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«Queremos mucho más que una fábrica. Queremos cambiar las relaciones de fuerza en todo el país.»

de Alberto Prunetti

Continúan las movilizaciones de los trabajadores despedidos por la multinacional inglesa GKN, que hace 112 días ocuparon su fábrica en Florencia. Una movilización que no cede y que intenta situar en su horizonte una huelga general.

de Alberto Prunetti
Publicado en italiano en ValigiaBlu el 30 de octubre de 2021
Traducción inédita

El teatro Puccini de Florencia es un ejemplo apreciable de arquitectura racionalista. Diseñado por Pier Luigi Nervi en 1940, fue ideado como un dopolavoro [asociación que organiza actividades lúdicas y culturales tras el horario de trabajo, N. del T.]para los obreros y las obreras de la empresa manufactura de tabacos adyacente. Esa estructura que debía dar a los trabajadores servicios mínimos en cambio de adhesión y consenso se convirtió en 1944 en un centro de lucha antifascista cuando los trabajadores de la tabacalera se sublevaron contra los nazifascistas, y el torrente Mugnone se transformó en un bastión del pueblo armado. Una placa colocada en la fachada del teatro en 2004 recuerda aquellos eventos. Durante años, la lápida podía parecer una simple reliquia de un pasado lejano para quienes se acercaban al Puccini a consumir espectáculos culturales.

Pero la noche del pasado 28 de octubre los obreros tuvieron el control del teatro. Y aquella historia del ’44 volvió a vibrar en las mentes de quienes miraban la pancarta roja colgada sobre el escenario con la palabra clave de la movilización: Insorgiamo [Sublevémonos]. Con esa asamblea, los obreros abrieron un espacio cultural, a menudo cerrado a los proletarios, para devolvérselo a la comunidad viva, a quienes viven lejos del centro florentino, en las afueras de los distritos industriales. Al menos 500 personas respondieron a la llamada de los obreros de la GKN Driveline, la rama florentina de la multinacional inglesa que produce semiejes para la FIAT y la Ferrari. Dentro y fuera del teatro, en la entrada, en el escenario, en el gallinero, en los palcos, alrededor del bar (aquí la presencia de los obreros fue granítica). Los protagonistas de la lucha obrera más potente de las últimas décadas se reunieron con su comunidad: si vosotros empujáis, nosotros aguantamos.

Y resisten —lo recuerda desde el escenario Dario Salvetti, representante de los trabajadores de la GKN— desde hace ya 112 días. Ciento doce días de asamblea permanente, dentro y fuera de la fábrica, para llevar la fábrica a la ciudad, para visibilizarla contra los mecanismos de gentrificación que transforman el centro en lugar de consumo y empujan a la clase productiva hacia Sesto Fiorentino o Campi Bisenzio, condenándola a la invisibilidad y la marginalidad. Para defender la fábrica de quien pretende deslocalizar la producción, trasladando a países con menos derechos y menos sindicatos las máquinas, esos robots de tecnología 4.0 comprados en parte con dinero público, y empobreciendo así un territorio que desde hace décadas tiene competencias en el sector automovilístico. Competencias que tienen que ver con generaciones de familias obreras, desde los tiempos en los que la fábrica florentina pertenecía a la FIAT, antes de que las nuevas teorías del management industrial destruyeran propiedades y flujos productivos, dejando atrás ecomonstruos en los extrarradios, junto con cadenas de traumas psicológicos y sociales. Un problema que no se resuelve con unos pocos fondos de integración al paro, sino que tiene que ver con la geografía urbanística de barrios y distritos al completo, como el que se encuentra entre Prato, Pistoia, Campi y Sesto Fiorentino. El polo industrial toscano más importante. Desde el escenario, Salvetti sigue hablando. Le dice al público que la GKN es de ellos, es del territorio. Y hace un llamamiento a esa comunidad para que despierte su inteligencia colectiva. Para que sean calle. Para que sean huelga. Para que se preparen para otra manifestación, la del 30 de octubre contra el G20 y la crisis climática. Y para una nueva movilización, que habrá que hacer pronto. Una huelga general.

