicos de ataque a la composición de clase, con el objetivo de reproducir desequilibrios a una escala aún mayor y construir nuevas jerarquías y estratificaciones en la fuerza de trabajo social; con la intención de reconstituir la sumisión de esta en el continuio proceso de valorización del capital […] El desmantelamiento de ese gigantesco “laboratorio artificial” que es la metrópolis proletaria se configura sustancialmente como un intento de expulsión de la fuerza de trabajo masificada de los sectores impulsados por el modelo de desarrollo anterior, dentro de un proceso de valorización de esas mismas áreas, implementando así un incremento relativo de funciones de mando terciarias, así como de sectores del capital con una gran componente técnica; proceso cuyo objetivo directo es reducir al “obrero-masa” a algo políticamente minoritario, modificando radicalmente la estructura y la composición de la fuerza de trabajo.» (pág. 17)

Como demostración de estas tesis, se presentan a continuación tres sustanciosos proyectos de investigación empírica, incluidos todos ellos en el primer número de los Quaderni del territorio. El primero, de carácter general; el segundo, centrado en el área de Turín y el ciclo del automóvil; y el tercero, sobre el área de la metrópolis lombarda. Turín y Milán son una vez más el centro de la atención, los lugares donde el enfrentamiento de clases se ha manifestado de forma más nítida, donde la composición de clase presenta todo tipo de matices. 

El primero de estos ensayos, coordinado por Mariarita Andreola, Giancarlo Capitani, Pietro Laureano y Giancarlo Paba, enfoca nítidamente el fenómeno planetario destinado a mutar el capitalismo global durante el siguiente medio siglo: la descentralización productiva en el marco de la nueva división internacional del trabajo:

«La redistribución multinacional de los ciclos y las actividades productivas se lleva a cabo, por tanto, mediante la localización de funciones directamente productivas en áreas geográficas cuyos atributos “ambientales” son evaluados por la empresa en base a un sistema de variables, principalmente la combinación de diferencias salariales o, más en general, parámetros ligados a funciones anteriores y posteriores respecto de la producción, así como “diferenciales políticos”.» (pág. 48)

A través del ejemplo de los ciclos del automóvil, del sector petroquímico, del sector siderúrgico y de otros sectores industriales las autoras analizan y documentan el fenómeno de la descentralización.

«El proceso masivo de redistribución de la actividad productiva a escala multinacional exporta los mecanismos de formación y reproducción de la fuerza de trabajo asalariada a determinadas áreas geográficas que puedan garantizar coactivamente su funcionamiento. No obstante, extendiendo geográficamente el área del salario, la iniciativa capitalista puede encontrar una respuesta a sus propias imposibilidades en las economías desarrolladas únicamente a medio plazo. En perspectiva, esa expansión construye en el subdesarrollo las condiciones materiales para el paso de la explotación de rapiña a la explotación mediada por el sistema de fábrica.» (pág. 64)

Se advierte rápidamente la lección operaísta, el fenómeno de la descentralización productiva no se analiza y percibe únicamente como un movimiento físico, mecánico, de transferencia de instalaciones y know-how, sino que se lee a la luz de las implicaciones que esos traslados pueden tener sobre el nivel de la composición de clase. La pregunta es cuáles serán los nuevos «teatros del conflicto». La respuesta es, siendo sinceros, un tanto fideísta:

«Al ampliar la clase de los asalariados, los capitalistas no provocan sino la extensión de su propio cerco y la posibilidad de su extinción.» (pág. 94)

Quaderni del territorio identifica aquí, de forma clara, la que será una de las características fundamentales de la estrategia capitalista de las décadas posteriores, quizás la tendencia más importante del aparato productivo-distributivo a partir de la que se generan nuevos métodos de gestión de la fuerza de trabajo, la encarnación misma del posfordismo: la flexibilidad. 

«Las características de las instalaciones productivas se adecúan a la naturaleza de esa relación de dominio internacional, a la multiplicidad y variabilidad de la composición de clase, a la imponderabilidad e imprevisibilidad de la relación política y de poder. Dichas instalaciones se diversifican en los diferentes mercados o, mejor dicho, respecto a las diferentes composiciones de clase; flexibles, posibles, es decir, de rápida conversión y amortización antes de que la instalación misma y el resto de herramientas queden obsoletas, pero son ante todo sustituibles, porque la estrategia de dominación capitalista moderna se basa en la posibilidad de jugar con la multiplicidad de recursos y situaciones, contra el ataque particular; dicha estrategia se basa en la posibilidad de trasladar, reestructurar o dejar completamente inutilizadas las fábricas si ello se hace necesario: en definitiva, la capacidad de utilizar la crisis como ataque de clase, tanto de crear trabajo y desarrollo como de destruir ambos.» (pág. 64)  

Estamos en el año 1976. Si pensamos que el término «flexibilidad» se convertirá en una especie de mantra durante los años 80, repetido hasta la saciedad en todos los discursos relativos al modo de producción dominante, entonces hemos de reconocer que los investigadores de los Quaderni tenían una notable visión anticipadora. 

