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Ochenta días de huelga de hambre. El caso de Alfredo Cospito y «los buenos»

«También en Italia, en los últimos años, han muerto personas presas en huelgas de hambre […] en la casi total indiferencia de la opinión pública. Gracias a una movilización continua y extendida, se ha conseguido llamar la atención sobre el caso de Alfredo Cospito […] No queremos un mártir, sino el fin del régimen del 41-bis y una nueva conciencia sobre la justicia y la cárcel en Italia.»

de Wu Ming
Publicado en italiano en Giap el 09/01/2023
Traducción inédita

En el momento de traducir este texto (16 de enero), Alfredo Cospito continua su huelga de hambre. Ya han pasado 87 días desde que empezara la protesta (N. del T.).

Tras décadas de «huelgas de hambre» —por decir algo, meramente simbólicas, a menudo solo mediáticas, anunciadas por cuestiones de escasa relevancia—, ya no nos impresiona oír que una persona está en huelga de hambre. Por lo menos en Italia, el concepto está gastado, y una pésima información hace el resto.

La mayor parte de personas no se imagina cómo es una huelga de hambre.

Así que hay que hacerlo entender.

Vamos con un par de ejemplos, dos historias ocurridas aquí en Europa.

1. La historia y el cuerpo de Holger Meins

Holger Klaus Meins, militante de la Rote Armee Fraktion, es arrestado en Frankfurt el 1 de junio de 1972 y puesto en aislamiento total en la cárcel de Koblenz. Todas las celdas a su alrededor están vacías.

En enero de 1973, Holger empieza su primera huelga de hambre. Una huelga colectiva, declarada por todos los miembros de la RAF en prisión y suspendida cinco semanas más tarde.

Holger es transferido a la cárcel de Wittlich, donde en mayo de 1973 retoma la huelga. Ya delgado de por sí, el ayuno lo consume a ojos vistas. Tras cinco semanas, lo ponen en régimen de alimentación forzosa: dos veces al día los funcionarios le introducen un tubo en la garganta, como se hace con las ocas de foie gras, y le bombean comida líquida hacia el estómago.

La alimentación forzosa es una práctica violenta, que induce náuseas y sensación de ahogo, produce desgarros e infecciones en la cavidad oral y el esófago y, por el frecuente contacto entre sangre, mucosas y pus, puede causar distintas enfermedades. No sirve para salvarte, sino para ganar tiempo. Asegura la extensión de una vida desnuda y, mientras tanto, te devasta más que el hambre.

Tras otras dos semanas, la RAF vuelve a suspender la huelga.

El 13 de septiembre de 1974 empieza la tercera huelga, a la que adhieren unos cuarenta presos y presas, y que durará cinco meses. A las tres semanas, se activa la alimentación forzosa para Holger. Al poco tiempo se descubrirá que le dan poco más de cuatrocientas calorías al día. Lo suficiente para que pueda vegetar. Su físico está en un estado grave, ya no es capaz de soportar ni el ayuno ni el tubo.

El 8 de noviembre Holger está sin fuerzas. Pide ver a su abogado, Siegfried Haag. Este debe insistir para ser admitido en la cárcel y poder visitar a su asistido. Cuando por fin lo consigue, queda horrorizado: Holger está en condiciones terminales, un esqueleto con piel. Con su metro ochenta y pico de altura, pesa poco más de treinta y nueve kilos.

Es viernes por la noche y no está presente ni siquiera el médico de la cárcel, que se ha tomado el fin de semana libre. Haag llama por teléfono al juez competente para pedirle una visita médica urgente. No se la conceden.

Holger se apaga pocas horas después, al amanecer del sábado 9 de noviembre, tras 57 días en huelga. Acababa de cumplir 33 años.

La foto del cuerpo sobre la mesa de autopsia —advertencia: imagen horrible, insoportable, que toca hasta el olfato— se filtra y provoca un escándalo. Con su publicación, la huelga de hambre deja de ser algo vago. Por un instante, resulta evidente el cinismo de las autoridades de la República Federal Alemana, que han permitido que se llegara a ese final.

