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Toda la culpa es de la rave

de Redacción DinamoPress

En un momento en que la gestión gubernamental de la pandemia sigue generando fuertes críticas, era necesario crear un monstruo estival para llenar las portadas: la rave de Valentano, en los aislados campos del centro de Italia. Un evento que ha desencadenado una furiosa y potente campaña mediático-política que esconde, en el fondo, el miedo del sistema a la existencia de espacios de diversión y sociabilidad que se generan y viven fuera del mercado.

de Redacción DinamoPress
Publicado en italiano en DinamoPress el 19 de agosto de 2021
Traducción inédita

«Hemos avistado un campamento de perroflautas, intentaremos acercarnos con prudencia», decía con el micrófono en la mano y la mirada hacia la cámara una periodista de una televisión local del sur de Italia en el tórrido verano de 2007. A sus espaldas, se encontraba un grupo de jóvenes, reunidos para un teknival que acabó durando dos semanas, volviéndose ingobernable y finalizando con las bolsas de la basura colgadas de los árboles de un antiguo centro de acogida. Han pasado 14 años y las free parties, contra toda nostalgia por una supuesta «edad de oro», han cambiado mucho. Lo que no ha cambiado es la narración mediática y policial. En el país de la doble moral, hacía falta un monstruo estival para llenar las portadas, y helo aquí, caído del cielo: la gran fiesta en los campos de la Tuscia que empezó el pasado 14 de agosto y acabó ayer.

La zona fue ocupada por diez soundsystems y un número incalculable de coches, tiendas y caravanas. Se encuentra en la frontera entre Lacio y Toscana, en medio de varios (y muy lejanos) pueblecitos. El más cercano es Valentano, en la provincia de Viterbo. Según las listas oficiales de la Región Lacio, la zona no es un área natural protegida (la más cercana de este tipo es la Selva del Lamone, que se encuentra a varios kilómetros de distancia)*. Por otro lado, la explanada donde tuvo lugar la fiesta es una propiedad privada, perteneciente al empresario Piero Camilli, antiguo propietario de varios equipos de fútbol (entre los que se hayan el Grossetto y el Viterbo), además de alcalde de Grotte di Castro y candidato a senador en las elecciones generales de 2013 por el partido Hermanos de Italia. «Mis tierras han sido invadidas por una horda de facinerosos», ladraba hace unos días. Y hoy decía a Il Corriere della Sera: «Tengo 70 años y permiso para llevar armas. Iría yo mismo, pero si me tomara la justicia por mi mano sería una derrota para el Estado».

A pocos kilómetros de distancia de los altavoces se encuentra el lago de Mezzano. Antes de la fiesta, en los mensajes de la organización se podían leer invitaciones a la cautela. «Se trata de aguas malditas», cuentan en la zona, recordando varios accidentes. El último se produjo en la tarde del domingo, cuando alrededor de las 19:30, Gianluca Santiago, de apenas 24 años, se sumergió en el lago y no consiguió regresar a la superficie. Aún no se ha aclarado si el chaval venía de la rave o iba de camino a ella. Tampoco se conocen los motivos de la defunción. Se esperan los resultados de la autopsia y los exámenes toxicológicos (que podrían tardar al menos dos semanas en llegar).

Cuando la tarde después del accidente se encontró el cuerpo, entre quienes habían organizado la fiesta se desencadenó un debate sobre si seguir o no, generándose posiciones muy distintas. Más allá de la decisión en sí misma de continuar la fiesta, quizás discutible (pero en la que hay que tener en cuenta el complejo escenario de miles de personas llegadas incluso desde el extranjero), lo que ha sido evidente y objetivo es la durísima campaña mediática que se ha organizado. Nada parecido ocurre en otros ámbitos. La temporada de playa en Roma, por ejemplo, no se ha interrumpido tras las 8 muertes por distintos incidentes que se han producido en lo que va de mes.

El trágico final de Santiago ha sido utilizado por parte de los periódicos locales y nacionales para abrir una competición de noticias ambiguas o directamente falsas. El martes se difundió la noticia de un segundo muerto, y el miércoles, llegó el tercero. ¿La fuente? Un grupo de Telegram del que no se ha llegado a especificar el nombre. Por su parte, los hospitales y autoridades locales han desmentido todas esas informaciones, pero sus declaraciones han sido citadas con mucho menos énfasis que las primeras, o han sido directamente abandonadas en un limbo de incertidumbre.