«La reestructuración del ciclo FIAT en el área metropolitana de Turín», investigación coordinada por Silvia Belforte, Emanuela Merli, Paolo Morello y Danilo Riva da nombre al segundo ensayo. En él se observa con absoluta evidencia el peso del pensamiento de Romano Alquati en el diseño metodológico de los Quaderni del territorio. Sus escritos han ejercido una notable influencia sobre más de una generación de investigadores interesados por la problemática de la fábrica y la sociedad-fábrica y, a mi parecer, las huellas de su pensamiento en el recorrido de los Quaderni fue tan grande y profundo que merecería un análisis específico. Indudablemente la relación con Alberto y su militancia política en Turín fueron algunos de los motivos de esa relación tan estrecha, pero esta también se debe al interés específico que Romano tenía por la interrelación entre fábrica y territorio: 

«[…] a partir de los años 70 empieza a aparecer una primera y nueva característica fundamental de la organización: la disgregación territorial del cuerpo principal del ciclo en la empresa y el consiguiente abandono de la gran fábrica como modelo de referencia para la expansión multinacional. Dicha disgregación territorial se desarrolla sobre dos planos. El primero es la descentralización de las nuevas extensiones productivas estatales más allá del área de Turín. Sobre la base del acuerdo sindical de 1969, en 1971 entran en función las primeras plantas del primer programa trienal para el sur del país, con una creación de empleo para cerca de 20.000 personas. El segundo plano sobre el que se desarrolla la disgregación territorial es la posterior integración internacional de los flujos productivos, con las diversas filiales y concesionarias ubicados en el extranjero. En 1974 empezará a funcionar la planta de FSM en Silesia (Polonia), la cual suministra directamente a la fábrica de Mirafiori (Turín) todos los componentes del motor del FIAT 126.» (pág. 115) 

Sin embargo, el horizonte abierto por este ensayo es mucho más amplio, yendo más allá de la temática de la reestructuración del ciclo productivo y tocando dos ámbitos que en los años posteriores serán de una importancia crucial: el problema de la terciarización y el problema de los fondos para trabajadores suspendidos de empleo por motivos técnicos (cassa integrazione). Fieles al punto de vista de Alquati, las autoras comienzan a observar la función de la terciarización dentro del ciclo productivo, evitando caer en la trampa según la cual el sector terciario es algo separado de la manufactura, un sector genérico de los servicios donde hay de todo, desde las finanzas hasta el transporte, desde la salud hasta la consultoría empresarial. Esta premisa permitirá al grupo de investigadores estudiar de cerca las mutaciones dentro de la composición de clase, la terciarización de los «trabajadores de cuello azul» (obreros de fábrica) y la multiplicación de las figuras técnicas necesarias para gestionar los procesos que se encaminan hacia la automatización. La terciarización no comienza allí donde termina la manufactura, el sector secundario, sino que nace en el mismo seno del proceso industrial. Lo terciario cambia el peso y la importancia del obrero-masa dentro del ciclo productivo, organiza y gestiona el control de una manera mucho más sofisticada que el viejo taylorismo fordista. Pero junto con las modificaciones introducidas por la terciarización interna de las empresas, los investigadores de los Quaderni observan claramente el preocupante crecimiento del empleo marginal: trabajo a domicilio, doble empleo en el sector del transporte, trabajo precario, etc.

Diría que ese es el punto de inflexión en el trabajo de los Quaderni, su capacidad para identificar y anticipar la gran tendencia de aquella época hacia la precarización de la fuerza de trabajo. Los Quaderni llegaron a esa conclusión antes que ninguna otra revista; antes que los sindicatos, y ese es un mérito que hay que reconocerles y que es quizás también consecuencia de algunas de las intuiciones de Alquati.