Salvetti no esconde el cansancio de los obreros. Ciento doce días luchando. Pero no es la lucha la que te cansa. Lo que te cansa es sentir el aliento del patrón en la nuca. La espada de Damocles del despido, las promesas vacías de los poderosos, la violencia de sentirse chantajeado. Palabras que se convierten en humo. Nos aseguran que las fábricas desmanteladas serán reindustrializadas. Se anuncian a bombo y platillo compradores que —como enseña la historia de los conflictos laborales— acaban siempre por no presentarse, siendo solo una estrategia para que bajemos la guardia. Si la GKN solo quiere vender la planimetría de la estructura, nadie la comprará. Si se ha cansado de producir semiejes, que venda todo: edificios, máquinas, robots y, sobre todo, la cartera de clientes. Y seguiremos nosotros, con otros propietarios. O bien que se echen todos a un lado y nos dejen a los obreros el control de la fábrica. Estamos preparados para apoyarnos en la inteligencia colectiva de los abogados laboralistas democráticos que junto a los obreros han escrito una propuesta de ley contra las deslocalizaciones. Hemos tejido redes de investigadores universitarios capaces de hacer que funcionen nuestros robots de la mejor manera posible.

Los obreros somos capaces de retomar la producción de semiejes mañana por la mañana. Pero la producción ha de estar bajo control obrero. Queremos gestionar los beneficios, para que no se conviertan en beneficios para los patrones, sino en riqueza social para el territorio. Pero no, estamos obligados a luchar contra la violencia del sistema. Contra los patrones que no saben producir, que solo saben despedir y cerrar. Que ganan dinero cerrando fábricas y malvendiéndolas en el extranjero. Que reciben beneficios comprimiendo los salarios, acelerando los ritmos y minando la salud de los trabajadores. Nos han hecho trabajar cuando tendríamos que habernos quedado en casa, como todos, durante la primera oleada de la pandemia. Y ahora quieren seguir acumulando cada vez más dinero, y por ese motivo aumentan los accidentes y muertos en el ámbito laboral. Porque están haciendo que los obreros paguen los costes de la pandemia. Con las normas de seguridad reconvertidas en responsabilidades sobre nuestros hombros. Con el pasaporte sanitario para los obreros que se convierte en salvoconducto para los patrones. Y violencia. Un mundo del trabajo que se ha vuelto estructuralmente violento. Y los obreros de la GKN han sentido en carne propia la violencia de los fascistas que invadieron la sede de la CGIL de Roma. Pero también la que sufrieron los obreros de la Textprint de Prato, atacados por esbirros a sueldo por un simple piquete informativo delante de su fábrica.

Luego, Dario Salvetti, desde el escenario del teatro Puccini habla de los baños. Resulta raro escuchar algo así en un teatro, pero los baños son la base de todo. Sobre todo, hoy día, cuando resulta imposible encontrar un baño público y para ir al baño hay que pagar, aunque sea consumiendo algo. Imaginad en qué condiciones está un baño en una fábrica después de un turno de noche. Las operarias —eran sobre todo mujeres— que limpiaban los baños en la GKN (y realizaban además las limpiezas técnicas) se han llevado, por desgracia, la peor parte. No habían sido contratadas directamente por la GKN, sino que el servicio había sido externalizado a otra empresa. Empresa que, teniendo como único o principal cliente GKN, cerró en cuanto llegó la primera amenaza de despido. Hoy esas obreras no tienen un sueldo. Algunas de ellas han participado en la asamblea permanente y han seguido limpiando los baños en estos 112 días. Pero están ya buscando otro trabajo. Esas mujeres han enseñado a los obreros a cuidar las estructuras higiénicas de su fábrica. Y hoy los baños están más limpios que nunca. En manos de los obreros que sienten la fábrica como su propia casa, los baños están igual de limpios que los baños de una casa. Y por todo esto los obreros piden justicia para esas mujeres. Para ellos resulta una violencia haber dejado de tenerlas a su lado en las asambleas.

Soy especialmente sensible al tema de los baños. El que escribe estas líneas ha trabajado como toilet cleaner en un gran centro comercial de Bristol durante aproximadamente un año. Y sabe perfectamente lo mal que se paga ese trabajo y lo socialmente estigmatizado que está. Desde el escenario del teatro Puccini, el obrero de la GKN dice algo evidente: las trabajadoras externalizadas estaban siendo chantajeadas a causa de la externalización. Y la externalización es el cáncer del trabajo. Había que pagar más por ese trabajo de limpieza. Y quien limpia no puede tener un contrato multiservicios lleno de obligaciones y vacío de derechos. Hay que estabilizarlo. Porque la limpieza de los wáteres es la base sobre la que se construye toda forma de convivencia. Y el cáncer de las subcontratas divide a los trabajadores y los mantiene bajo chantaje y empobrecidos. Las obreras de los servicios externalizados son nuestra familia. Luchamos por ellas.