Frente a mentiras tan graves, resulta extremadamente difícil fiarse de las noticias clickbait que son lanzadas a un ritmo aún más rápido que los 180 bpm de la fiesta. «Perros muertos por golpes de calor», «Un raver apalea a su perro», «Perros arrastrados bajo los altavoces»… ¿Y quizás obligados a bailar? Informaciones que han sido colgadas en un grupo de Facebook y que un periodista de uno de los periódicos más importantes de Italia ha dado por ciertas, sin realizar ningún tipo de verificación, no ya del hecho, sino ni siquiera de la fuente.

Entre otras noticias hemos podidos leer que hubo «entre dos y diez ovejas despedazadas por perros». En cambio, nos hemos quedado sin saber cuántas fueron exactamente las «vacas obligadas a escuchar techno» y a qué distancia se encontraban de los sounds. Tampoco ha llegado ninguna confirmación sobre el presunto parto del cual se informó en distintas webs y periódicos.

Por otro lado, sí hemos sabido exactamente cuántos chavales han acabado en el hospital por beber demasiado alcohol: siete. Todavía incierta resulta la historia de dos supuestas violaciones. De llegar a confirmarse, debería convertirse en motivo de reflexión: el patriarcado muerde en todas partes, incluso en los espacios liberados, y es urgente reconocerlo y expulsarlo de todos los lugares, también de las free parties.

Qué hemos visto
De noche, el lugar parecía una enorme feria: las luces apuntaban a la oscuridad de una explanada transformada en un campamento compartido por distintas tribus. Caravanas coronadas por banderas negras con el Jolly Roger, los bajos que retumban por todas partes haciendo que suba la adrenalina. De día, el sol pega fuerte, hay mucho amarillo y poco verde, casi ningún árbol. Se busca sombra bajo las carpas colocadas entre las caravanas y las tiendas, o bien se sigue bailando. Puede llamarse rave o festival de música electrónica, un teknival con una organización cuidada al detalle.

Las drogas van y vienen, obviamente, sobre todo las sintéticas. Hay quienes venden pastillas y polvos de distintos colores, y quienes contestan «No fumo» cuando les piden fuego. En los puestos no se exponen sustancias, sino pizza de cáñamo, zumos de fruta bio, tostas de tomate, collares hechos a mano, camisetas serigrafiadas. Hay un espacio de juegos para niños, un castillo hinchable que atrae incluso a los adultos, una chica que lee las cartas. Hay dos tiendas con un alcoholímetro que se puede usar gratuitamente y evitar así conducir en condiciones peligrosas. Hay también un puesto permanente de la unidad de calle para la reducción del daño: un espacio estructurado de información, escucha e intervención sobre el consumo de sustancias.

Delante de los sounds, todas las mañanas, se cambian las bolsas de la basura y se recoge la mayor parte de los residuos. En varios puntos hay contenedores de reciclaje, algo que raramente se ve en contextos como éste. Los altavoces con sus respectivas instalaciones se disponen a lo largo de una línea solo interrumpida por roulottes y puestos de comida y bebida. Los muros de altavoces corren horizontales ante grandes espacios donde se puede bailar sin necesidad de concentrarse.

A lo largo de este año y medio de pandemia, hemos asistido muchas veces al jueguecito de hacer fotos de lejos para que parezca que las distancias entre personas son menores de lo que en realidad son, casi siempre para criminalizar los lugares de encuentro entre jóvenes. En el caso de la rave de Valentano, bastaba atravesar el espacio para darse cuenta de cómo era. A veces hacía falta dar un paso hacia atrás o de lado si se estaba acumulando un poco de gente: exactamente igual que ocurre en cualquier calle o plaza de una ciudad. Pero aquí hablamos de un campo de 30 hectáreas. ¿Cuántas personas hacen falta para que se considere concentración en 300.000 metros cuadrados al abierto?