Por otro lado, está la cuestión de la cassa integrazione, a la que este ensayo le dedica un detallado análisis sobre su uso en el área de Turín. Quizás solo hoy seamos conscientes del papel absolutamente fundamental que pudo desempeñar ese tipo de fondos a la hora de encauzar la resistencia obrera, marginar a las vanguardias de lucha y empujar a la industria italiana hacia el abismo del asistencialismo. En otra ocasión he tratado de focalizar específicamente el papel de la cassa integrazione como «arma de pacificación de masas» (consultar mi ensayo Il lungo autunno para los Anales Feltrinelli de 2017). Aquí me limitaré a recordar que también la revista Primo Maggio le dedicará durante aquellos años especial atención a la cassa integrazione en su evolución como medida de apoyo a las empresas, pero sobre todo como elemento de selección y discriminación política (quedó especialmente bien documentando el caso de la fábrica de la empresa Innocenti en la localidad de Lambrate).

«El rol del área lombarda en los procesos de reestructuración productiva», coordinado por Lucia Martini y Sandra Perelli, es el tercer y último ensayo que presentamos aquí. En lo que respecta a este trabajo, ha de señalarse que una parte sustancial del mismo reproduce los materiales que las autoras, especialmente Sandra Perelli, habían preparado para el curso de 150 horas titulado «Análisis territorial de la zona de Lambrate», impartido en la facultad de Arquitectura del politécnico de Milán durante el curso 1974-75. Esto demuestra que el grupo de los Quaderni del territorio había captado de forma inmediata el carácter innovador del derecho al estudio, establecido en el convenio del sector metalúrgico de 1973, y que permitió el acercamiento inmediato de la estructura universitaria a la clase obrera procedente de las concentraciones industriales locales, una oportunidad que las autoras de este ensayo aprovecharon para llevar a cabo un proceso de coinvestigación y una experiencia didáctica totalmente novedosa y estimulante. 

¿Qué representaron las 150 horas? Para todos aquellos que trabajaban como profesores en los institutos y las universidades se trató de un reto maravilloso. Había que encontrar nuevas formas y nuevos materiales didácticos: los libros de texto tradicionales, incluso los mejores, no funcionaban. Se produjo una movilización de inteligencia que implicó sobre todo a las experiencias político-culturales autogestionadas y a los docentes universitarios con mayor vocación por la enseñanza. Aquella ocasión facilitó el encuentro entre estudiantes y grupos de obreros de fábrica, de delegados que exigían saber, que querían poder comprender mejor las dinámicas del capital. Esa relación fábrica-universidad que se había abierto con las luchas estudiantiles del 67-68 se institucionalizaba ahora, en cierta manera, a través de acuerdos sindicales que habrían podido —sí se hubieran aplicado hasta el final— cambiar el sistema de enseñanza tanto en la enseñanza obligatoria como en la secundaria. 

En el caso de Milán y su área metropolitana, el análisis de las dos investigadoras se concentra en el problema de la terciarización:

«La tendencia al proceso de terciarización de este área geográfica se ve reforzado por el desplazamiento de la estructura productiva hacia sectores con una elevada composición orgánica del capital, es decir, aquellos capaces de restringir la base productiva dentro del desarrollo, haciendo aumentar así el peso del sector terciario en términos relativos. 

Esos sectores, cuyo desarrollo muchos reivindican como elemento resolutivo de la crisis económica, y que son ensalzados como motores de la ciencia y la investigación científica, representan en realidad el arma a largo plazo, de importancia estratégica, sobre la que se basa el proceso de reestructuración en acto a escala internacional. La tendencia inducida por ese diseño, en lo que respecta a la fuerza de trabajo, consiste en la contracción del proletariado de fábrica y en un aumento relativo tanto del trabajo precario en ambos extremos del ciclo productivo como de las capas intermedias, con un aumento generalizado de la socialización del trabajo.» (pág. 172)

Mientras que las tesis tradicionales consideran generalmente el desarrollo del sector terciario en Milán en términos positivos —sello de la modernidad milanesa; salto cualitativo hacia un estadio del capitalismo en el cual se han traspasado los límites de la manufactura; indicador de la presencia de una burguesía más articulada, no solo más relevante en términos sociales respecto a la clase obrera, sino también con más oportunidades que esta—, la opinión de Lucia Martini y Sandra Perelli sitúa el proceso de terciarización en el contexto más amplio de la «revolución desde arriba»: 

