de Wu Ming 1
Publicado en italiano en Giap el 27/10/2017
Traducción inédita
ÍNDICE
1. Bennywise (miércoles, 20 de septiembre de 2017)
2. ¿Cómo hemos llegado a esto?
3. La ley Fiano en Predappio o el «agua pasada» y el estupor
Apéndice: una nota jurídica sobre la apología del fascismo – de Luca Casarotti
«Predappio es Mussolini.»
Giorgio Frassineti, alcalde de Predappio
«He seguido adelante y ahora he llegado a la meta. Ya sé que habrá polémica. Pero sé también un día la historia me dará la razón.»
Giorgio Frassinetti, alcalde de Predappio
«Si pudiera crear problemas, sería el primero en dar marcha atrás.»
Giorgio Frassinetti, alcalde de Predappio
«A mí, a estas alturas, el término ‘antifascista’, considerando entre otras cosas quienes lo usan con más frecuencia e intensidad, me hace pensar en la RDA.»
Marcello Flores, historiador, presidente del Comité Científico del proyecto para la ex-Casa del Fascio de Predappio
1. Bennywise (miércoles, 20 de septiembre de 2017)
En los próximos días, Jadel y yo notaremos aún los efectos de este dolor de cabeza y la resaca de estas náuseas.
A Predappio hay que ir una mañana de entresemana cualquiera, lejos de fechas especiales. Solo así se puede entender no ya la banalidad del mal, sino el mal de la banalidad.
A fuerza de hablar del tema, desde la distancia Predappio parece más grande de lo que es en realidad, y también más glamuroso. Cuando llegas, se encoge, y no resulta para nada glamuroso. Se trata de una pequeña ciudad de fundación fascista, como tantas otras (en Italia se cuentan hasta 150), con menos encanto que las demás. Una Tresigallo más achaparrada, menos aérea y metafísica, un pueblecito que tras la guerra habría caído en el olvido si en 1957 no hubiese recibido la maldición, y al mismo tiempo golpe de suerte, de albergar la tumba del duce [con minúscula en el original, N. del T.]. Un lugar que solo el neofascismo ha convertido en absurdamente central.
El Bulevar Matteotti está desierto. Barecillos tristes, ocupados por una humanidad enrarecida y entrada en años, continuamente enchepada hacia los rasca-y-gana. Tiendas sin un alma, a excepción de las que venden souvenirs fascistas. Imagino que tendrán clientes siempre, si estos llegan incluso en un día tan muerto como hoy.
Bulevar Matteotti. Llamarlo así pretendía ser un contrapaso, o al menos un contrapeso al hecho de que aquí todo exuda Ventennio. Y, en cambio, el contrapaso lo sufre el pobre Matteotti, al igual que lo sufre Gramsci, cuyo nombre bautiza una bocacalle del Bulevar. «Bulevar Matteotti» escrito sobre los bolsos de tela con logos de las tiendas de porquería fascista, «Bulevar Matteotti» en las tarjetas de visita, en los folios con membrete… Matteotti ultrajado a cada instante de cada hora de cada día. Jadel me convence y entramos en la tienda Ferlandia mientras un cliente de unos sesenta años, que acaba de llegar de Las Marcas exclama, con acento de Ancona: —Hay que ir a Roma con la metralleta, ¡yo ya la tengo cargada! Su esposa le dice: —¡Ssssh! Y, mientras tanto, rebusca en una caja de brazaletes de cuero. Finalmente elige uno en el que pone ‘DVX‘.
Cuando la pareja se va, hablamos con la dependienta, que se muestra recelosa –¿Sois periodistas? – pero muy amable, agradable. Pompignoli Jr. no, nos ha echado ya una mirada torcida, maliciosa, desde el umbral de Predappio Tricolore.
Afable, la chica – «chica» como se es en Italia: en realidad tiene treinta años–, rodeada de pegatinas con el hocico de Hitler, tazas con Hitler que saluda, colgantes de esvásticas, peluches de payasos para recién nacidos con símbolos propios del squadrismo , discos de grupos rock neonazis, «cápsulas compatibles con Nespresso» con la efigie del duce, y humor rancio por todas partes: «MORIREMOS PERO NO DE SED», «AMIGOS MÍOS, AQUÍ SE FOLLA»… Hay una camiseta en la que pone: «THOR MIT UNS», pero el Thor representado es el de Marvel. Cojines de la X MAS. Zapatillas, chancletas en las que pone «ME DA IGUAL», pantuflas, cojines… Los fascistas ostentan audacia, ensalzan el culto a una vida peligrosa, pero su merchandising exalta solo ganas de confort, de una vida pequeñoburguesa, de sofá y zapatillas de estar por casa, con el peligro contemplado desde la debida distancia. Memento audere semper, pero mientras tanto hagámonos mimitos.
Tienen hasta una Hello Kitty versión nazi.

La chica no habla con nosotros como hablaría con sus camaradas, no usa las palabras que usaría con ellos y tampoco se aventura en juicios demasiado duros. Se muestra escéptica, dice que en su opinión el museo en la ex-Casa del Fascio no se hará, porque tras años hablando del proyecto, aún no se ha empezado ni siquiera la restauración y el edificio sigue semiderruido. –Dentro explicarán la Historia los «historiadores de verdad»–, dice sonriendo, y traza comillas en el aire con los dedos índice y corazón. Es simpática, pero pienso: si fuésemos africanos, ¿sería igual de simpática?
Nos da indicaciones turísticas y nos aconseja un restaurante en la parte alta de la ciudad. Nos da también material gratuito: folletos, flyers, etc. —Os dejo también el santino—, dice. Lo llama exactamente así, «santino». Tiene el logo de la tienda, y al duce vestido de motociclista, con una expresión estúpida en el rostro.
La tienda que está entre Ferlandia y Predappio Tricolore – anónima, con el rótulo cubierto con una tela negra – presenta el look más hosco y fúnebre de todos. Se esfuerza por evocar un «lujo espiritual», como diría Furio Jesi. Valores elevados, presuntamente aristocráticos y guerreros, y una impronta más religiosa, más fascio-católica, respecto a Ferlandia: Lefebvre y Codreanu, cruces y esvásticas, puñales y tétricas reliquias. Menos baratijas contemporáneas, menos estética trash, ninguna frase fuera de tono. Entre los puñales, un libro define el aborto como «genocidio del siglo XX», pero estamos desde hace bastante en el XXI, así que también el libro es vintage. El nombre de la tienda está tapado, pero he leído que se llama (¿o se llamaba?) La Madonna del Fascio [La Virgen del Fascio] – a la que también está dedicado un mosaico que se puede admirar en la escuela infantil de la acera de enfrente – y que la señora tras el mostrador – en realidad un pequeño escritorio – es la secretaría del cura fascista Giulio Tam.