Dar las cifras
Los números de los participantes a la fiesta han ido in crescendo, sin ninguna posibilidad de verificarlos: seis, siete, ocho mil. Hasta los 10.000 publicados por la ANSA [la principal agencia de información italiana, N. del T.], según la cual se trata de «la estimación realizada por los ayuntamientos toscanos de Pitigliano, Manciano y Sorano», realizada durante el «pico de Ferragosto [festividad laica nacional del 15 de agosto, N. del T.]». Cuál ha sido el método de cálculo sigue siendo un misterio. En los periódicos de hoy se pueden leer cifras de participación que llega a las quince o veinte mil personas. Divididas por diez sounds, el resultado es de dos mil personas al mismo tiempo de frente a cada una de las instalaciones musicales, o la mitad si consideramos el resto del campamento. Obviamente durante la fiesta no se ha visto nada parecido.

Habría sido muy distinto si los medios hubieran dicho que esos miles de personas no estaban en la fiesta al mismo tiempo, sino que habían participado en espacio-tiempos distintos, de forma inevitablemente fluida. Pero para alimentar el miedo del monstruo malo malísimo es más útil jugar a las multiplicaciones, sin especificar demasiado. Así, la típica tacañería de la policía cuando calcula la participación en las manifestaciones deja espacio a una gran generosidad en el caso de las raves.

En la fiesta de Valentano se han producido únicamente concentraciones ocasionales de grupillos de personas (al aire libre), igual que en cualquier playa medianamente llena o en la mayor parte de los campings de Italia, y muchos menos que en cualquier calle de shopping de una gran ciudad. Es cierto que entre los chavales y chavalas que bailaban casi ninguno llevaba mascarilla y que quien la llevaba lo hacía más para protegerse del polvo que del COVID-19. ¿Pero en qué espacio abierto, en qué campo, en qué bosque, en qué playa las personas llevan mascarillas en una fase de la pandemia en la que incluso la ley ha dejado de imponer su uso?

Al final de la rave de Tavolaia (Pisa), que tuvo lugar en la primera semana del pasado julio, representantes políticos e institucionales pidieron que se abriera una investigación por «epidemia intencionada». Una semana después, el 13 de julio, los futbolistas de la Selección italiana se reunieron, primero, con el primer ministro, Mario Draghi, y el presidente de la República, Sergio Matarella y, más tarde, subidos en un autobús abierto, encabezaron un megadesfile por el centro de Roma. No en un campo abierto, sino por las calles y callejuelas de una ciudad. Durante las semanas posteriores, los picos de contagio se registraron en la gran capital, no en Pisa. A pesar de esto, nadie dirigió ninguna nueva acusación de «epidemia intencionada».

Resulta divertido ver que quienes motivan con argumentos sanitarios la caza a las raves sean, antes que nadie, fuerzas políticas como la Liga de Salvini o Hermanos de Italia, que durante toda la pandemia han tenido posiciones reduccionistas, si no abiertamente negacionistas, y que incluso ahora siguen haciéndoles guiños a los antivacunas.

Prioridades variables
A pesar de los grandes esfuerzos de la organización para reducir el impacto ambiental, el teknival habrá tenido efectos sobre el ecosistema circundante, visto que se ha reunido un número considerable de personas en un mismo lugar. Esto mismo ocurre continuamente, pero a una escala mucho mayor, en las localidades turísticas asediadas por hordas de turistas, en las playas frecuentadas entre julio y agosto por cientos de miles de personas, en los senderos de montaña y en las pistas de esquí que son cada vez más utilizadas.

Pero resulta más cómodo montar una caza de brujas que intervenir sobre los fenómenos estructurales. Incluso en un verano marcado por el enésimo fracaso del G20 en el ámbito medioambiental y por incendios que en Italia y en el resto del mundo están devorando millones de hectáreas de bosque. Incluso en un país que ha elegido un gobierno neoliberal con un ministro de Transición Ecológica rebautizado por todas las organizaciones ecologistas como ministro «de la Ficción Ecológica».

