de Franco ‘Bifo’ Berardi
Publicado en italiano en Effimera el 16/07/2022
Traducción inédita
En 2017 me invitaron a participar en documenta14. Escribí el texto de una performance dedicada a los sufrimientos y la muerte de innumerables personas migrantes que provienen de países en los que la guerra y el hambre hacen la vida imposible. Como bien sabemos, esas personas son expulsadas o se ahogan en el Mediterráneo, o bien son detenidas en campos de concentración a lo largo de la costa que va desde Turquía hasta Grecia hasta el sur italiano hasta Ceuta hasta Calais. Por eso el título de la performance era Auschwitz on the beach, y según mis intenciones se trataba de un homenaje a las víctimas del nazismo del pasado siglo y a las víctimas del racismo europeo de hoy día.
El anuncio de la performance provocó protestas en la prensa y un pequeño grupo de personas, con banderas israelitas, acudió para protestar contra el título de mi obra. Ni siquiera hablé con ellos, pero sí fui al centro judío Sara Naussnaum, donde me reuní con la directora del centro Eva Schulz-Jander y el resto de miembros del personal. Tras una amistosa conversación, Eva y sus colaboradores me expresaron su acuerdo sobre el hecho de que las “devoluciones en caliente” que sufren los migrantes hoy día recuerdan a las expulsiones de los 120.000 judíos que en 1939 intentaron desembarcar en las costas inglesas y norteamericanas. Pero me dijeron también que el título de mi performance tenía efectos dolorosos en personas con memoria directa del Holocausto. Así que decidí sustituir la performance por una conferencia pública, la cual realicé en la sala central del Fredericianum. El tema era el racismo de ayer y hoy. Eva Schulz-Jander me acompañó al Fredericianum, donde muchos amigos me expresaron su solidaridad contra la intolerancia de ese pequeño grupo de fanáticos con banderas israelitas. Cinco años después, la intolerancia es aún malvada, más arrogante, más violenta.
Ahora me llega la noticia de que alguien en Kassel está preparando un encuentro que tendrá lugar en la Philipp-Scheiemann Haus con el título:
Antisemitismus im Nah-Ost-Konflikt und in der Kunst der postbürgerlichen Gesellschaft
En la página facebook leo un anuncio público en el que me definen «antisemita»:
Un grupo de artistas y activistas anti-Israel han sido invitados a documenta15 con el colectivo de Ramallah The Question of Funding. Nuestra investigación sobre esa invitación ha sacado a la luz que muchos de los funcionarios y organizadores del evento artístico pertenecen al área antiisraelí y, en algunos casos, a la escena cultural antisemita. Este fenómeno no es nuevo: la conversación con Edward Said en documenta10, la jirafa antisionista de Peter Friedl en documenta12 y la aparición del antisemita Franco Berardi en documenta14 indican que nos enfrentamos a una conexión sistemática.
Tras haber leído el comunicado decidí responder al insulto, aunque aquellos che lo habían pronunciado no merecieran ni un segundo de mi atención, tan solo mi desprecio.
No me gusta usar la palabra identidad, que considero conceptualmente equívoca, pero si tengo que hacerlo diré que para mí la identidad de una persona no se basa en la pertenencia, sino en el desarrollo de la conciencia. No es la sangre o la tierra, sino las elecciones éticas e intelectuales las que definen el estilo (o, si lo preferís, la identidad) de una persona.
Por lo que me respecta, las influencias culturales que han modelado mi estilo de pensamiento provienen de la lectura de novelistas y filósofos judíos, y reconozco en mi formación la huella del judaísmo de diáspora, desde Spinoza a Benjamin.