A Tam lo recuerdo como candidato a alcalde de Bolonia por Forza Nuova en las elecciones del 2009.

En dos horas visitamos casi todos los lugares del «museo urbano». La arquitectura del Ventennio, en gran parte de Florestano Di Fausto, es desproporcionada respecto al pueblo – da la sensación de ver a un niño con botas de hombre – y menos pomposa y reluciente de lo que puede parecer en la foto.
En varios puntos del pueblo encontramos restos de peregrinaciones fascistas: pegatinas de Casapound, de Forza Nuova, de moteros fascistas, de hinchas fascistas, de blogs fascistas. La casa natal del duce está cerrada, abre solo los fines de semana. Se encuentra en las afueras y es del todo insignificante. La tipa de Ferlandia nos ha dicho: «Dentro, del duce hay muy poco, pero las chicas que trabajan allí son honradas, os hablan de Él tal y como era».
La ex-Casa del Fascio —«y de la Hospitalidad», tal y como reza el nombre completo, pronunciado con deleite por los partidarios y defensores del proyecto de museo— está sucia, maltrecha, a la espera de volver a brillar. Justo enfrente, al otro lado de un gran patio, se encuentra la iglesia de San Antonio. En la fachada sobresale un gran haz de lictores. Entramos. No hay nadie. En el libro de las «invitaciones al rezo» escribo, bien visible: «Rezo por que se extingan los fascistas».

Salimos de la zona habitada y nos dirigimos hacia el cementerio, siguiendo el borde de la carretera, entre dos filas de chalés adosados que más tarde se transforman en dos solitarias filas de árboles.
Fuera del pueblo, desde casi cualquier punto se puede ver, allá en lo alto sobre las colinas, el faro del duce, que forma parte de la Rocca delle Camminate [Fortaleza de las Caminatas]. La Rocca era la residencia del duce. Desde allá arriba, dominaba el Valle del Rabbi. El faro, visible en un radio de sesenta kilómetros, se encendía las noches en las que Él estaba allí, precisamente para señalar que Él estaba allí. —¡Mira, Él está en la Rocca!
Ahora quieren encenderlo de nuevo. ¿Quizás para decir que Él ha vuelto? (suponiendo que se hubiese llegado a ir).
En la Rocca mantuvo su primera reunión con el gobierno de la República Social Italiana. Más tarde, en la fortaleza se encarceló y torturó a muchos partisanos. El más conocido es Antonio Carini, veterano de la guerra civil española, miembro del comando general de las Brigadas Garibaldi. En la Rocca fue torturado, desfigurado, atado a un coche y arrastrado por la carretera, para ser finalmente asesinado y tirado al río Bidente. Hace algunos años, la Rocca fue reestructurada, no sin polémica, y adaptada para alojar «eventos» culturales y gastronómicos. Las celdas donde se torturaba, por lo que me han contado, están cerradas y no se pueden visitar. ¿Quizás los comensales habrían perdido el apetito?
Más tarde iremos allá arriba, para intentar al menos homenajear a Carini, pero encontraremos la verja cerrada.

Mientras tanto, hemos llegado al cementerio. Bajamos a la cripta de los Mussolini, donde reposan, en tumbas expuestas, el duce y su familia.
En la entrada hay una imagen impresa a color con el escudo de la Falange española, pero está borrosa, pixelada. Lo más probable es que hayan encontrado una imagen jpg a 72 dpi en Google imágenes y la hayan ampliado.
Constatamos que un libro de visitas —de, a ojo, unas cien páginas— se llena en pocos días: data del 31 de agosto, hace 20 días, y las tres cuartas partes están ya escritas, a pesar de que últimamente no haya habido ninguna festividad especial.
Lleno, sí, de comentarios todos iguales, seriales, dos o tres clichés repetidos hasta el infinito. «¡Presente!», «Te echamos de menos Duce», «Eia eia alalá»… Los fascistas tienen poca imaginación. Yo escribo: «Honor a Walter Audisio». Quién sabe, igual se piensan que es un camarada…
Es la hora de comer, el resto del cementerio está desierto, pero aquí sigue llegando gente. Un ir y venir lento y lánguido, de finales de verano, pero sin pausa. Se nos acerca una pareja de edad avanzada, un barrigón calvo y una señora menuda con pintas de estar perdida, ambos con acento estadounidense. —¿Es aquí la tumba de Moosoleenee?
En la última sala antes de salir de la cripta se encuentran los «exvoto», placas colgadas por partidillos, grupúsculos y camarillas neofascistas, con intentos de gráfica solemne y un mal gusto abismal. Son precisamente esos detalles fuera de lugar, esas caídas de estilo lo que, según Jesi, impide al fascismo italiano completarse como religio mortis. El fascismo no sabe si ser del pueblo o de la aristocracia, y por eso intentar ser ambas cosas, pero el elemento popular —o, mejor dicho, pequeñoburgués— hace vano el esfuerzo por evocar valores aristocráticos.
Lo que había intuido desde la distancia y analizado con raciocinio, ahora lo noto en el estómago. La comunidad local convive desde hace treinta años con un comercio nauseabundo: tiendas como Ferlandia prosperan sin que nadie les tire un mísero ladrillo al escaparate. Me viene a la cabeza una frase de la historiadora Anna Foa: «Predappio ha tenido ya sus oportunidades, tanto buenas como malas». Es como la Derry de las novelas de Stephen King, pero ultraitaliana, con el duce en el papel de payaso.
Bennywise.
Al fin y al cabo, no deja de ser de payasos y cloacas de lo que estamos hablando.
Solo fuera de la zona habitada se pueden observar pequeñas resistencias, probablemente no autóctonas. En el cartel publicitario que anuncia Villa Mussolini, en lugar de «Mussolini» han escrito con spray «SOIS MIERDA».
Luego recorremos los pocos kilómetros que separan Predappio de Villa Carpena/Mussolini. No entramos, no queremos regalarle veinte euros al camarada Morosini (que es también el propietario de La Madonna del Fascio), pero ya desde fuera, mirando la fachada y el jardín, se aprecia lo tosco de la operación decorativa. También aquí, los oropeles y la falta de gusto estético sabotean los intentos de evocar valores «altos».
—Mira, —me dice Jadel— hay pavos reales.
Ahí los tienes. Pavos reales. La guinda del pastel.
Alrededor, una completa desolación rural.

2. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Lo que hoy llamamos Predappio es una ciudad de fundación fascista construida en 1925 en la localidad de Dovía, en el valle del río Rabbi, con el nombre de Predappio Nuova.
Hasta aquel momento, Dovía había sido solo una pedanía del Ayuntamiento de Predappio. Como sugiere el nombre, se trataba de un simple cruce de caminos con unas pocas casas. El centro del municipio, la auténtica Predappio, era el auténtico pueblo, construido sobre la colina. Pero fue en Dovía donde nació el duce, lo que la convirtió en ciudad fatídica, lugar a transformar con fines propagandísticos.