Precisamente aquella foto empuja a decenas de personas a alistarse en la RAF. Hans Joachim Klein, militante del grupo Revolutionäre Zellen, la lleva siempre en la cartera y la mira de vez en cuando. «Para mantener afilado mi odio», dirá.

Otro efecto de la emoción suscitada por el caso fue que, en 1975, la Asociación Médica Mundial declara que la alimentación forzosa de las personas presas es un tipo de tortura, y la incluye entre las prácticas de las que un médico no debe hacerse cómplice.

«Cuando un preso se niega a nutrirse y un médico lo considera capaz de realizar un juicio íntegro y racional sobre las consecuencias de tal negativa voluntaria, aquel no debe ser nutrido artificialmente […] La decisión sobre la capacidad del preso para realizar ese juicio debe ser confirmada por, al menos, otro médico independiente. Las consecuencias de la negativa a nutrirse deben ser explicadas al preso por parte del médico.»

Claro está que se puede sortear el obstáculo declarando al detenido incapaz de tomar una decisión racional.

Y, en cualquier caso, en medio mundo se seguirá usando el tubo. También en nuestro occidente. A menudo, «en defensa» del propio occidente y, como suele decirse, de «sus valores». Como en Guantánamo.

2. La historia más célebre: Bobby Sands
La huelga de hambre más famosa de la historia europea tiene lugar en 1981 en la cárcel de Long Kesh —conocida como «The Maze», el laberinto— en Irlanda del Norte.

Entre marzo y junio mueren diez militantes del IRA y el INLA.

El primero en apagarse es Bobby Sands, de 27 años, que se convertirá en el mártir más famoso relacionado con este tipo de lucha.

Belfast, 5 de mayo de 1981. Funeral de Bobby Sands.

La historia de la batalla de Sands en la cárcel y de su muerte la cuenta con un realismo impresionante Steve McQueen en su película Hunger (2008).

Quien quiera saber qué es una huelga de hambre, que vea la foto del cuerpo de Holger Meins y la interpretación de Michael Fassbender en Hunger.

3. Italia, Alfredo Cospito y «la izquierda»
También en Italia, en los últimos años, han muerto personas presas en huelgas de hambre. Los tres casos más recientes son los de Salvatore «Doddore» Meloni (2017), Gabriele Milito (2018) y Carmelo Caminiti (2020). Los tres murieron en la casi total indiferencia de la opinión pública.

En cambio, gracias a una movilización continua y extendida, se ha conseguido llamar la atención sobre el caso de Alfredo Cospito. No lo suficiente, pero mucho más de lo que habría cabido esperar.

Cospito está en huelga de hambre desde hace 80 días. Ya en diciembre escribíamos sobre su caso, y hemos hablado en público sobre él en diversas ocasiones. La última presentación de Ufo 78 [libro más reciente del colectivo Wu Ming, aún no publicado en castellano, N. del T.] antes de la pausa festiva, en la Biblioteca Classense de Ravena, la empezamos leyendo este artículo de Adriano Sofri, publicado en el Foglio. Se trata de un medio que detestamos, pero el artículo es perfecto, especialmente el final. Aun a día de hoy es de las cosas más claras y fuertes que se han escrito sobre el tema.

Durante los últimos días, un vasto grupo de juristas e intelectuales ha dirigido un llamamiento al ministro de Justicia, Carlo Nordio, pidiendo que se saque a Cospito del régimen de detención del 41-bis [similar al régimen FIES español, N. del T.]. Desde diferentes lugares, hemos visto que se comentaba: «Con este gobierno de fachas, qué te vas a esperar…».

Lo que pasa es que quien encerró a Cospito en el 41-bis, y quien defendió públicamente esa decisión, fue Marta Cartabia, ministra de Justicia del gobierno presidido por Mario Draghi. Y las primeras alarmas sobre una posible extensión del 41-bis —de su aplicación para capos mafiosos a presos políticos y disidentes en general— se remontan a los tiempos del gobierno presidido por Paolo Gentiloni, cuyo ministro de Justicia era Andrea Orlando, del Partido Democrático.

