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El Mo.S.E. de Venecia: entre la esperanza y el expolio del común

de Pedro Castrillo

El pasado domingo tuvo lugar el primer «stress test» del Módulo Experimental Electromecánico (Mo.S.E.), una infraestructura en la que muchos habitantes de Venecia y su laguna han puesto sus esperanzas para protegerse de los daños causados por las altas mareas. Por desgracia, su auténtica utilidad está aún por demostrarse, mientras que en las últimas décadas ha funcionado eficientemente como mecanismo generador de beneficios para unos pocos a expensas de los recursos comunes.

de Pedro Castrillo
Inédito

Momento cero: el Acqua Granda
Es 4 de noviembre de 1966. El viento de siroco penetra con furor en la Laguna de Venecia, mientras una fortísima tormenta se desata sobre el Mar Adriático. Es solo la una y media de la noche cuando el mareómetro de la Punta de la Dogana, ojos y oídos de la estación científica situada frente a la Plaza de San Marcos, registra ya una altura del agua de 126 centímetros sobre el nivel del mar. Un dato preocupante, si se tiene en cuenta que por encima de los 100 centímetros la ciudad empieza a inundarse. No obstante, se espera que la alta marea, un fenómeno con el que la población local está acostumbrada a convivir, se retire a primeras horas de la mañana, como sucede normalmente, para luego regresar hacia la noche. Pero esta vez es distinto: la Laguna no consigue devolver suficiente agua al mar y el acqua alta persiste. En la vecina Pellestrina, una de las dos estrechísimas islas que separan la laguna del mar, los murazzi, altos muros de piedra construidos en el siglo XVIII por la República de Venecia, empiezan a ceder ante el excepcional embate de las olas, y así el mar encuentra nuevas entradas por las que penetrar en la laguna. Por si fuera poco, diluvia. O, mejor aún, scravassa, como se dice por estos lugares. El nivel del agua sigue subiendo. A las seis de la tarde, en la Punta de la Dogana la marea alcanza la histórica y escalofriante altura de 194 centímetros sobre el nivel del mar, la mayor jamás registrada hasta el momento. A las nueve de la noche, la red eléctrica que abastece a las distintas islas está ya prácticamente inutilizada. Los equipos de emergencia están bloqueados por la agitación de las aguas y por la imposibilidad de pasar por debajo de los puentes de la ciudad. Solo la radio consigue alcanzar a la aislada población de la Laguna.

La lluvia continuará, casi ininterrumpidamente, durante tres largos días, mientras la población se ve obligada a desplazarse por la ciudad con el agua hasta los hombros. Con la calma tras la tormenta, llega la hora de cuantificar el desastre: cientos de casas destruidas por el agua y el salitre, tres cuartas partes de las tiendas y talleres de artesanía, junto con todas sus mercancías, gravemente dañadas o totalmente perdidas, al igual que infinidad de edificios históricos y obras de arte. La podredumbre se apodera de la Laguna. El desastre sería más tarde bautizado como Acqua Granda, expresión en lengua veneciana que aún provoca escalofríos a quienes vivieron aquellos días o crecieron con el relato de su recuerdo.

El Mo.S.E.: caldo de cultivo para una tangentopoli véneta
El Estado reaccionó, a su manera. Siete años después del Acqua Granda, la primera Ley Especial para Venecia declaró el problema de la salvaguardia de la ciudad «de prioritario interés nacional», dando lugar a un complejo proceso técnico y legal cuyo principal objetivo era dotar a Venecia y su laguna de un sistema de defensa contra las altas mareas. Pero no fue hasta 1984 cuando la densísima maquinaria burocrática italiana asignó tan honorable tarea al Consorzio Venezia Nuova, una sociedad formada inicialmente por cuatro grandes constructoras: Italstrade, Condotte d’Acqua, Grandi Lavori-Fincosit y Mazzi Costruzioni. Fueron necesarios otros 6 años para que el proyecto, que preveía la construcción del Módulo Experimental Electromecánico (más conocido como Mo.S.E., por sus siglas en italiano) fuese finalmente aprobado. Según sus diseñadores, el Mo.S.E. —palabra que recuerda al nombre Moisés en italiano, Mosè— consistiría en una serie de estructuras «cremallera» que, situadas a lo largo de los varios kilómetros que ocupan las tres entradas al mar de la Laguna de Venecia, cortarían temporalmente el contacto entre la Laguna y el mar, reduciendo así significativamente la entrada de agua y, por tanto, también el nivel del acqua alta en los momentos de mayor incidencia. Para una persona ajena al mundo de las grandes construcciones, la idea podía parecer sensata, pero a muchos les resultó cuanto menos curioso que se tratase de una técnica nueva, jamás probada en otros lugares con mucha más experiencia en la materia, como los Países Bajos.