Cogiendo al vuelo la ocasión de «garantizar la seguridad» tras un desprendimiento, el régimen fascista anunció el traslado al valle de lo que siempre había estado sobre las colinas, y echó mano de palas y carretillas. Fue así que, tras el renacimiento como Predappio Nuova, en 1927 la vieja pedanía fue ascendida a nueva capital del municipio, mientras que el viejo pueblo fue degradado a pedanía y rebautizado como Predappio Alta. Se amplió el Ayuntamiento de Predappio, haciendo que englobase al de Fiumana, de modo que tuviese una frontera con la provincia de Forlí.
La nueva ciudad, con su arquitectura celebrativa, se convirtió en escenografía para peregrinaciones de balilla, avanguardisti y militi. Por ejemplo, el 16 de mayo de 1937, el periódico La Stampa escribía el titular: «En la fiesta anual del Imperio, el homenaje del Turín fascista a las tumbas de los padres del Duce / La soberbia procesión de automóviles que partió ayer por la mañana de la Plaza Vittorio llegará hoy a Predappio».
Además, el duce transformó su casa natal en una exposición permanente sobre su infancia y su familia. Se recrearon los dormitorios de los padres y de los hijos y, en la planta baja, el taller del padre Alessandro, herrero del pueblo.
Las visitas oficiales del duce a la casa fueron frecuentes y, obviamente, publicitadas a bombo y platillo. Como el 29 de julio de 1937, cuando inauguró la nueva Casa del Balilla. Al día siguiente, La Stampa escribía el titular: «Las alentadoras palabras de Mussolini a dos mil cadetes de las juventudes fascistas / La nueva Casa del Balilla inaugurada ayer por el Jefe y Doña Raquel / «Como el imperio fascista os quiere»».
Pompa aún mayor el 8 de junio de 1938, cuando Benito se reunió en Predappio con el Rey Víctor Manuel. También en aquella ocasión La Stampa escribió un titular a ocho columnas: «En Romaña, ardiente tierra de Mussolini / El Saludo del Duce al Soberano en el encuentro en Predappio».

Tras el fin del nazifascismo y de la guerra, el pueblo de Predappio cayó en la insignificancia. Un limbo de doce años, hasta que su historia se cruzó de nuevo con la del cuerpo del duce.
La historia del cadáver de Mussolini durante los años 1945-1957 ha sido reconstruida por el historiador Sergio Luzzato en su libro Il corpo del duce [El cuerpo del duce] (Einaudi, 1998). Una serie de titubeos, decisiones a medias y errores garrafales por parte de las autoridades; una historia estimulante y grotesca que concentró durante mucho tiempo la atención sobre el cuerpo fugitivo, sobre los «restos mortales no enterrados y sin paz» del duce, creando una atmósfera morbosa e insuflando de nuevo aire a las brasas de la subcultura neofascista. Lo prohibido atrae, y la prohibición de oficiar el funeral de Mussolini acabó por inflar el orquítico culto a la muerte que hoy vemos en Predappio.
Decisiones a medias, decía. El cuerpo no fue enterrado tras unas exequias normales, pero tampoco fue eliminado, como sí se hizo, por ejemplo, con Eichmann, cuyas cenizas se dispersarían en el mar años después. No, el cuerpo del duce fue escondido, y además mal, como por un lapsus de acción, sintomático de la mala conciencia del aparato estatal y de una parte de la sociedad italiana.
Tras la exhibición en Piazzale Loreto y la posterior autopsia, el cadáver de Mussolini fue sepultado en una tumba anónima en el campo 16 del cementerio de Musocco, en Milán. La ubicación de la tumba era un secreto a voces: que El Cabezón estaba allí lo sabía bastante gente, tanto así que algunas personas acudían para rezar, mientras otras —contaban voces escandalizadas— lo hacían para bailar sobre la tumba o incluso mearle encima.
Durante la noche del 22 al 23 de abril de 1946, una organización neofascista clandestina, el «Partido Fascista Democrático», sustrajo el cuerpo y lo escondió en un caserío de la región alpina Valtellina. El comando fascista lo dirigía Domenico Leccisi, futuro diputado del Movimiento Social Italiano. Por su valor simbólico, se puede definir aquella incursión como uno de los actos fundacionales del neofascismo italiano. Si no el más importante, sí el más llamativo. El impacto fue enorme.
Tras diversas peripecias y una desenfrenada circulación de leyendas urbanas, el Estado tomó de nuevo posesión del cuerpo (popularmente conocido como el Salmone), en un avanzadísimo estado de descomposición. El cuerpo fue escondido en un nuevo enclave secreto: un convento de monjes capuchinos en Cerro Mayor, al norte de Milán. La viuda de Mussolini, Raquel, pidió en vano su restitución. Siguió pidiéndola durante años.
Tan solo a inicios de junio de 1957 el cuerpo fue devuelto a la familia, por decisión de Adone Zoli, democristiano entonces recién elegido presidente del Consejo de Ministros, nacido en la cercana Cesena y cuya familia era originaria de Predappio. El Movimiento Social Italiano exigió el Salmone a cambio del voto de confianza al gobierno formado por Zoli, que contaba únicamente con miembros de la Democracia Cristiana. Precisamente el voto del desenterrador Leccisi, que en aquella época estaba «aparcado» en el grupo mixto por disidencias con el partido, fue decisivo.
El 31 de agosto de 1957 se enterró el cuerpo de Mussolini en Predappio, en el cementerio de San Cassiano. Una curiosidad: la tumba de la familia Zoli distaba solo de unos pocos metros de la de los Mussolini. Las dos familias, por otra parte, se conocían bien. No en vano, Raquel Guidi, futura esposa de Benito, nació en 1890 en la finca agrícola de los Zoli.
En 1957 era alcalde de Predappio el comunista Egidio Proli, que dio su beneplácito para el entierro, y del que se cuenta que dijo: «No nos ha dado miedo cuando estaba vivo, no nos dará miedo ahora que está muerto». Décadas más tarde, otro alcalde, Frassineti, repetiría la misma frase en innumerables ocasiones. Y la realidad es que el duce condicionaba la vida del pueblo cuando estaba muerto igual que lo hacía cuando estaba vivo. Incluso más. Y los efectos no se hicieron esperar ni un solo día. El mismo día de las exequias comenzó una «algarada» en el pueblo, tal y como la definió al día siguiente el diario Stampa Sera.
