de Carla Panico
Publicado en italiano en DinamoPress el 04/03/2023
Traducción inédita
Respecto a tragedias como la de hoy, no creo que se pueda afirmar que exista, en primer lugar, el derecho a partir […] Es un tema de gran complejidad, solo hay una cosa que hay que decir: no deben partir […] Cuando se está en esas condiciones no hay que partir; si no lanzamos al mundo, también a los territorios desde los que viajan esas personas, un mensaje que es ético antes que nada: no hay que partir, no hay que exponer a mujeres y niños, y a cualquier otra persona, a las condiciones de peligro […]
Matteo Piantedosi, ministro de Interior italiano
(27 de febrero de 2023)
¿Cuánto nos ha convencido, en estos años, una lectura binaria, a todos los niveles, de las migraciones, una contraposición clara entre las personas que parten y las que se quedan?
¿Cuánto nos ha convencido esa narración heroica sobre quienes “deciden” quedarse, como si se tratara de una simple decisión y no de un proceso? ¿Cuánto nos ha seducido la vaga idea de que inmigrar equivale a huir?
¿Cuánto, aún hoy y también en esta ocasión, la izquierda se muestra obsesionada por la convicción de que la legitimidad de un proceso migratorio hay que establecerla en base a la gravedad de las condiciones de partida?
Soy totalmente consciente de que, de alguna forma, resulta comunicativamente más fácil evocar la diferencia entre migrantes y refugiados (leo en estos días, sobre las últimas muertes que cargamos sobre la conciencia que «habrían podido disfrutar del derecho de asilo en Europa», como si cambiara algo que efectivamente cambia), que resulta más sencillo reconstruir penosos escenarios de países devastados por la guerra, los cuales «no dejan otra elección más que marcharse».
A pesar de eso, la elección existe siempre, en eso tiene razón Piantedosi. Precisamente a causa de esa paradoja, hemos quedado subyugados a la peor retórica de los nacionalistas, siguiéndoles el juego por el campo de la legitimidad del viaje, midiendo el sufrimiento o la pobreza —o la persecución política, la violencia familiar, las expectativas de género y los infinitos motivos por los que, dentro de cualquier flujo histórico, un día alguien decide marcharse y el día anterior no— para demostrar que las personas que han acabado muriendo, merecían llegar.
Se me vienen a la cabeza dos cosas, quizás triviales. La primera es que, como diría el bueno y triste de Sayad, la migración nos concierne a tod*s, a quienes se quedan y a quienes se van, a quienes se despiden y a quienes se encuentran en el lugar de destino, que somos tod*s parte de este hecho total, incluid*s quienes quieren bloquear el inicio del viaje, incluid*s quienes hacen ciertas distinciones, incluid*s quienes han pensado alguna vez que “quedarse” es índice de algún tipo de superioridad moral y no el resultado de una serie de coyunturas que se generan en el cruce de caminos entre los privilegios y las opresiones.
La segunda cosa me la repite desde siempre uno de mis más apreciados maestros, Gennaro Avallone: que las migraciones hay que verlas y leerlas, antes que nada, como grandes actos de valor.