No solo he leído apasionadamente a Isaac Basheevis Singer, Abraham Jehoshua, Gershom Sholem, Akiva Orr, Else Lasker Shule, Daniel Lindenberg y Amos Oz, sino que he interiorizado el punto de vista de esos intelectuales, los cuales han sido portadores de la Razón sin Raíces (Heimatloss Vernunft), pilar de la democracia moderna y el internacionalismo proletario. La condición judía de deterritorialización forma parte de los cimientos formativos del intelectual moderno, el cual no realiza sus elecciones por motivos de pertenencia, sino que se apoya en conceptos universales.
En Una historia de amor y tinieblas, Amos Oz escribe: «Mi tío era un europeo consciente, en un momento en que nadie se sentía europeo en Europa, más allá de los miembros de mi familia y otros judíos como ellos. Todos los demás eran paneslavos, pangermánicos o, simplemente, patriotas lituanos búlgaros irlandeses eslovacos. Los únicos europeos en Europa en los años 20 y 30 eran judíos.»
Por todo esto, afirmo que el judaísmo es parte irrenunciable de lo que yo soy, y considero el epíteto «antisemita» como el peor de los insultos. Considero que los antisemitas son precisamente aquellos que organizan pogromos a través de Facebook, como esos señores que se reunirán en la Philipp-Scheiemann Haus el 16 de julio a las dos de la tarde.
En el último siglo, como consecuencia de las persecuciones, una parte del pueblo judío ha sido obligada a identificarse como nación, ocupando un espacio que daba hogar a millones de palestinos. La posibilidad de convivencia pacífica ha sido eliminada por los prejuicios nacionalistas, y eso ha preparado el terreno para hostilidades crecientes, las cuales están devastando no solo la vida de los palestinos, sino también la de los israelíes.
La declaración que se votó en Knesset en 2018, según la cual Israel es un Estado exclusivo de los judíos, no solo viola los principios fundamentales de la democracia y la dignidad igualitaria, sino que tira a la basura la herencia misma de la cultura judía.
Esta es la paradoja de la identificación: aquellos que más duramente han sufrido el racismo en el pasado son hoy día agresores racistas.
Mi punto de vista sobre el conflicto en Oriente Medio ha estado siempre lejos del nacionalismo árabe, ya que no acepto el principio identitario que alimenta agresividad y fascismo. Por eso nunca he creído en la política de los “dos pueblos, dos Estados” que asume el principio de identidad étnica del Estado nacional. La separación de ciudadanía política e identidad cultural es una premisa irrenunciable de la civilización democrática.
Es la primera vez que escribo sobre estos temas porque, lo confieso con un poco de vergüenza, tenía miedo. ¿Miedo de qué? Miedo de ser acusado de una culpa que considero repugnante: el antisemitismo. Pero el insulto que leo en el comunicado de aquellos que se reunirán en Kassel el 17 de julio me libra de cualquier tipo de miedo.
Ya no me da miedo que me insulten aquellos que apoyan la opresión colonial del pueblo palestino, el asesinato cotidiano de jóvenes palestinos cuya única culpa es odiar a los opresores, el asesinato de periodistas como Ayreen Abu Akleh. Esos crímenes, favorecidos y tapados por el Estado israelí, el cual se define (ilegítimamente) como Estado de los judíos, alimentan un antisemitismo que está efectivamente en crecimiento en el mundo.
Una prueba de ello es lo que ocurrió en Kassel en los días de la inauguración, la creación de un horrible dibujo animado lleno de clichés que pesca en el imaginario antisemita del pasado y el presente.
A causa de la violencia sistemática que el colonialismo sionista ha desencadenado en los últimos sesenta años, el horror antisemita está emergiendo de nuevo, y podría convertirse en mayoritario, si no en el discurso público, sí en el subconsciente colectivo. Puesto que no es posible afirmar, dando la cara, que el sionismo es una política equivocada que produce efectos criminales, muchos no lo dicen, pero no pueden impedir pensarlo, y acaban identificándose con el antisemitismo.
Por eso los auténticos antisemitas sois vosotros, los que convocáis asambleas para atemorizar a los artistas.
Vosotros sois los peores enemigos del pueblo judío, la peor amenaza para su futuro.