Todos los domingos siguientes, el pueblo se convirtió en un maremágnum. El 8 de septiembre, aniversario de la «muerte de la Patria» [efemérides del Armisticio entre Italia y las Fuerzas Aliadas, que inició una guerra civil en el país en 1943, N. del T.], llegaron a Predappio más de tres mil fascistas, y los habitantes se encontraron por todas partes con carteles en los que se incitaba a un renacimiento del fascismo. El 22 de septiembre llegaron más de siete mil fascistas al pueblo, muchos vestidos con camisas negras. La policía, por orden del Viminale, les obligó a quitárselas: los fascistas acataron la orden socarronamente y transformaron la situación en una machirulada de grupo.
El Partido Comunista y el Partido Socialista convocaron una contramovilización: el domingo 29 de septiembre hubo una concentración antifascista en el cementerio. A lo largo de la carretera que llevaba a San Cassiano, un grupo de expartisanos recibieron con lanzamientos de piedras a la columna de coches que transportaba a los peregrinos. Una tradición que hoy, por desgracia, ha caído en desuso.
El Ayuntamiento de Predappio fue durante mucho tiempo «rojo» (Partido Comunista y/o Partido Socialista), más tarde «de centroizquierda», y hoy es nominalmente «cívico», aunque en realidad está guiado por el Partido Democrático. El peregrinaje fascista ha tenido una evolución discontinua, con fuertes tensiones –especialmente en los años setenta– seguida por periodos de tranquilidad. Durante algún tiempo el flujo se estabilizó o incluso disminuyó, pero en 1983 volvió a crecer, aumentando sin medida en los últimos veinte años, con la desaparición de muchos «diques de contención» antifascista.
¿Por qué 1983?
Porque fue un año clave: centenario del nacimiento del duce (29 de julio) y cuadragésimo aniversario de la fundación del Partido Fascista Republicano y de la República Social Italiana. Aquel año, además, el Movimiento Social Italiano cosechó un gran éxito en las elecciones generales, rozando el 6,8% a nivel estatal y el 10,33% en Predappio, su cuarto mejor resultado en la región de Emilia-Romaña. Por último, también aquel año la Prefectura de Forlí revocó una ordenanza que prohibía la venta de merchandising fascista.
Tras algunos años de «nomadismo» (así lo define el exalcalde Ivo Marcelli en el documental francés La duce vita), es decir, de puestos ambulantes delante del cementerio o en otros puntos de la ciudad, en 1997 una ordenanza del Ayuntamiento permitió la apertura de tiendas estables, con el objetivo declarado de restringir el fenómeno.
Fenómeno que, al contrario, se extendió sin medida: tanto a nivel de ingresos, como en el imaginario colectivo y en Internet. En Predappio se desarrolló una industria cada vez más boyante. Boyante en el pueblo, en las inquietantes tiendas que son además activísimas webs de e-comercio fascista, pero viva también en el resto de Italia, en espacios físicos y en Internet, y de la cual se habla en medio mundo. Porras, banderines, banderas, calendarios, cascos, feces fascistas, garrafas de vino, mecheros, pins, camisas negras, réplicas de uniformes de la Milicia Fascista, CDs, DVDs e incluso botellas de aceite de ricino. Una industria que ha convertido el peregrinaje al pueblo natal del duce en algo aún más cutre y nauseabundo.
Durante algún tiempo, una heladería del pueblo ofrecía también el «helado del duce», obviamente negro. Jadel y yo lo buscamos sin éxito.
En los años noventa, el Ayuntamiento reestructuró la casa natal del duce, y la reabrió al público en 1999.
El año siguiente, otra residencia del duce, situada en San Martino in Strada —conocida como Villa Carpena o Villa Mussolini— donde Raquel volvió a vivir en 1957, fue adquirida por un tal Domenico Morosini y se convirtió en un mausoleo neofascista. Nominalmente se trata de un «centro de estudios», pero no parece que se estudie demasiado entre esos muros.
Para compensar, Morosini sostiene que el fantasma de Benito vaga por el lugar. En serio. Al parecer, de vez en cuando se le ve pasar también por el espejo. Una vez llegó un grupo de cazafantasmas desde Padua, tomaron mediciones ad hoc y lo confirmaron: en la casa se aparece el duce. Como en todo el pueblo, por otro lado. Y en el país.
Hay muchas cosas ridículas en esta historia, pero ridículo no significa inocuo. El fascismo ha sido siempre también ridículo. El fascismo italiano no ha alcanzado una mística completa de la muerte. Por mucho que se haya esforzado, nunca ha conseguido parecer tan «serio» —trágico sí, pero nunca serio— como su primo alemán. Esto se debe, por decirlo con las palabras de Furio Jesi en su Cultura di destra [Cultura de derechas], a «una carencia de estilo y, por así decirlo, de temperatura mitológica». Mientras lo del fascismo alemán es una «auténtica mística de la muerte», «una mitología funeraria hegemónica, totalizante, fijada como único punto de referencia auténtico de las normas que obligan a actuar o a no actuar, de las modalidades de acercamiento a uno mismo, al resto de hombres, al mundo», el fascismo italiano como mucho reúne «un instrumental simbólico capaz de poner en circulación o de formalizar valores que, para demostrar que poseen el peso específico deseado, han de proyectar sombras cementeriales».
En pocas palabras, el culto a la muerte del fascismo italiano se encuentra siempre atenuado, diluido, vulgarizado por el entrometerse de otros elementos, de aparentes «desentonaciones». A menudo se trata de notas de humor rancio y grosero que están ausentes en el nazismo. Véase, precisamente en el marco cementerial de Predappio, la siguiente escena de una bendición ejecutada por el padre Giulio Tam y descrita en un reciente artículo del New Statesman:
«El padre Giulio Tam apoya una mano sobre el vientre grávido de Fiamma, cierra los ojos y se prepara para la bendición. “Señor, haz fuerte a este niño, para que pueda echar de nuestro país, con una patada en el culo, a esos malditos inmigrantes”. Después le echa un vistazo a la multitud que lo rodea y añade: “Y, por favor, ¡no le hagas nacer maricón!”. Desde el mar de cabezas rapadas se alza una carcajada general. El sacerdote, figura bien conocida en los ambientes de la derecha, levanta una copa de vino y grita: “¡Para nosotros!”. Los brazos se levantan para realizar el saludo romano. Hasta los niños dejan de jugar en torno a la estatua a tamaño natural de Benito Mussolini y repiten el lema fascista. “¡Para nosotros!”».
Las bromas xenófobas y homófobas del cura podríamos escucharlas en cualquier tasca. Si se profiriesen con ese mismo tono durante una ceremonia nazi, arruinarían el marco místico y «sagrado». En cambio, aquí no están fuera de lugar, porque el fascismo es siempre eso, un continuo oscilar entre la aspiración a un «lujo espiritual» –parafraseando a Jesi– y un intento de adaptarse al hablar «genuino» del «pueblo».
