de Alberto Prunetti
Publicado en italiano en JacobinItalia el 5 de mayo de 2021
Traducción inédita
Los obreros existen y mueren tres cada día, pero raramente sus historias consiguen llegar más allá de unas líneas en un periódico de provincias o una esquela en la que se puede leer «gran trabajador». Amén.
Y a pesar de eso intentad contar historias de obreros y de obreras. Intentad contar las historias de los obreros que mueren y veréis lo que os dicen. Mandad a las editoriales un manuscrito que hable de vidas como la de Luana D’Orazio.
En este orden:
a) No os contestarán.
b) Los más sinceros os dirán que el departamento de marketing no cree que pueda funcionar bien la historia de un obrero muerto.
c) Alguien se mofará: ¿Otra historia de obreros muertos? ¿Qué pasa, seguimos en el siglo XVIII?
d) O bien –y estos son los más cabrones– alguien os dirá «Vaya dramón… Deberías echarte unas risas de vez en cuando.»
Dejémoslo claro desde el principio: no se trata de un problema exclusivamente italiano. Por poner un ejemplo escandaloso: Shuggie bain de Douglas Stuart. En 2020 ganó el que es quizás el mayor premio editorial en lengua inglesa, el Booker Prize, con una historia de clase obrera ambientada en Glasgow. Una novela preciosa, una auténtica obra maestra. Que fue finalmente publicada por una editorial de tamaño medio después de que el manuscrito hubiera sido rechazado hasta 34 veces en Estados Unidos y Gran Bretaña. Ahora es considerada una obra maestra, pero antes era un manuscrito que había que rechazar porque hablaba de una mujer pobre y alcohólica.
Otro ejemplo. En 2019, Joseph Ponthus, un obrero de los mataderos bretones, publica en Francia un libro rarísimo: À la ligne, una novela escrita en prosimetra [forma literaria típicamente medieval que mezcla verso y prosa, N. del T.] en la que cuenta su experiencia como obrero precario, entre Upton Sinclair y el Diario de un obrero de Thierry Metz. Algunas editoriales rechazan el manuscrito, poco después lo publicará una editorial de nivel medio. Se convierte en un bestseller en Francia con casi noventa mil copias vendidas y gana premios importantísimos. Enseguida los derechos extranjeros se empiezan a vender tanto en los principales idiomas (inglés y español) como en los mercados menores (por ejemplo, el serbio). ¿Y en Italia? Las editoriales italianas lo leen y lo rechazan. Venga, una historia que habla de obreros, ¿nos hemos vuelto locos o qué? Los obreros ya no existen, por favor, lo sabe todo el mundo, ¿o no? Venga, ahora somos todos clase media, ¿o no?
Yo mientras tanto empezaba a coordinar una serie editorial, la colección Working Class de Alegre, que intenta publicar historias obreras, aquellas historias que el imaginario de los medios de masas italianos evita como la peste. Para rescatarlas del vacío de las grandes editoriales que no se interesan por las historias de los obreros (incluso cuando hablan de trabajo, intentan siempre no hablar de trabajo obrero). Entre otros libros, hemos publicado las durísimas memorias de un lumpenproletario de Nottingham, Chav, de D. Hunter, que mira por dónde se convierte en un pequeño cult book, con reseñas en los principales periódicos, y que según Internazionale [una de las principales revistas culturales italianas, N. del T.] es uno de los libros del año. Se defiende bien en ventas, claro, pero somos un barco ligero, no un buque de guerra. Si lo hubiese publicado una gran editorial, un libro como Chav habría vendido miles y miles de copias.
Por ese motivo dudo respecto a la adquisición de los derechos de À la ligne, el libro de Ponthus. Ninguna gran editorial lo quiere. En España lo ha publicado una de las grandes, pero si nosotros lo publicamos en mi pequeña colección será difícil obtener un éxito de copias, a parte del que pueda conseguir –lo cual doy por descontado– la crítica más militante. Me entero de que Joseph está enfermo y ya no puede trabajar. Lo hablo también con él, la cuestión económica me parece importante. El tiempo pasa.
Mientras tanto, Joseph está cada vez más enfermo, no me ha dicho lo grave que es la situación, y de repente se muere, con 42 años, por un tumor. Yo me quedo petrificado, paso días enteros en estado catatónico, pensando en que tengo que publicar o hacer que alguien publique su libro. Mientras tanto, en Francia la muerte de Joseph acaba en todos los telediarios, hablan de él continuamente en televisión y se despierta así, de rebote, el somnoliento mundo editorial italiano. Con Alegre decidimos proponer una oferta, pero al final es una editorial italiana importante, de las que ganan el Strega [el premio literario más prestigioso en italiano, N. del T.], la que adquiere los derechos. Y menos mal, porque se trata de una maravillosa obra maestra. Una pena que Joseph haya tenido que morirse para volverse visible en el imaginario mainstream italiano. Y llegados a este punto, me pregunto: ¿de verdad tenemos que morirnos para que os deis cuenta de que existimos?
Estas líneas las he escrito a vuelapluma, con un nudo en la garganta por la muerte de Luana, tras reunirme ayer por la mañana con un grupo de estudiantes de FP en Piombino [ciudad industrial de la Toscana de la que es originaria el autor, N. del T.], chavales que tienen prácticamente su misma edad y que también trabajarán, quizás, en la industria mecánica. Y me tocaba hablarles de seguridad laboral y de historias obreras, justo cuando el cuerpo de Luana acababa de ser extraído del abrazo letal de una máquina. Leed ahora estas líneas, antes de que vuelva a caer el telón sobre las vidas obreras. Sobre la vida de Luana, que nunca pudo contar su historia, como por lo menos sí pudo hacer Joseph. Una historia que habría que contar, aunque seamos nosotros los primeros que creen que nuestras propias historias no cuenten nada, y creemos en las historias que nos cuentan otros, ésas que acaban bien, donde los jóvenes con veintidós años se divierten y hacen gilipolleces, y luego pasan a formar parte de la fuga de cerebros y acaban haciendo un máster en el extranjero en universidades prestigiosas empezando así su carrera profesional.
Tu historia es distinta. Eres una obrera y una madre y acabas en las garras de una máquina. Y luego se baja el telón sobre tu historia, que nadie contará, al menos en las grandes editoriales italianas. O bien hablarán de ti, pero a su manera. Como ha escrito Simona Baldanzi, dirán que eras joven, guapa y desafortunada, y no que eras una obrera explotada, porque las historias obreras no existen, porque acaban siempre mal y desde los departamentos de marketing dicen que no funcionarían bien. Porque son historias antiguas, que ya no ocurren, que ya no existen, igual que los obreros, que ya no existen.
Echaos vosotros unas risas, si podéis, porque yo tengo un nudo en la garganta y de verdad que no puedo.
Una respuesta a «Las historias obreras acaban mal»
[…] El riesgo es encuadrar esas historias en un marco engañoso. Como en el caso de Luana d’Orazio, la joven obrera textil de Prato triturada por una máquina industrial. Hablaban de ella como de una Cenicienta que no había encontrado su príncipe azul y que, por […]
Me gustaMe gusta