En realidad, la historia de Cospito es el culmen de un largo proceso en el que ha sido a menudo protagonista la otra derecha, esa que ha estado más veces y durante más tiempo en el gobierno, esa que se hace llamar «la izquierda»: dirigentes y opinionistas del Partido Democrático y de sus formaciones-satélite; firmas y firmillas del partido-periódico Repubblica y del resto de la prensa de nuestro liberalismo; fiscales y jueces miembros de Magistratura Democrática y, en general —tomamos aquí prestado el título de una novela [inédita en castellano, N. del T.] de Luca Rastello— «los buenos».

Ha sido «la izquierda» la que ha asestado los peores golpes autoritarios y represivos. Es en el mundo de los «buenos» donde se ha hinchado como un blob ese purulento batiburrillo de restos estalinistas, mentalidad policial, apología de las «reglas», fetichismo de la «legalidad» como valor en sí mismo, adhesión al There Is No Alternative neoliberal, etc.

Reconstruir los procesos que han convertido en hegemónica, dentro de «la izquierda», ese tipo de subcultura es mucho más de lo que podemos hacer en este artículo.

Haría falta remontarse a los años 70, al periodo de la Emergencia y de las leyes especiales, a la línea del «rigor» durante el secuestro de Aldo Moro.

Luego habría que desmontar un cierto culto a la legalidad y al Estado que ha explotado los símbolos de la antimafia para hacerse incontestable y poder invadir así cada vez más ámbitos.

Más tarde estaría bien explicar el papel que tuvo el proceso Manos Limpias, e inmediatamente después el «antiberlusconismo», postura instrumental usada para imponer ese menosmalismo que nos ha devastado.

A lo largo de esa línea habría que colocar conceptos-eslogan como «incivismo», «decoro» o «seguridad», magistralmente diseccionados por Wolf Bukowski en su libro La buona educazione degli oppressi [La buena educación de los oprimidos, inédito en castellano, N. del T.] (ed. Alegre, 2019).

Al final, se llegaría a la gestión de la emergencia pandémica, que en «la izquierda» —incluso en aquella que se suele llamar «radical»— sigue siendo el gran tabú.

En suma, más de cuarenta años de involución ideológica. Reconstruir ese periodo está más allá de nuestras fuerzas. Lo único que podemos hacer es ponerle la mosca en la oreja a quien se dedica a la investigación histórica. Y poner ejemplos.

4. «Los buenos» y la represión: el caso de Turín
¿No se hizo acaso famoso uno de «los buenos» por crear un equipode jueces contra el movimiento No TAV dentro de la fiscalía de Turín?

Ese equipo, como ya contábamos en Un viaggio che non promettiamo breve [Un viaje que no prometemos breve, inédito en castellano, N. del T.], llevó a cabo vastos experimentos jurídico-mediáticos partiendo de una extensión, con pocos límites, del concepto de «terrorismo» y de un uso más que desinhibido de la imputación por delitos asociativos.

Experimentos gracias a los cuales —tal y como ha explicado Xenia Chiaramonte— ha tomado forma no solo un repertorio de distintos escamoteos y estrategias de criminalización, sino también un nuevo modelo «neopositivista», un auténtico «derecho penal de lucha» basado en la perfilación del enemigo político e incluso cultural.

En pocos años, el Turín «democrático» se ha convertido en la capital moral de la represión, para gran satisfacción y entusiasmo del Partido Democrático y su mundillo. Basta pensar en los tonos con los que el hoy exdiputado Stefano Esposito aclamaba cada carga de los antidisturbios, cada arresto, cada condena penal. Es el primero que se nos ha venido a la cabeza, pero sin duda no era el único.

La guerra al movimiento No TAV y, subsidiariamente, a los centros sociales de la ciudad, ha creado escuela y ha sugerido modos de enfrentar o prevenir otros tipos de insurgencias.

Fue la Fiscalía de Turín la que le dio una nueva vida a la «vigilancia especial» —última descendiente del confinamiento fascista [encarcelamiento reservado a presos políticos que se llevaba a cabo en lugares aislados, como la isla de Ventotene, N. del T.], con el que tiene muchos elementos en común—, represión preventiva aplicada a sujetos «socialmente peligrosos». Hoy día, ese instrumento se utiliza para atacar las nuevas luchas sobre medio ambiente y clima. Hace pocos días, se pidió la vigilancia especial para Simone Ficicchia, de 20 años, natural de Voghera y activista de Última Generación.