En realidad, lo que el fascismo vende como «formas de ser del pueblo» y un «no tener pelos en la lengua» no es más que la mezquindad de la pequeña burguesía más retrógrada. En su clásico La nacionalización de las masas, el historiador germano-estadounidense George L. Mosse escribió: «La cultura fascista […] absorbió gran parte de lo que en el pasado había sido (al menos en apariencia) lo más reclamado por las masas. [Mientras que el socialismo] buscaba educar y afinar los gustos de los trabajadores, el fascismo no hizo ningún intento parecido: aceptó las preferencias del hombre común y buscó dirigirle la vista hacia los propios fines».
Y viceversa. El «hombre común», el «italiano medio», el pequeñoburgués, acepta de buen grado las síntesis que le ofrece el fascismo (o el neofascismo, en el caso a examen) y las utiliza para sus propios fines. ¿Y cuáles son esos fines?
Follow the money. En Predappio, el neofascismo ha permitido la entrada de grandes cantidades de dinero. La comunidad local se gana la vida gracias a los peregrinajes, aunque a muchos habitantes de Predappio les cueste —cada vez menos— admitirlo, y cuando lo hacen le restan importancia, dicen que «de eso viven solo tres comerciantes». Algunos se declaran molestos o indignados, y quizás lo estén de verdad, pero el turismo fascista produce, inerva la economía del pueblo y de los alrededores, y cada vez más gente lo admite: en septiembre de 2016 el programa televisivo Tagadá recogió declaraciones como éstas: «En Predappio tenemos dos cosas: Mussolini y el sangiovese [renombrado vino de producción local, N. del T.]» y «Si cierran las tiendas, sufren los comerciantes».
Si en los parajes de los alrededores prospera el gran wine resort de Borgo Condè y si el Ayuntamiento ingresa decenas de miles de euros al año solo con los autocares que paran en el pueblo, es tan solo gracias a su reputación de «cuna y tumba del duce». No es solo cuestión de «una tumba en un cementerio»: el pueblo entero es una proyección del cuerpo del duce, se le ve como su sepulcro ensanchado, el lugar de veneración de sus restos mortales. En toda Italia, «Predappio» significa eso. Por sí solos, el sangiovese, las piadinas y la (relativa) cercanía a las playas de la Romaña no podrían atraer las multitudes que llegan desde Catanzaro, Sácer, Siracusa, Gorizia, Chieti, Atenas, Valladolid… Y quizás no son todos neofascistas, pero lo que es seguro es que todos son fascio-curiosos.
Existen paquetes turísticos específicos y bonos descuento, y los camaradas tienen a su disposición una lista de los restaurantes, bares y tiendas más facha-friendly. Uno debe de ser el de Predappio Alta que nos aconsejó la tipa de Ferlandia. Y a pesar de todo eso, el alcalde Frassineti, en las entrevistas, describe una situación exactamente opuesta, verdaderamente poco creíble (cursiva mía): «A los extranjeros les atrae principalmente la pequeña ciudad del vino y el novísimo resort inmerso en las viñas, abierto desde hace menos de un año por la empresa Condè; luego, cuando ya están aquí,descubren la historia de la ciudad y de Mussolini».
3. La Ley Fiano en Predappio o el «agua pasada» y el estupor
—Pero cuando la Ley Fiano se apruebe en el Senado, todas esas tiendas y peregrinaciones serán ilegales. ¡Les obligarán a cerrar, por fin!
Ya eran ilegales. Todo lo que sucede en Predappio y que he descrito aquí era ya ilegal. La apología del fascismo se convirtió en delito incluso antes de que el cuerpo del duce fuese enterrado en su cripta. La ley n. 645 del 20 de junio de 1952 (conocida como Ley Scelba) prevé penas de 18 meses a 4 años de cárcel, no solo para quien reorganice el disuelto partido fascista, sino también para quien «en número no inferior a cinco personas […] dirija su actividad a la exaltación de representantes, principios, hechos y métodos propios del partido fascista, o realice manifestaciones exteriores de carácter fascista».
Es cierto que en 1958 el Tribunal Constitucional restringió su aplicabilidad a los comportamientos y hechos concretos «dirigidos a la reorganización de partido fascista», pero sobre esto es necesario realizar algunas puntualizaciones.
Cuando se usa la expresión «reorganización del partido fascista», se presenta la hipótesis como lejana y poco plausible. Y lo que en realidad ha sucedido es que, desde la posguerra hasta hoy, distintos partidos neofascistas, grandes y pequeños, se han organizado y reorganizado. Ya en 1958 existía uno desde hacía tiempo. Uno que tenía además representación parlamentaria.
Dicho esto, lo que sucede en Predappio es algo concreto. Siempre ha sido concreto, y hoy lo es aún más que en el pasado. Lo único que impide darse cuenta es el uso de términos engañosos y paradigmas conceptuales equivocados. El más importante de todos: «nostálgicos». Esa palabra no la usan solo los medios de comunicación de masas, sino también —y es grave— algunos académicos. Por ejemplo, el historiador Marcello Flores ha hablado, respecto a Predappio, de «los flujos más deletéreos de la nostalgia».
Para poder definir «nostálgicos» a los fascistas que van a Predappio, han de cumplirse dos condiciones previas o, mejor dicho, dos ideas preconcebidas. La primera es pensar en el fascismo y en los fascistas como algo del pasado: —¡Son cosas viejas, por dios, estamos en 2017!
La alt-right estadounidense satiriza esa actitud con el chiste: «It’s the current year!». De hecho, en Estados Unidos, los que dicen «¿Fascismo? ¡Pero si estamos en 2017!» son los adversarios del fascismo. Ya Walter Benjamin, en sus Tesis de filosofía de la historia, identificó la buena fortuna del fascismo en el hecho que «sus adversarios lo combaten en nombre del progreso como si de una ley histórica se tratara. El estupor que se genera porque las cosas que vivimos sean “todavía” posibles en el siglo XX es de todo menos filosófico. No inicia ningún tipo de conocimiento, sino aquel que proviene de una idea de historia que ya no se mantiene en pie».
En cambio, en Italia, frases como «¡Estamos en 2017!» se utilizan para discutir no con los fascistas, sino con los antifascistas: —¿Todavía estáis con esas cosas? El fascismo es agua pasada, ¡estamos en [introducir año en curso]!
«¿Cómo voy a ser fascista si he nacido en 1978?», ha declarado, en repetidas ocasiones Alessandro di Battista, diputado del Movimiento 5 Estrellas, dando pábulo al difundido cliché. Se le podría contestar con las palabras que Sergio Luzzatto escribió en su panfleto La crisi dell’antifascismo (Einaudi, 2004): «Por desgracia o por suerte, la “gracia del nacimiento tardío” […] no excluye una asunción de responsabilidad respecto al pasado, y tampoco respecto al futuro […] Claro, ni los parientes ni los antepasados se eligen: la historia nos los asigna irrevocablemente. Para compensar, se nos da la oportunidad de elegir a qué antepasados honrar y de cuales renegar».