«El proceso de terciarización del área lombarda como ataque a la organización obrera, puede ser entendido en toda su amplitud si se consigue relacionar todos los factores anteriormente mencionados con la paralela expulsión de los obreros residentes en los centros con mayor concentración productiva. Si en los años 50 las áreas de desarrollo industrial eran al mismo tiempo lugar de localización industrial y de residencia obrera, en los 70 ese proceso se invierte: las viviendas de la pequeña y media burguesía empleada en el sector terciario sustituyen a las de la clase obrera en todas aquellas áreas donde la industria tiene más historia (no solo en Milán, sino también en Gallarate, Busto Arsizio, Magenta, Bérgamo, etc.). Este fenómeno de terciarización del territorio, que ha sido objeto de mistificaciones en las discusiones sobre varios PRGs [Planes Reguladores Generales, instrumento urbanístico que regula la edificación sobre un territorio en Italia, N. del T.], más allá de la estructura capitalista de los que se nutre —como las ganancias procedentes de intereses—, no satisface ninguna necesidad objetiva más que aquella de utilizar el territorio como factor complementario de estratificación social, con la finalidad política de romper el tejido que conforma la iniciativa obrera, que permite la generalización de las luchas y la unión entre la fábrica y el territorio; características todas ellas del ciclo de luchas obreras que tuvo lugar a lo largo de los años 70.» (pág. 173)

En contraposición con los análisis que ven en la terciarización una tendencia imparable hacia la conformación de una población activa más cualificada, más culta, con mayores ingresos y, por tanto, un acercamiento gradual de la sociedad hacia un modelo más racional, con mayor atención hacia la ciencia y el conocimiento; en definitiva, en contraposición a esos análisis que ven en la terciarización un salto hacia un nivel de civilización superior, los Quaderni del territorio no dudan en señalar todas aquellas dinámicas ocultas de degradación que ese proceso encierra, por ejemplo con el aumento de la precarización del trabajo y el retorno a formas preindustriales como el trabajo a domicilio: 

«[…] una nueva modificación de la composición de la fuerza de trabajo con el desarrollo de sectores productivos como la impresión industrial, la telefonía o subsectores de la electrónica, cuya organización laboral se basa en la nueva figura del técnico masificado y proletarizado, frente al obrero-masa que ejerció como vanguardia en las luchas obreras de los años 60. Dentro de esos sectores se desarrolló, a menudo al mismo tiempo que esa nueva figura técnica, el trabajo precario y a domicilio para los empleos menos masificables o recualificables, y respectivamente más pobres y desarticulables, de las sucesivas fases del ciclo productivo.» (pág. 183)

Previsiones acertadas y errores de la investigación militante
El primer número de los Quaderni no termina aquí, también forman parte de él otras contribuciones importantes, pero las ya citadas pueden ser suficientes para dibujar un cuadro general de los méritos y debilidades —o, mejor dicho, extremismos— de la investigación militante de aquellos años, méritos y defectos que compartían tanto el grupo que se conformó en torno a la figura de Alberto Magnaghi como otras experiencias que se reivindicaban parte del operaísmo.

Ahora sabemos bien qué estaba sucediendo en la cúspide del capitalismo italiano de aquellos años, y todo lo que sabemos niega la existencia de una lúcida contraofensiva capaz de frenar y neutralizar el empuje obrero que había tenido lugar durante el Otoño Caliente y que había proseguido ininterrumpidamente incluso después de la crisis del petróleo, aun con un nivel de tensión mucho menor. No cabe duda de que la patronal italiana fue capaz de reformular una estrategia vencedora después de los años 75-76, pero al mismo tiempo que conseguía ese resurgimiento, mostró también momentos de auténtico desconcierto, pulsiones autodestructivas y, sobre todo, un grado de conflictividad interna que en ocasiones colocó el conflicto de la guerra de clases en un segundo plano. 

No fue solo el escándalo Montedison y la trágica deriva generalizada de toda la industria química italiana —que privó al país de uno de sus recursos industriales más importantes—; no fue solo el escándalo de Alfa Romeo y la destitución de Luraghi: el virus de la degradación empezó a infectar el grande y glorioso sector público, convertido en escenario de correrías entre corrientes democristianas rivales. Fueron también las operaciones de internacionalización, inteligentes solo en apariencia, como la que llevaron a cabo Pirelli y Dunlop, o el caso Innocenti-Leyland; historias todas ellas que demuestran una incapacidad para llevar a cabo el salto cualitativo que la nueva división internacional del trabajo a nivel planetario empezaba a marcar. Son años en los que las finanzas, en lugar de ser un estímulo y un empuje para el progreso industrial, se convierten en instrumento de cristalización de las relaciones de poder y de consolidación de una oligarquía —los salones altos de Mediobanca—, o bien en un auténtico prostíbulo donde exempleados y aventureros de todo tipo tratan de desestabilizar empresas e instituciones. Mientras que en nuestro análisis de entonces el capitalismo mundial aparecía como una máquina perfecta dotada de una sala de mandos capaz de mantener todo bajo control, la realidad de ese supuesto alto mando en Italia estaba plagada de focos de caos.