La primera piedra del Mo.S.E., bendecida por el patriarca de Venecia en presencia del por entonces omnipotente Silvio Berlusconi, además de varios ministros, el alcalde y el orgullosísimo Giancarlo Galan, presidente del Véneto en su segundo mandato consecutivo, fue colocada en el fondo marino del canal de Malamocco el 14 de mayo de 2003. Dieron comienzo así las faraónicas obras, en medio de un entusiasmo casi generalizado.

A pesar de la propaganda de los gobiernos central, regional y local, la situación era poco clara y no demasiado prometedora. El proyecto ejecutivo definitivo era solo parcial y la relativa Evaluación de Impacto Ambiental había sido negativa. Sobre el papel, la construcción del Mo.S.E. conllevaría la destrucción de un equilibrio establecido hace más de 6000 años, cuando las aguas cargadas de distintos materiales que bajaban desde la cordillera de las Dolomitas crearon un ecosistema húmedo que es –era– único en todo el mundo.

Por si fuera poco, durante el proceso burocrático que llevó a la elección del Mo.S.E. como la mejor solución no se habían realizado comparaciones con proyectos alternativos menos costosos y quizás más eficaces, y los costes de manutención previstos eran exorbitantes, de unos 100 millones de euros al año. Éste era el punto de partida de la construcción de una infraestructura en la que gran parte de la población lagunar había puesto sus esperanzas, ante un futuro más que incierto.

En la década siguiente, las obras avanzaron muy lentamente, mientras que el presupuesto —junto con el escepticismo de la población local— no dejaba de crecer. Tener la mosca tras la oreja era más que comprensible. El Mo.S.E. formaba parte de las denominadas «grandi opere» (literalmente «grandes obras»), cuyo ejemplo paradigmático es la línea ferroviaria de alta velocidad Lyon-Turín — el tristemente famoso TAV. En este tipo de proyectos cristaliza la esencia del modelo neoliberal: construcciones asignadas a consorcios privados que gestionan enormes cantidades de dinero público, donde la ausencia de riesgo empresarial genera un caldo de cultivo perfecto para el desvío de fondos. En el caso del Mo.S.E., la fiesta privada se acabó el 4 de junio de 2014, cuando una operación de la Guardia di Finanza —tras más de tres años de investigaciones— llevó a cabo la detención de un total de 35 personas, entre las que se encontraban empresarios, funcionarios públicos y representantes políticos, todos ellos ligados de una forma u otra al proyecto del Mo.S.E., cuyo ingente financiamiento (1600 millones de euros iniciales) había sido presuntamente desviado hacia cuentas privadas de los acusados a través de una trama de sobornos y facturas falsas. Entre los arrestados se encontraban: Renato Chisso, consejero regional de Infraestructuras por el berlusconiano partido el Pueblo de la Libertad, acusado de haberse llevado un sueldo fijo de 250.000 euros anuales; el alcalde de Venecia, Giorgio Orsoni, del Partido Democrático, acusado de haber financiado ilegalmente su campaña electoral con medio millón de euros; y el exvicecomandante nacional de la Guardia di Finanza, Emilio Spaziante, acusado de haber vendido informaciones a otros imputados acerca de investigaciones en ámbito fiscal sobre las actividades del Consorzio Venezia Nuova. Otra de las caras más conocidas del arresto múltiple fue la del expresidente del Véneto y exministro, muy cercano a Berlusconi, Giancarlo Galan. Conocido en los ambientes locales como «Doge», fue acusado de corrupción por haber recibido más de un millón de euros anualmente, incluso una vez concluido su mandato, amén de haberse financiado un palacete a través de un flujo de dinero que partía del financiamiento del Mo.S.E. y, pasando por diferentes testaferros, acababa en cuentas a su nombre en paraísos fiscales como San Marino. En suma, un guion poco original, pero igualmente eficaz.

Según declaró Piergiorgio Baita, consejero delegado de Mantovani, empresa perteneciente al Consorzio Venezia Nuova, a los investigadores de la Guardia di Finanza tras su arresto: «de cada cinco euros, uno se destinaba a “gastos extra”». La cantidad total de dinero robado a las arcas públicas a través de esta trama resulta casi imposible de cuantificar; algunas estimaciones apuntan que la cifra rondaría en torno a los 100 millones de euros.