Palabras de santo, pero no es solo cuestión de antepasados, no se trata solo de eso. El problema es que hay fascistas ahora, y no son pocos.
En una reciente intervención en inglés en la revista online Politika, Marcello Flores escribe:«Considerar que más de setenta años después de la caída del fascismo, su revival —aunque sea solo cultural o historiográfico— representa aún una amenaza, equivale a ignorar los cambios que se han producido en el modo en que hablamos del pasado, no solo en la sociedad italiana sino en toda Europa y en el mundo».
Quizás es Flores quien no se ha dado cuenta de los cambios que se han producido en Europa y en el mundo.
En Europa y en Occidente, desde los Estados Unidos de Trump hasta la Hungría de Orbán, desde la Austria de Kurtz hasta la Polonia de Kaczynski, desde los reflujos neofranquistas en España hasta la xenofobia rampante en Italia, la extrema derecha se afianza, ocupa puestos en gobiernos o influencia la política de los gobiernos, haciendo el papel de aguja de la brújula, imponiendo las palabras claves del discurso y los enemigos públicos, facilitando reescrituras de la historia que, incluso en el mainstream, están rehabilitando poco a poco los fascismos.
En Italia, lo más actualizado respecto al «modo en que hablamos del pasado» nos lo ofrecen cada día las redes sociales, la televisión, los periódicos y la liturgia política, incluida la de la presunta «izquierda» [véase el capítulo 2 de esta serie, solo en italiano, N. del T.].
Todo eso condimentado con distintos tipos de violencia, que quizás Flores y otros académicos no ven, porque los medios de comunicación mainstream tienden a «desideologizar».

Y aquí llegamos a la segunda idea preconcebida, que deriva del hecho de no tener el culo en la calle. ¿Cuántos tertulianos, cuántos historiadores que disertan sobre Predappio se han cruzado alguna vez con un neofascista?
¿Cuántos han sufrido una agresión, no ya directamente, sino a través de algún conocido o conocida?
¿Cuántos saben que todos los años en Italia se producen decenas de agresiones fascistas? Aquí se puede encontrar una lista en continua actualización.
Los fascistas que visitan Predappio no son fascistas solo el día que se visten de gala: lo son todos los días. Y si bien es cierto que no todos los que van a Predappio son neofascistas activos, sí lo es que todos los neofascistas activos van a Predappio antes o después. Son los mismos que en las ciudades difunden propaganda xenófoba, organizan manifestaciones antimigrantes y rondas racistas en los barrios; los mismos que a menudo están involucrados en actividades criminales; los mismos que agreden, pegan, apuñalan, disparan y, a veces, matan.
Milán, 16 de marzo de 2003. Un grupo de neofascistas mata a puñaladas a Davide Cesare, activista del centro social O.R.So de 27 años.
Bolzano, 30 de noviembre de 2003. Un grupo de neofascistas mata a puñetazos y patadas a Fabio Tomaselli, de 26 años, tras un altercado en un bar.
Focene (Roma), 27 de agosto de 2006. Tras una fiesta en la playa, un grupo de neofascistas agreden y matan a puñaladas a Renato Biagetti, activista de 26 años del centro social Acrobax.
Verona, 30 de abril de 2008. En una plaza del centro, un grupo de neofascistas matan a puñetazos a Nicola Tommasoli, de 29 años, «culpable» de llevar el pelo largo y de tener un aspecto «de izquierdas». Uno de los asesinos se había presentado como candidato de Forza Nuova para las elecciones locales en 2007.
Roma, 26 de junio de 2011. Cuatro personas agreden a puñetazos y patadas a Alberto Bonanni, músico de 29 años, tras un altercado en una calle del barrio de Monti. En sus perfiles de Facebook, algunos de los agresores tienen fotos en las que realizan el saludo fascista y otras con símbolos del conocido repertorio. Con tal de no llamarles fascistas, los periódicos usan complicadas perífrasis: «matones con simpatías por la ultraderecha». Alberto, en coma, morirá tres años más tarde sin haber llegado a despertarse.
Florencia, 13 de diciembre de 2011. En la Plaza de Dalmacia, el neofascista Gianluca Casseri, activista de Casapound, mata a tiros a Samb Modou, de 40 años, y a Diop Mor, de 54, ambos vendedores ambulantes senegaleses. Un tercer agredido, Moustapha Deng, de 33 años, no muere, pero sufre graves daños en la médula espinal y no podrá volver a caminar. El móvil es el odio racial.
Roma, 3 de mayo de 2014. Cerca del Estadio Olímpico, el neofascista Daniele De Santis, conocido como «Gastone» —exmiembro del Movimiento Político Occidental y del Movimiento Social Europeo— mata a tiros a Ciro Esposito, hincha del Nápoles de 31 años.
Roma, 3 de julio de 2014. El neofascista Giovanni Battista Ceniti, antiguo dirigente de Casapound en Verbania, mata a tiros a Silvio Fanella, consultor financiero, durante un intento de secuestro.
Fermo, 5 de julio de 2016. El neofascista Amedeo Mancini, cercano a Casapound, mata a puñetazos a Emmanuel Chidi Namdi, refugiado nigeriano de 36 años. El móvil es el odio racial.

No se trata de «nostalgia». El neofascismo existe hoy, es un problema actual. Y no es «folclore»: los que van a Predappio a las ceremonias no son «folclóricos» en los lugares de los que vienen. Van de peregrinaje a Predappio los nazis griegos de Amanecer Dorado, estuvieron en Predappio los asesinos de Davide Cesare, antes o después van de peregrinaje a Predappio todos los protagonistas del odio y la violencia neofascistas.
En 2009, por poner un ejemplo, el líder de Casapound, Gianluca Iannone, fue condenado a cuatro años de reclusión por un delito cometido precisamente en Predappio: tras haber formado parte de la «guardia de honor» en la tumba del duce, Iannone arremetió a patadas y puñetazos, junto con otros camaradas, contra un carabiniere de paisano.

Ergo, como se decía más arriba, lo que sucede en Predappio es concreto, y no solo está «dirigido a reorganizar», sino que está conectado desde siempre con procesos reorganizativos de diferente intensidad. Los supuestos para frenar por fuerza de ley lo que sucede en Predappio existían ya, han existido siempre. Y, no obstante, todo continúa, más aún, crece, a pesar de que Marcello Flores, en la intervención ya citada, escriba (no se entiende basándose en qué) que Predappio es una meta de los neofascistas «bajo formas cada vez más irrelevantes».