El turismo de masas no puede pararse, la exILVA [antigua fábrica siderúrgica situada en la ciudad de Taranto y tristemente famosa por su impacto mediaombiental, N. del T.] no se puede cerrar y la especulación inmobiliaria hay que condonarla. The show must go on cuando detras del show está el business. Lo que hay que detener son las raves, porque tras esas fiestas no hay grandes intereses económicos que defender, ni existen caladeros de votos que interceptar. En el nuevo comienzo no hay espacio para la diversión y la sociabilidad, a menos que éstas generen dinero y consenso político. En ese caso, incluso la salud y el medio ambiente pueden pasar por caja.

El desalojo
Entre el lunes y el miércoles se han multiplicado las peticiones para que se usara la fuerza para poner fin a la fiesta. «Arrestadlos a todos», «Mandad al ejército», «Llenadlos de napalm», «Haced que desembarquen los marines», «¿Qué clase de Estado es uno que no es capaz de interrumpir una rave?». Para empezar, dejémoslo claro: quienes desean y admiran la eficiencia de los aparatos represivos italianos pueden estar tranquilos, se hacen raves en todos los países europeos y ningún gobierno ha conseguido interrumpirlas, como tampoco lo ha hecho nunca ningún inquilino del Viminale [cuartel general del ministerio de Interior, «uno de los dos pilares sobre el que se funda el Estado italiano», N. del T.]. Las derechas han aprovechado la ocasión para seguir su campaña contra Lamorgese [actual ministra de Interior], pero os desvelamos un secreto: cuando el ministro de Interior era Salvini, se seguía bailando en las free parties. Y a veces, con más gusto si cabe.

A las voces que pedían una intervención militar han tenido que responderles los altos cargos y sindicatos policiales. Para calmar los ánimos y explicar que, a menos que no se estuviera produciendo una masacre o un auténtico desastre ambiental, el desalojo era impensable. Por otro lado, este tipo de eventos se organizan a conciencia: cuando te mueves fuera de la ley, en política o en fiestas, hay que utilizar las relaciones de fuerza siguiendo canales asimétricos, no tradicionales. La masa es potencia.

Al final, hoy por la mañana, los acampados han desmontado todo y se han ido. Así que no se ha llegado a producir una acción represiva violenta, pero sí una operación más sutil de identificación, restricción, presión e impedimento de acceso. Todo esto en paralelo a la campaña mediática que ha situado al monstruo en portada, campaña en la que se han combinado impulsos voyeuristas y sensacionalismo típico del periodismo más carroñero. Por otro lado, el gran eco que ha tenido esta campaña muestra también un miedo latente: que situaciones de sociabilidad fuera del mercado puedan multiplicarse eludiendo toda forma de control. Además del elefante en la habitación, el gran no-dicho en torno al debate desencadenado en torno a las raves: no debe existir margen para formas de sociabilidad no comerciales. Sobre todo, en tiempos de pandemia. Limitaciones y restricciones deben atacar en primer lugar todo aquello que no genera beneficios.

La free party sigue siendo el lugar físico y de imaginario escandaloso, fuera de la ley, obsceno, irreducible a la valorización económica y a la industria serial del divertimentificio. A lo largo de su amplia historia, ha reinventado y transformado la vocación desacralizadora y antiautoritaria del carnaval, diseñando desde sus albores (conscientemente o no) nuevos mapas en las ciudades postindustriales, reinventándose a sí misma para escapar tanto de los golpes represivos como de inercias internas autodestructivas. Tras cuarenta años, no deja de sonar el himno de los Beastie Boys: «You gotta fight for your right to party».


*Fe de erratas (19/08/2021, 23:50)
A diferencia de lo que he escrito en el artículo, el área natural protegida más cercana al festival no era la de Selva del Lamone, sino la del Lago de Mezzano. Como han señalado algunos lectores, se trata de un LIC (Lugar de Interés Comunitario). En cualquier caso, la fiesta ha tenido lugar fuera del perímetro del LIC, aunque ésta pueda haber generado un impacto ambiental en el ecosistema circundante. En el artículo no escondo el tema, pero por su carácter ocasional lo integro en problemáticas sistémicas y estructurales, así como en las distintas modalidades con las que éstas se gestionan y narran. La reflexión sobre la cuestión medioambiental sigue siendo un desafío importante para el mundo de las free parties.

2 respuestas a «Toda la culpa es de la rave»

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