Cuando se produjeron las detenciones en masa, las obras se detuvieron. Fue un momento en que los responsables estatales (los que habían quedado limpios) tuvieron la oportunidad de repensar el proyecto e intentar encontrar uno alternativo más prometedor y menos costoso, o cuanto menos de revisarlo, teniendo en cuenta que entre los intereses de sus gestores nunca estuvo la salvaguardia de Venecia y su laguna. Finalmente, en diciembre de aquel mismo año, la Autoridad Nacional Anticorrupción nombró a tres Administradores Extraordinarios para asegurar el proseguimiento y conclusión de las obras. La falacia del Concorde —con lo que nos hemos gastado ya, no vamos a parar ahora— como faro de la economía estatal.

Un futuro incierto
Llegamos así al presente. El pasado domingo, cincuenta y cuatro años después del Acqua Granda y once meses después de la segunda mayor acqua alta de la historia (187 centímetros sobre el nivel del mar, registrados el pasado 12 de noviembre) se realizó un «stress test», una prueba puntual para comprobar la eficacia del Mo.S.E.. El honor de presionar el botón que acciona el conjunto del sistema fue del actual primer ministro Giuseppe Conte, desde un barco lleno de VIPs del mundo de la política. El resultado del examen fue relativamente satisfactorio: las barreras consiguieron evitar que la marea dentro de la Laguna alcanzara los 130 centímetros sobre el nivel del mar previstos. Se trató de un golpe emotivo para gran parte de la población veneciana. Era la primera vez en la vida de muchas personas que oían la sirena que normalmente alerta de la llegada del acqua alta sin que ésta alcanzase efectivamente la ciudad. Pero si la alegría de la ciudadanía es comprensible desde un punto de vista emotivo, la propaganda de los grandes medios de comunicación solo puede considerarse eso: pura y dura propaganda. No importó que se tratara de un examen fácil de superar, muy alejado de las situaciones críticas más destructivas, ni que las obras no estuviesen aún finalizadas. La foto de la Plaza de San Marcos “seca” apareció en todos los periódicos, mientras que los titulares anunciando que «el Mo.S.E. funciona» se multiplicaron como setas. Todo eran sonrisas y aplausos, y acusaciones de «¿lo veis, pesimistas resentidos?» dirigidas hacia quienes no han dejado de señalar en estos años el derroche, la corrupción y los fundamentales problemas técnicos del proyecto.

Quienes ahora exultan triunfantes no solo obvian el saqueo que ha vertebrado el proyecto desde sus inicios (del cual han participado representantes de casi todos los ámbitos del Estado), o que las condiciones en las que se realizó el test fueran demasiado apacibles para demostrar su auténtica eficacia. Obvian también un fenómeno que, en el caso de la Laguna de Venecia, resulta más preocupante que en muchos otros lugares del mundo: el aumento del nivel del mar debido al cambio climático. En su proyección, el Mo.S.E. fue ideado para funcionar unas pocas veces al año, únicamente cuando la marea superase los 110 centímetros por encima del nivel del mar. El proyecto final, publicado en 2003, se basó en previsiones de un aumento en la Laguna de tan solo 22 centímetros para 2100. Una predicción que ya en 1995 el IPCC había incrementado, y que un estudio del pasado año situó en 82 centímetros, con un error posible de 25 centímetros. Con estas previsiones, las estructuras del Mo.S.E. tendrán que funcionar cientos de días al año, separando durante demasiado tiempo el mar de la Laguna y ahondando así en la grave agresión que ya sufre el ecosistema lagunar, además de dificultar las actividades portuarias. Y aun llegando a estar en pleno funcionamiento, se encontrará enfrente mareas cada vez más altas, por lo que su eficacia está destinada a disminuir con el tiempo, junto con los triunfalismos de los fans del Mo.S.E.. En cambio, algunas voces discordantes, como las del movimiento No Grandi Navi, deberían ser escuchadas: «[Resulta imprescindible] instituir una autoridad independiente que analice los puntos críticos del Mo.S.E. y que establezca un plan, en colaboración con la población local, para combatir los efectos del cambio climático, que afectarán muy pronto no solo a la Laguna, sino a todo el Adriático Norte».

Se plantea así, en la antigua capital de la Serenísima República, una disyuntiva que podrá ser obviada, pero de la que será imposible escapar: proteger y reforzar lo que queda de común en las islas venecianas y su Laguna, o seguir alimentando dinámicas de mercado que concentran el bienestar en los cuerpos de unos pocos, a expensas de todos los demás.

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