Alimentar falsas expectativas es peligroso. Es altamente probable que la Ley Fiano obtenga los mismos resultados que la disposición final XII de la Constitución y que la Ley Scelba, las cuales no han impedido ni la existencia de partidos fascistas, ni la persistente apología del fascismo, o que la Ley Macino de 1993, que teóricamente debía impedir la incitación al odio racial. Un cuarto de siglo tras su aprobación, un ejército de políticos, editores y presentadores televisivos incita al odia racial, sin freno, todos los días.
—Pero esta vez es distinto, la prohibición es más extensa y está expresada de forma más clara, es aplicable a quien «difunde propaganda con imágenes o contenidos propios del partido fascista o del partido nacionalsocialista alemán, o de las correspondientes ideologías, incluso si se realiza únicamente mediante la producción, distribución, difusión o venta de productos que representan personas, imágenes o símbolos claramente referidos a aquéllos, o bien se hace referencia públicamente a su simbología o gestualidad».
Siempre se ha dicho que iba a ser distinto, que se trataba de un «punto de inflexión», porque la prohibición estaba expresada mejor, porque se usaban palabras inequívocas. Pero la aplicación efectiva de las leyes depende de la constitución material de un país, es decir, de su estructura real, definida por las relaciones de fuerzas existentes, por los conflictos y las negociaciones entre los distintos poderes, entre las clases sociales, entre las facciones políticas y entre los grupos de interés.
Esperar que las comisarías, las delegaciones de gobierno y los tribunales pongan en práctica el antifascismo ha resultado siempre ilusorio, en un país donde no ha habido depuración alguna y donde, a pesar de sus lloriqueos, los supuestos «vencidos» han vencido.
Tras la Liberación, en toda Italia se expulsó de sus puestos de trabajo únicamente a 449 empleados públicos, muchos de los cuales fueron rehabilitados a los pocos años, con liquidación de los sueldos no percibidos incluida.
A partir de 1946, la magistratura aplicó la Amnistía Togliatti de forma muy generalizada y capciosa, dejando libres a colaboracionistas, delatores, torturadores, colaboradores de las deportaciones… Aquellos jueces eran todavía los mismos que ejercían durante el fascismo, le debían sus carreras al régimen, y a menudo estaban unidos a los amnistiados a través de vínculos de solidaridad política, así como por el odio común a partisanos y antifascistas.
Mientras tanto, los militares acusados de crímenes de guerra no fueron extraditados a los países que pretendían procesarlos: Yugoslavia, Albania, Grecia, Etiopía… Muchos continuaron sus carreras en las Fuerzas Armadas y en otras instituciones de la República.
Así, quince años después de la Liberación, 62 de 64 prefectos [Delegados del Gobierno en provincias o ciudades metropolitanas, N. del T.] provenían de la administración fascista, y con ellos la totalidad de los 241 subprefectos. Casi todos los cuestores [altos cargos de la Policía a nivel provincial, N. del T.] (120 de 135) habían formado parte de la policía fascista. Y Guido Leto, que había sido jefe de la policía política, tras contribuir a la reorganización de los servicios secretos, acabó su carrera como director de las academias de policía. Esos son los supuestos «vencidos».
¿Vencidos? No exactamente…
Tal y como ha reconstruido el historiador Davide Conti en su libro Gli uomini di Mussolini [Los hombres de Mussolini](Einaudi, 2016), la presencia de fascistas en numerosos puntos estratégicos del Estado ha condicionado fuertemente la vida pública italiana, el modo en que las instituciones se relacionan con el mundo del trabajo, los sindicatos, la cultura, el concepto de orden público y el ejercicio de la acción penal.
Mientras tanto, se ha asentado en la conciencia nacional un relato de consuelo. Los italianos han sido únicamente víctimas: del duce, que los arrastró a la fuerza a la guerra, de Hitler y de los malísimos alemanes, de las circunstancias, de la mala fortuna… Víctimas, pero gracias a sus proverbiales dotes de «buena gente», consiguieron seguir hacia adelante y dejar atrás el fascismo. Lo hecho, hecho está.
Partiendo de esas premisas, resulta lógico que la subcultura fascista, y luego la neofascista, haya mantenido sus raíces en las fuerzas del orden. Se trata de un hecho generalmente ignorado, a pesar de que episodios frecuentes lo saquen a la luz.
A finales de los años ochenta, dentro de la Jefatura de Policía de Bolonia se conforma la Banda del Uno Blanco, que cometerá diversas masacres, algunas de ellas motivadas por el odio racial. El jefe de la banda es el policía Roberto Savi, neofascista.
En julio de 2001, tras el G8 de Génova, los torturadores uniformados del cuartel de Bolzaneto obligan a sus víctimas [manifestantes detenidos tras el violento desalojo de la escuela Díaz, N. del T.] a unirse al siguiente cántico: «¡Uno, dos, tres, viva Pinochet! ¡Cuatro, cinco, seis, mueran los judíos! ¡Siete, ocho, nueve, el negrito no se mueve!».
En mayo de 2012, una chica ucraniana, Alina Bonar Diachuk, muere durante una detención ilegal en la comisaría de Opicina, en la localidad de Trieste. Poco después se descubre que Carlo Baffi, responsable de la Oficina de Inmigración de la Cuestura, tiene posters de Mussolini, merchandising fascista y una pequeña biblioteca de textos antisemitas, incluido el Mein Kampf. Entrevistado por un periódico local, Baffi se defiende: «No soy nazi… Soy un apasionado de historia y de historia militar».
El 23 de diciembre de 2016, en Sesto San Giovanni, los policías Cristian Movio y Luca Scatà matan al terrorista Anis Amri, uno de los responsables de la «matanza de Navidad» de Berlín. Alemania decidirá no darles a los agentes ningún tipo de honor, porque sus perfiles de Facebook e Instragram revelan claras simpatías neofascistas.
En abril de 2015, la Dirección General de la Policía de Prevención (la ex-UCIGOS) manda al Tribunal de Roma una nota informativa sobre Casapound, grupo abiertamente fascista. El documento, hecho público pocos meses después en la web Insorgenze, provoca un cierto estupor. Según su autor, Casapound se dedica a la «reevaluación de los aspectos innovativos y de promoción social del Ventennio», las actividades del grupo incluyen «la tutela de los grupos sociales débiles», «la lucha contra el precariado» y «la defensa de la ocupación». Además, a pesar de la implicación de militantes de Casapound en numerosos episodios de violencia e incluso en algunos homicidios, se dice que las iniciativas del grupo se desarrollan «respetando la normativa vigente y sin dar lugar a ilegalidades y turbaciones del orden público».