A pesar de estos defectos, a pesar de los extremismos en los que caímos quienes participamos de la experiencia en aquel período, ni el crítico más acérrimo podría negar que los investigadores y las investigadoras de los Quaderni del territorio demostraron su capacidad para mirar lejos y enfocar bien. Las tendencias del capitalismo que consiguieron identificar habríamos de encontrarlas en las décadas siguientes, y ese mérito no puede ser atribuido a otra cosa más que a la estrecha relación del grupo de investigación con las luchas obreras, una participación que constituye la esencia misma de la investigación militante. Sin duda el mérito es también atribuible a las enseñanzas operaístas, porque aquel sistema de pensamiento implicaba necesariamente un comportamiento cívico y ético adecuado. La investigación militante no se realiza solo en bibliotecas o edificios institucionales, sino también —o principalmente— sobre el terreno, no cerca de las luchas sino dentro de ellas.

Se trata de una filosofía que acompaña toda la trayectoria de los Quaderni y que tendrá además una importante prueba a finales de 1977, cuando por iniciativa de los redactores de la revista se organiza en Milán, en la sede de la Facultad de Arquitectura del Politécnico, un congreso sobre empleo juvenil, junto con otras revistas entre las que se encuentran Primo Maggio, aut aut y Marxiana.

El clima resulta de nuevo efervescente. En los meses previos ha crecido en la universidad y en los institutos el llamado «movimiento del 77», que generaba no pocos problemas tanto a la política institucional de izquierdas y a los sindicatos como a las área extraparlamentarias. Un nuevo sujeto social que llamamos «proletariado juvenil» entraba en escena y parecía querer cortar puentes con la generación del 68, mientras que el postoperaísmo —si es posible usar el término de aquí en adelante—  sí fue capaz de identificar algunas de las características más estimulantes del nuevo movimiento y establecer un diálogo con él. El movimiento del 77 fue un incendio que rápidamente se extinguió, un fuego que aun así produjo algunas de las ideas sobre las que todavía hoy podemos seguir trabajando y con las que se identifican las acciones de muchos y muchas que actualmente se mueven en torno al anticapitalismo. 

El congreso organizado el 77 en Milán tenía por tema la «ocupación juvenil» y en el se debatió, junto a otros asuntos, la ley de preempleo que el parlamento había aprobado con la determinante contribución de la oposición [liderada por el PCI con mayor representación de su historia, N. del T.]. El Estado creó listas especiales a las que rápidamente se apuntó la mayoría del millón de jóvenes desempleados menores de 25 años de la época. Este sector de la población podría haberse convertido en la base de un nuevo movimiento político y social, un sector que en parte generaba preocupación, en parte esperanza, y que en parte tentaba a quienes querían aprovecharse de su existencia. La ley de preempleo apoyaba e incentivaba la constitución de cooperativas de trabajo y otras iniciativas mutualistas, con una visión claramente laboralista, mientras que en el movimiento del 77 la consigna del rechazo al trabajo, entendido como rechazo a la explotación, apuntaba en dirección contrario. En septiembre, los sindicatos mayoritarios [CGIL, CISL y UIL, N. del T.] habían invitado de forma explícita a los jóvenes a construir ligas de parados y a unirse a la estructura de los sindicatos a través de esas formaciones supuestamente autónomas, como si fuera posible fundar una federación de jóvenes parados dotados de plena autonomía dentro de una federación de tradición gremial. Ese mismo mes, las corrientes y grupos más radicales del movimiento del 77 convocaron en Bolonia un gran encuentro para dotar de cuerpo político y estructura organizativa al movimiento. Ambos proyectos fallaron: los jóvenes parados no se fiaban de los sindicatos, mientras que la rivalidad interna entre grupos unida a la fortísima presión externa ejercida por las organizaciones armadas, hizo que los buenos propósitos del encuentro de Bolonia se fueran al traste. Quaderni del territorio y el resto de organizadores del congreso de Milán no se rindieron ante ese fracaso de organización del movimiento, defendiendo que un nuevo encuentro, preparado mediante una investigación empírica robusta permitiría un acercamiento más reflexivo y ponderado al problema de la organización, más eficaz que el estilo agresivo y los eslóganes vociferados que habían caracterizado el encuentro de Bolonia. Naturalmente se engañaban a sí mismos: el magma del movimiento del 77 había seguido cociéndose a fuego lento, de forma que gestionarlo o pensar en controlarlo resultaba cada vez más complicado. La presión de los grupos armados era cada vez más fuerte, alcanzando su culmen unos meses más tarde, el 16 de marzo de 1978, con el secuestro de Aldo Moro y el asesinato de todos sus escoltas. Se estaba preparando un dramático ajuste de cuentas que acabaría engullendo, entre otros, a algunos de los protagonistas de aquella emocionante aventura intelectual que fueron los Quaderni. Aún así, la semilla plantada en aquellos años tendría tal carga vital que, tras un largo periodo de represión/depresión en el que todo aquello que los años 70 habían producido e innovado parecía haber quedado reducido a cenizas, las ideas, los descubrimientos, las provocaciones y apuestas por la investigación de los Quaderni del territorio y otras revistas consiguieron regresar, imponiéndose por su calidad. Nacidas como un típico producto del fordismo, el pensamiento operaísta se había convertido en uno de las mejores intérpretes del postfordismo. 

