de Cannibali e Re
Publicado en italiano en Cannibali e Re el 24/08/2021
Traducción inédita
La propaganda fascista ha descrito desde siempre a Benito Mussolini como noble padre de la Patria, lúcido, sabio y, por encima de todo, atravesado hasta el tuétano por profundos valores tradicionales. Desde la caída de su régimen, se ha escrito mucho sobre el Duce, incluida su vida privada, pero algunos detalles de ésta han sido a menudo silenciados o simplemente abandonados en la penumbra, como si sacar a la luz las contradicciones entre el Duce-hombre y el Duce-político fuese un error, algo indecente. Nosotros pertenecemos a esa corriente de pensamiento que considera que «lo personal es político», y viceversa. Siguiendo ese principio, los comportamientos de Mussolini no han de ser analizarlos desde una óptica moralista, que claramente no nos pertenece, sino como una consecuencia de sus ideas y enfoques políticos. En especial, la relación del Duce con el sexo femenino ha sido siempre analizado siguiendo una única clave de lectura: Mussolini como gran amante y deseado por miles de mujeres. Si bien es cierto que el Duce tenía una masa casi infinita de admiradoras, también hay que decir que su forma de entender las relaciones íntimas era totalmente carente de cualquier tipo de sentimiento, ya que estaba dedicada exclusivamente a la dominación física de la amante de turno.
Mussolini, desde joven, era conocido por su insaciable apetito sexual, el cual no conseguían satisfacer ni siquiera sus continuas visitas a prostíbulos. La obsesión del Duce por los burdeles era tal que confesaba que tenía que imaginar que todas sus amantes eran prostitutas para poder excitarse. El resultado eran relaciones brevísimas y violentas que, según él mismo admitió en alguna ocasión, eran comparables en ciertos casos a auténticas violaciones. Relaciones tan frecuentes y continuas que Mussolini seleccionó a algunos de sus colaboradores para leer las cartas y evaluar las fotografías de todas las mujeres que le escribían, con el fin de seleccionar a las más desvergonzadas y adaptadas a sus gustos (casadas y vírgenes). Mujeres de las cuales tuvo diversos hijos no reconocidos, los cuales su hermano, Arnaldo, se apresuraba a mantener silenciosamente con fondos públicos.
Solo recientemente, historiadores como Bosworth han reconstruido ese aspecto maníaco del Duce, que emerge también de los diarios de Margherita Sarfatti, una de sus amantes más longevas, que fue azote de la política italiana hasta su exilio obligado tras la aprobación de las Leyes Raciales, ya que era judía. De sus memorias, halladas y publicadas recientemente, emerge un Mussolini iracundo, cocainómano, embriagado por supuestos encuentros con el Demonio y completamente oscurecido por la omnipotencia del poder que conquistó poco a poco.
En resumen, ¿quién era el gran «estadista» que guio Italia durante dos décadas? Una persona sistemáticamente violenta y deseosa de desfogar sobre las mujeres sus más bajos instintos de dominación; un individuo que exigía obediencia y disciplina, pero pasaba más tiempo ocupándose de sus apetitos maníacos que de la cosa pública.