Para concluir, Salvetti pregunta a los propietarios de la GKN que qué quieren hacer. Y dirige la misma pregunta al gobierno: ¿Qué queréis hacer? ¿Quiere el gobierno ofrecerles una salida cómoda a los propietarios ingleses? ¿O quiere defender la riqueza social tutelando el territorio y a los trabajadores? «Nosotros pedimos la nacionalización», dice Salvetti, «pero no un trapicheo como la nacionalización de Alitalia, con un cambio de manos de la compañía entre grandes empresarios pagado con los salarios de las trabajadoras y los trabajadores. Pedimos el control obrero de GKN. Parece un milagro, dicho así, una locura, pero en estos 112 días hemos hecho muchas locuras y muchos milagros. Hemos participado a jornadas continuas de huelga. Hemos ocupado rotondas. De 400 obreros que éramos al principio nos hemos convertido en una multitud de cuatro mil personas, primero, y de cuarenta mil, después. Queremos mucho más que una fábrica. Queremos cambiar las relaciones de fuerza en el país. Queremos una nueva efervescencia de los trabajadores tras el largo invierno de la patronal, que ha durado décadas. Mientras tanto, vamos a Roma, a la manifestación contra el G20 para hacer que las luchas converjan. Con Fridays for Future, con Extinction Rebellion, con los estibadores de Génova, con los trabajadores de Alitalia, con los sindicatos, con los y las estudiantes, con las Casas del Pueblo, con los Círculos ARCI, con las sociedades obreras de mutuo apoyo. Con nuestra gran familia.

Y seguiremos hasta la huelga general. Hacer piquetes en los institutos. Parar las fábricas, inundar las calles y plazas de trabajadores y trabajadoras. Eso haremos. No creemos que sea imposible. Lo creíamos ya hace muchos días, pero está sucediendo y nosotros podemos cambiar las cosas en este otoño obrero. Permaneced pegados con toda vuestra fuerza y vuestra inteligencia. Si vosotros empujáis, nosotros seguimos adelante. La GKN es vuestra». El teatro explota en un aplauso largo y ensordecedor que caldea los corazones de los cientos de personas presentes. Empiezan una serie de discursos. Los mejores son quizás los de una joven estudiante de Fridays for Future y de una obrera metalmecánica precaria del colectivo de mujeres GKN.

Parece sentirse la misma energía que en la huelga de estibadores de Liverpool en los años noventa. Una lucha que duró meses y que generó una solidaridad internacional increíble, proveniente de todos los lugares de la sociedad civil. Entre las cosas que más me sorprendieron, estaba la capacidad de los estibadores de trabajar en el ámbito cultural. Junto con el guionista de la BBC Jimmy McGovern, nacido en una familia obrera, los dockers crearon un curso de escritura working class (en el que participó entre otros Irvine Welsh) con el objetivo de escribir un docudrama sobre su lucha. Cuando la producción se llevó a la pantalla con Channel 4, el guion obrero obtuvo una nominación Bafta al mejor docudrama. Con las ganancias de la emisión y del premio, los obreros compraron un edificio que se convirtió en una especie de sociedad obrera de mutuo apoyo, aún hoy activa en Liverpool. Y escuchar a los obreros de la GKN que hablan desde el escenario de un teatro me hizo pensar en su gran capacidad para trabajar con las herramientas de la cultura y el imaginario. Si se quieren ganar las luchas políticas y económicas, resulta necesario construir un imaginario obrero. El imaginario sirve para cuidarse los unos a los otros, para mantener la moral alta. Así que no es una casualidad si antes de las palabras del representante de los trabajadores, la noche se abrió, como sucede en los teatros, con un breve y emocionante monólogo de una actriz, Gaia Nanni, dedicado a las obreras de la limpieza de la GKN. A la gran familia.

Esta lucha obrera era imposible hace 112 días. Hemos vivido 112 días de imposible. Y es mejor este mundo imposible, lleno de panfletos, de almuerzos con pastas sencillas en la fábrica, de bengalas, de piquetes, de rotondas ocupadas, de niños que juegan al fútbol delante de las verjas de la nave, que el mundo de las posibilidades de plástico que es la normalidad. Nos está gustando éste y no queremos volver atrás. Los ciclos de lucha nacen de la nada, inesperadamente.

Funciona así cuando hay obreros de por medio, no me preguntéis por qué. Las luchas burguesas se transforman en privilegios para pocos iluminados, las luchas obreras crean derechos nuevos y duraderos para todos. Ya ha ocurrido en el pasado. Hay obreros que en los años 70 empezaron a trabajar en un mundo de chantajes y destajo, y se han jubilado con el Estatuto de los Trabajadores y un bagaje de derechos que han dejado a las generaciones posteriores. Incluso para quien nunca ha pisado una fábrica. La lucha da sus frutos. Si nosotros empujamos, ellos resisten.

2 respuestas a ««Queremos mucho más que una fábrica. Queremos cambiar las relaciones de fuerza en todo el país.»»

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