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Génova no duró 48 horas

de Giulio Calella

En ocasión del veinte aniversario de la contracumbre del G8 organizada en Génova en 2001, circulan reconstrucciones que descontextualizan el evento, muestran su fuego sin explicar sus raíces y eliminan la historia de un movimiento que, por el contrario, hay que redescubrir.

de Giulio Calella
Publicado en italiano en JacobinItalia el 6 de julio de 2021
Traducción inédita

Tras veinte años la memoria juega malas pasadas. Será por eso que está emergiendo una lectura especial —sobre todo en clave moderada, pero también en versión radical, en algunos casos— de las historias del movimiento que hace veinte años invadió las calles de Génova contra el G8. Serpentea la idea de que se tratara de «un ’68 acelerado, que duró 48 horas», un movimiento muerto en la cuna bajo los golpes de la represión.

La tesis del «’68 en 48 horas» es de Maro Damilano, director del Espresso, [revista semanal publicada junto con el periódico Repubblica, N. del T.]. La expone en su último editorial del pasado 3 de julio, dedicado a al G8 de Génova y acompañado por la hermosa portada de Zerocalcare. En ese número, el Espresso tiene el mérito de tomar una posición clara y sin fisuras respecto a las violencias de la policía de aquellos días. El mismo Damilano define las acciones de la policía como una «masacre» perpetrada suspendiendo las garantías constitucionales y, sin temor, señala con el dedo «la mentira de Estado que puso a salvo a los altos responsables de la carnicería, el primero de todos, el entonces jefe de la Policía, Gianni De Gennaro». Una toma de posición relevante en días en los que estamos obligados a ver imágenes tan parecidas a las de hace veinte años en la cárcel de Santa Maria Capua Vetere, en este caso contra los presos. Imágenes que nos recuerdan lo muy sistémicas que son algunas dinámicas de las fuerzas policiales y lo mucho que se repiten, bajo formas parecidas, en contextos y épocas históricas diferentes.

Por otro lado, lo que nos deja perplejos es la lectura de aquel movimiento de hace veinte años. Un análisis que acaba por resultar inútil para quien cree aún que un mundo distinto es posible, y engañoso para quien simplemente busca instrumentos históricos para entender qué ha pasado en los últimos veinte años.

En esencia, según el director del Espresso, la traumática represión de aquellos días determinó:

«el retroceso de quienes entonces tenían veinte o treinta años, que no han vuelto a querer interesarse por ningún tipo de acción colectiva tras un encuentro violento y mentiroso con la política y las instituciones. Génova es también eso: la ocasión perdida, el final de la implicación, la vorágine. El agujero negro en el que precipitó todo.»

En resumen, la izquierda en Italia se acabó en aquel momento, por culpa de la pistola del carabiniere Mario Placanica que mató a Carlo Giuliani, la masacre de la escuela Díaz y las torturas en el cuartel de Bolzaneto.

Lo contrario al retroceso
Soy una de esas personas que durante el G8 de Génova tenía poco más de veinte años, como la mayoría de los y las manifestantes que intentaron llegar, desde vía Tolemaide, a piazza Alimonda, donde, con 23 años, como nosotros, perdió la vida Carlo. Y, no obstante, tras aquel julio de 2001, entre la gente de mi generación que estaba en aquellas calles, y entre quienes no estaban, pero durante las semanas siguientes sintieron la necesidad de participar, vi exactamente lo contrario al retroceso. Salimos de Génova no como simples víctimas, sino fortalecidos por la esperanza suscitada por aquel movimiento y por la rabia y la indignación generadas por aquella misma represión, que ya el sábado 21 de julio llevó a las calles números inesperados aún con el miedo y la muerte del día anterior. Esperanza y rabia que nos convencieron que otro mundo no solo era posible, sino también necesario. Fue aquello lo que nos arrastró durante el bienio 2001-2003. Las dramáticas jornadas de Génova fueron un empujón formidable que multiplicó con entusiasmo la participación, nacieron Fórums Sociales en todas las ciudades, incluso en los pueblos y barrios más pequeños, se abrieron una infinidad de proyectos y conflictos distintos entre sí, momentos de discusión de masa con decenas de miles de personas y, una tras otra, continuas manifestaciones que representan aún hoy los mayores eventos de este tipo de la historia de nuestro país.