El número 5 de los Quaderni del territorio reúne gran parte de las reflexiones que surgieron durante el encuentro de Bolonia. En el editorial, titulado «Ocupación juvenil, fábrica extendida, investigación obrera», de Giancarlo Capitani, Alberto Magnaghi y Augusto Perelli, se aprecia el sentido que los organizadores habían querido darle al encuentro, mostrando de forma clara sus perspectivas de desarrollo:

«Las nuevas formas de cooperación, producción y consumo en el sector servicios, la agricultura y la artesanía (que se proponen, más que como forma específicas de “contraeconomía” y autosuficiencia, como tensiones de ruptura de las jerarquías en las estructuras productivas, como igualitarismo en la retribución, como producción de bienes generalmente conectados a valores de uso emergentes en la vida asociativa); las tendencias masivas al desarrollo del trabajo autónomo, vinculado al desarrollo del doble trabajo y al uso del salario como garantía de los servicios (especialmente en el comercio, la artesanía, y el sector terciario, así como en la industria, aunque con otras connotaciones, ya de abierta dependencia de las grandes empresas); el desarrollo de formas ilegales de cooperación y producción (como, por ejemplo, las «economías del gueto»); la aparición de formas de autogestión o gestión alternativa de las estructuras de distribución (alimentación, información, librerias, etc.); formas autónomas de gestión de la producción de la información (radios libres, prensa en circuitos alternativos, etc.) y formas alternativas de gestión e intervención en la prestación de servicios (hospitales, colegios e institutos, centros sociales y culturales autogestionados, etc.). Todas esas experiencias, ya presentes en el movimiento, solo tocan tangencialmente el problema de la producción, lo cual resulta aún más claro si analizamos los aspecto económico-productivos que presentan. En la mayoría de casos, los proyectos forman parte de la producción comercial a pequeña escala, oscilando sus valores políticos entre la autogestión y la autoexplotación, y ubicándose en estrechos sectores con una baja composición de capital. Por tanto, debemos analizar esas experiencias no tanto en su aspecto empresarial-productivo, sino en la tensión política que representan en relación al conjunto del aparato productivo, como palanca de la relación entre las necesidades emergentes y la producción. Y teniendo también en cuenta, en la investigación, el modo en el cual la determinación social de las necesidades y los valores de uso se encuentra con en toda su dimensión en las relaciones de producción capitalistas […] El hecho de que en la actual fase no exista un sujeto central, hegemónico en lo que respecta a la fuerza de trabajo, impone que la investigación haya de hacerse partiendo de las especificidades de cada estrato de clase y componentes del movimiento, configurándola como proceso activo de debate, más que como un análisis objetivo y externo a las formas e instrumentos de las luchas. Por estos motivos, consideramos la encuesta obrera actual un complejo terreno de coinvestigación». (págs. 15-16)

Como podemos observar, ya entonces se habían trazado de forma clara algunas líneas concretas de investigación que nos darían la fuerza para superar la crisis de los años 80 y 90, retomando una iniciativa con perspectivas para la representación y protección de las nuevas formas de trabajo, para la construcción de un estilo de vida alternativo, un nuevo ordenamiento del territorio y un intento de resistencia a los cambio climáticos ya en acto.

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