Fue también la Fiscalía de Turín la que pidió que se reclasificase el delito cometido en 2006 por el que Cospito estaba en prisión cuando se le aplicó el régimen de aislamiento: haber colocado un explosivo de baja potencia frente a la Escuela de Cadetes de los Carabinieri en Fossano (Cúneo). La acción pasó de ser interpretada bajo el artículo 422 al 285 del Código Penal: no se trataba ya de un intento de masacre contra «la incolumidad pública», sino contra «la seguridad del Estado», aunque no hubiese habido ningún tipo de víctimas, ni muertos, ni heridos; ni siquiera de levedad.

La diferencia entre ambos delitos es la que existe entre pasar veinte años en la cárcel y pasar toda la vida dentro de ella, esto es, la cadena perpetua sin reducciones, oficialmente anticonstitucional y, no obstante, aún vigente, e incluso defendida —exactamente igual que el régimen del 41-bis— por muchos de «los buenos».

Esos mismos que han demostrado ampliamente que la huelga de Cospito, y su posible destino, les da exactamente igual.

5. La «maquinaria» vs. el cuerpo de Alfredo
Alfredo Cospito resiste porque, a diferencia de Holger Meins y Bobby Sands, empezó su huelga de hambre con un físico robusto, pero a día de hoy ha perdido treinta y seis kilos y se encuentra en una situación que, quizás no es desesperada, pero sin duda sí muy grave.

Como ha escrito Adriano Soffri en el artículo indicado anteriormente,

«la única forma que tenía Cospito para volver a ser una persona era destinar su proprio cuerpo a una muerte no retrasada por la norma de la pena sin fin. La suya es una huelga de hambre dura, que lo ha llevado a condiciones alarmantes. En apariencia, dos extremismos se encuentran enfrentados. Por un lado, la escalada de la “justicia”, que es anónima o como si lo fuera, una auténtica maquinaria asegurada por la irresponsabilidad personal. Por otro lado se encuentra la voluntad del preso de llegar “hasta el final”. Todos ven —no pueden no verlo— que no hay nada de simétrico entre ambos extremismos.»

Frente a la maquinaria, Cospito no tiene más que su propio cuerpo.

Pero nosotros no queremos ver ese cuerpo en una foto como la que se tomó en Wittlich.

Nosotros queremos que Alfredo viva.

No queremos un mártir, sino el fin del 41-bis y una nueva conciencia sobre la justicia y la cárcel en Italia.

2 respuestas a «Ochenta días de huelga de hambre. El caso de Alfredo Cospito y «los buenos»»

[…] Respecto al 41-bis, se sigue esperando que se pronuncie el Tribunal de Casación, pero los tiempos serán largos y la carrera contra el tiempo avanza rápidamente, porque los días de huelga de hambre siguen pasando y la cifra alcanzada empieza a ser considerable. Solo por poner un ejemplo muy famoso: Bobby Sands murió tras «solo» 66 días de ayuno. […]

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[…] Han pasado ya 105 días desde que Alfredo Cospito empezara una huelga de hambre contra el régimen carcelario de aislamiento del 41-bis y la cadena perpetua no revisable. La médica encargada de visitar a Cospito en prisión declaraba hace unos días que el militante anarquista ha perdido ya más de cuarenta kilos. A pesar de haber recibido una advertencia oficial para no hacerlo, la médica ha seguido comunicando a la radio libre Onda d’Urto el resultado de sus visitas: “La situación clínica de Cospito es estable, pero podría precipitar en cualquier momento”. Dadas sus condiciones de salud, a principios de semana fue trasladado a la cárcel de Opera, en Milán, que cuenta con una sección de aislamiento dotada de equipos médicos. El cuerpo de Alfredo resiste desde hace más de tres meses a la ausencia de alimentos —más allá de pocos integradores y alguna que otra cucharada de miel— y si hasta ahora no ha sucumbido ha sido, probablemente, por su fuerte complexión de partida. Para entender lo extraordinario del caso, basta pensar en otras históricas huelgas de hambre: Holger Meins murió tras 57 días sin comer, mientras que Bobby Sands se derrumbó a los 66 días. […]

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