El Fórum Social de Florencia de noviembre de 2002 contó con una participación increíble y finalizó con una manifestación de más de 500.000 personas, mayor que la del 21 de julio de 2001 en Génova. El 15 de febrero de 2003 se produjo la mayor manifestación de la historia de nuestro país con tres millones de personas contra la guerra en Roma, en una jornada global que llevó al New York Times a definir aquel movimiento «la segunda superpotencia mundial». Ese mismo movimiento influenció, y no poco, la batalla de la CGIL [histórico y mayor sindicato por número de afiliados, N. del T.] de Sergio Cofferati contra la reforma del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores [que tutela contra el despido ilegítimo, N. del T.] llevada a cabo por el gobierno de Berlusconi, que en marzo de 2002 llenó el Circo Máximo con una de las mayores manifestaciones sindicales de la historia (bloqueando la reforma, aunque ésta fue aprobada finalmente en 2015 por el gobierno de Matteo Renzi, con una oposición cuanto menos blanda por parte de los sindicatos confederales, la CGIL a la cabeza).

Mientras tanto, nacían Fórums Sociales por todo el mundo, se desarrollaba una gran capacidad de inventar y renovar contenidos anticapitalistas, se multiplicaban los colectivos estudiantiles en institutos y universidades, se producían nuevas ocupaciones de centros sociales, nacían revistas y editoriales (nuestra Alegre nace en 2003 con un nombre no precisamente casual) y proyectos de comunicación autogestionada que revolucionaron la web, como el de Indymedia, que precisamente tras Génova y hasta el 2004 tuvo su fase de mayor fuerza y visibilidad (para cerrar finalmente, no por casualidad, en 2006) [aunque hace pocas semanas el colectivo gestor ha activado una «máquina del tiempo» con todo el antiguo material, N. del T.]. Todo esto sin mencionar los muchísimos conflictos abiertos en ámbitos como el medio ambiente, el feminismo y las luchas territoriales.

Se trató de una auténtica explosión de la denominada «sociedad civil» que, evidentemente, Damiano no recuerda. Curiosamente, el mismo Zerocalcare, en el entrecomillado citado en el editorial, sostiene que «lo que desapareció tras Génova fue la sociedad civil. Cuando [antes] ocurría algo estaban el ARCI [asociación italiana de promoción social con presencia en todo el Estado, N. del T.], los católicos y los centros sociales, asambleas ciudadanas», luego, después de Génova, no había nada. Y, no obstante, resulta realmente difícil encontrar un momento histórico con un número mayor de asambleas ciudadanas sobre los temas más variopintos como el comprendido entre 2001 y 2004. Sin duda incomparable con las dos décadas anteriores a Génova y las dos posteriores.

Quién generó la desilusión
Existe también una versión radical de la interpretación de los días de Génova como un «’68 en 48 horas», contada por quienes tuvieron la sensación de vivir en aquellos días un intento de insurrección abortado a causa de la violenta represión, y que juzga demasiado poco propensa al enfrentamiento callejero, y por tanto políticamente domesticada, la enorme participación de los años sucesivos. Por otro lado, en la versión moderada del Espresso esa lectura parece tener el objetivo de eliminar cualquier responsabilidad de los partidos de la izquierda frente a aquel movimiento. Como consecuencia de aquella represión, escribe Damiano, «una generación se quedó sin política. Y ha acabado en la antipolítica».

En realidad, se contradice a sí mismo pocas líneas más tarde, cuando menciona a dos chavales de veinte años que entonces corrían por las calles de Génova, Pablo Iglesias y Alexis Tsipras, que se convertirían años después, respectivamente, en vicepresidente del gobierno español y primer ministro griego. Pero para su argumentación resulta necesaria la conexión directa entre represión del movimiento y la evolución sucesiva de la política italiana: la masacre en el momento del nacimiento de un movimiento que imaginaba otra política iba a producir una desconfianza generacional tal como para favorecer el nacimiento del populismo en salsa cincoestrellas.

Aquí llama también la atención la incoherencia de su reconstrucción en términos temporales: el «Vaffaday» [abreviatura de Vaffanculo Day, N. del T.], del que nace el Movimiento Cinco Estrellas, tuvo lugar en 2007, es decir, en pleno despliegue de los efectos del segundo mandato del gobierno de Romano Prodi, que en 2006 había conseguido, por los pelos, ganar a Silvio Berlusconi tras cinco años de intensos movimientos sociales contra el gobierno de Il Cavaliere, y que en pocos meses había generado desilusión y desconfianza sobre las posibilidades de una alternativa real.

Por otro lado, Damilano deja de lado el hecho de que en aquel julio el mayor partido de la izquierda —los Democráticos de Izquierdas [DS, Democratici di Sinistra], que en 2001 estaban transitando del Partido Comunista de una década antes al Partido Democrático de unos años después— no solo no estaba en la calle con el movimiento, sino que formaba parte del G8. Entre los ocho grandes de entonces, de hecho, no estaban solo los impopulares George W. Bush y Silvio Berlusconi, sino también el líder de los socialdemocrátas alemanes, Gerard Schröder, y el de los laboristas ingleses, Tony Blair, teórico de la «tercera vía» y visto como ejemplo exitoso por parte de los principales dirigentes de los Democráticos de Izquierda: Massimo D’Alema, Walter Veltroni y Piero Fassino.

Estaban fascinados por la «magnífica y progresiva fortuna» de la globalización liberal, por la belleza y la flexibilidad del trabajo contra la prisión del puesto fijo, con un entusiasmo de amateurs por el libre mercado que se acompañaba al confuso mito de la meritocracia. Y pocos meses después, tras el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre, se precipitaron compactos y alineados a apoyar a Bush en la guerra de Afganistán.

Más allá de las responsabilidades políticas ante aquel movimiento de partidos de centroizquierda, Damilano deja de lado también las responsabilidades de la izquierda radical que formo parte activa de aquel movimiento. El portavoz del Fórum Social de Génova, Vittorio Agnoletto, fue elegido europarlamentario en 2004, y en 2006 se convirtió en diputado de la República Italiana uno de los líderes mediáticamente más vistosos del No Global Forum de marzo de 2001 en Nápoles, Francesco Caruso; ambos elegidos en las listas de Refundación Comunista. Por otro lado, en la dinámica de creciente conflictividad social del periodo 2001-2003, resultó muy importante el papel de aquel partido y de su líder, Fausto Bertinotti, que tuvo su epílogo con la entrada en el gobierno de Prodi, durante el cual se convirtió en Presidente de la Cámara y, en poco tiempo, paso de ser el líder político más cercano al movimiento al más odiado por éste.

Por todo eso resulta demasiado cómodo decir que fue la policía la que provocó el retroceso. Si el motivo por el que Italia se ha convertido en «un país sin izquierdas» es la represión policial, entonces podemos hacer muy poco y, claro, no nos podemos reprochar nada, ni quien formó parte de aquel movimiento ni quien estaba fuera de él, como el mismo Damilano. Si aquel movimiento fue un relámpago de 48 horas, entonces no se puede aprender nada de sus preciados contenidos, ni de las prácticas utilizadas, que en el mejor de los casos no fueron recibidos y, en el peor, fueron explícitamente obstaculizadas por la izquierda institucional. Contenidos que hoy, evidentemente, conviene eliminar.

En realidad, aquel movimiento entró en crisis en 2004, sin duda por la impotencia ardiente frente a la escalada de la guerra de Irak a pesar de los millones de personas en las calles, por la dificultad de obtener resultados concretos (a parte de la retirada de la reforma del artículo 18) y de echar raíces en los lugares de trabajo. Pero sin duda, el nacimiento del nuevo centroizquierda, con una Refundación Comunista que invirtió todo el consenso de aquellos años de movimiento en una nueva alianza de gobierno con quien había obstaculizado ese mismo movimiento, fue decisivo para crear el progresivo retroceso y la desilusión hacia la política activa que seguimos pagando hoy. Un movimiento antisistema encontró, por un lado, una izquierda moderada con ganas de representar al sistema, y por otro, una izquierda radical que entonces no supo proponer más que el «mal menor», con un gobierno formalmente de izquierdas que seguía gestionando el neoliberalismo precisamente en el momento en que, a partir de 2007, ese sistema entraba en una profunda crisis económica que aumentaba las desigualdades y hacía aún más urgente una alternativa. Fue esa desilusión la que hizo más creíble como fuerza antisistema a quienes, aun no proponiendo políticas radicalmente alternativas, afirmaba que quería sustituir a los politicantes por honestos ciudadanos.

Hoy, que incluso la parábola grillina [léase «del Movimiento 5 Estrellas», N. del T.] parece estar en una crisis sin fin, mostrando la debilidad de un discurso de despiste respecto a las contradicciones de las sociedades en el capitalismo avanzado, aquellos años de movimiento no habría que olvidarlos, sino redescubrirlos, analizando sus potencialidades políticas, los errores y horrores cometidos entonces por una izquierda que más tarde se autodestruiría, el largo alcance que han tenido sus contenidos y prácticas, que han resistido a la misma crisis de los Fórums Sociales influenciando, primero, al nacimiento del movimiento estudiantil de la Ola Anómala del 2008 y, más tarde, la victoria en el referéndum del 2011 por el agua pública. Pero también encarando los límites de arraigo y los errores de perspectiva de aquel movimiento.

Solo una reflexión no consolatoria, no victimista o dirigida a la eliminación, que se haga de forma seria y sincera, puede hacer que este vigésimo aniversario sirva para reconstruir, sobre bases nuevas, una política capaz de seguir anhelando un mundo distinto.

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