La Ley Scelba y la Ley Mancino nunca se han aplicado con coherencia y continuidad. ¿Quién podría y querría haberlo hecho? En general, no han servido prácticamente para nada. Y hablamos de leyes concebidas y aprobadas en un país donde, a pesar de todo, estaban presentes fuerzas antifascistas de masas. Hoy, tras décadas de cesiones y consociativismo de la memoria y hegemonía del «sentido común postantifascista» (S. Luzzatto), ¿por qué la enésima intervención legislativa debería haber marcado la diferencia? Y digo esto sin tener en cuenta las buenas intenciones de Fiano, de las cuales no tengo motivo alguno para dudar.
[Sobre la aplicabilidad de la Ley Fiano, léase el apéndice a este artículo, escrito por el jurista Luca Casarotti].
Una cuestión política, social y cultural profunda no puede resolverse con la fuerza de la ley. El mercadillo neofascista de Predappio es tan solo la manifestación más vistosa de un fenómeno mucho más grande, duradero y profundo. Confundir la mera supresión de un síntoma con la cura del mal es un error propio de matasanos y que a menudo acaba de forma fatal.
Además, en este caso la supresión del síntoma ha sido únicamente declarada, nunca obtenida en la práctica. Pero esas declaraciones bastan para obtener el efecto opuesto. En un país cuya cultura reaccionaria se basa en el victimismo, un antifascismo altamente inclinado a prohibir no puede funcionar. No solo porque lo prohibido atrae —lo cual, con otras relaciones de fuerzas, sería un problema menor— sino porque de esa forma se refuerzan asociaciones que le dan la vuelta a la realidad y favorecen un proselitismo fascista entre los insatisfechos, los indignados, las capas más débiles de la sociedad: fascista ↔ perseguido; fascismo ↔ libre expresión; racismo ↔ verdad incómoda de la que nadie se atreve a hablar; migrante ↔ causa de todos tus problemas; antifascismo ↔ censura, etc.
Con las tiendas de Predappio, como con todo lo demás, se encontrará un modus vivendi. No cerrarán. No conviene a nadie.
Y, por otro lado, «¿en serio le tenemos todavía miedo a un mechero con el fascio lictorio comprado en un puesto de mercadillo?».
La pregunta retórica es del alcalde Frassineti.
Y, como estamos a punto de explicar, dice mucho más de lo que parece.
Apéndice: una nota jurídica sobre la apología del fascismo – de Luca Casarotti
En marzo de 2014, el Tribunal de Casación confirmaba la condena impuesta, en primer y en segundo grado, a dos militantes de Casapound, entre los que se encontraba Andrea Bonazza, futuro concejal del Ayuntamiento de Bolzano, por el delito de «expresiones fascistas», según el art. 5 de la Ley Scelba. Como se puede leer en la sentencia del Tribunal, el 10 de febrero de 2009 los condenados gritaron «¡presente!» y realizaron el saludo fascista durante un acto público por el Día del Recuerdo, al cual asistieron unos sesenta neofascistas. El Tribunal de Apelación de Trento, haciéndose eco de la Sentencia constitucional n. 74 del 1958, escribió:
«no todas las expresiones de adhesión al disuelto partido fascista pueden comportar una conducta punible, únicamente aquellas realizadas en público y reputadas adecuadas para generar adhesiones y consensos, así como para concurrir a la difusión de concepciones favorables a la reconstitución de organizaciones fascistas; […] el llamado “saludo romano” representa una expresión propia y frecuente de organizaciones o grupos dirigidos a difundir ideas fundadas sobre la superioridad o el odio racial».
En este caso, concluían los jueces, los dos imputados habían realizado el saludo romano durante una manifestación pública, en presencia de otras personas. Por tanto, su conducta, dirigida a generar adhesiones y consensos, era constituyente de delito. El Tribunal de Casación compartió ese silogismo y confirmó la condena. Se liquidó en pocas líneas el recurso del abogado Domenico Di Tullio, letrado de varios camaradas y a su vez presencia constante en las iniciativas de Casapound, que repitió en la sala de la Casación un gran clásico de los juicios a neofascistas: el «contraste con más artículos de la Constitución (art. 21, 3 y 117)»; la «naturaleza de «delito de opinión» de la incriminación preventiva»; la «necesidad de adecuación de la ley preventiva a un clima político e institucional que ha mutado» y «la obligación del adecuamiento a la normativa supranacional en temas de libre manifestación de opiniones». En pocas palabras, la autorrepresentación consuetudinaria de los fascistas como víctimas del sistema que les censura y reprime.

Pero con dos sentencias de 2016, la misma sala del Tribunal de Casación contradijo su anterior decisión, a pesar de que sus palabras expresen lo contrario. El juicio concernía esta vez a la manifestación neofascista de 2014 en memoria del repubblichino Carlo Borsani y de Sergio Ramelli y Enrico Pedenovi, miembros del Movimiento Social Italiano, que se celebra todos los años el 29 de abril en Milán. También aquí —huelga decirlo— se había pronunciado varias veces «¡presente!» y los brazos se habían levantado romanamente en recuerdo de los camaradas caídos, en medio de un grupo de banderas con cruces celtas que se agitaban sin cesar. Es decir, las mismas conductas realizadas en el evento de Bolzano, pero en presencia de muchas más personas: aproximadamente un millar, según las actas judiciales. El vídeo de la manifestación se había difundido también por Internet. Idéntica la imputación: art. 5 de la ley Scelba, «manifestaciones fascistas».
En cambio, la evaluación del juez en la audiencia preliminar del Tribunal de Milán fue opuesta. Esa evaluación, tal y como escribe el Tribunal de Casación avalando la sentencia,
«pone en evidencia la naturaleza de la manifestación y de la marcha, organizadas con el único fin de conmemorar a los tres difuntos, todos históricamente víctimas de una violenta lucha política que atravesó distintas fases históricas, y subraya que las expresiones de carácter fascista y con simbología indudablemente fascista tenían como finalidad dicha conmemoración, en señal de homenaje y de piedad humana, sin que existiese algún tipo de finalidad de restauración fascista;
—y presentaba, además, las modalidades ordenadas y respetuosas de la marcha, que se desarrolló en absoluto silencio, portando los manifestantes velas y estando acompañados únicamente por el sonido de tambores, sin himnos, cantos, frases o eslóganes que evocaran la ideología fascista, sin comportamientos agresivos, amenazantes o violentos para con los presentes, sin armas u otros instrumentos: […]
—excluía, a la luz de la compleja evaluación de las circunstancias y modalidades de la manifestación, e incluso en presencia y ostentación de símbolos y saludos fascistas, que la manifestación hubiese asumido connotaciones tales como para sugestionar al gentío, como para generar en los presentes sentimientos nostálgicos en los que reconocer un serio peligro de reorganización del partido fascista».
La contradicción es evidente: la manifestación fue convocada para conmemorar a un repubblichino y dos neofascistas, pero no indujo en los presentes sentimientos nostálgicos. Inútilmente, el Fiscal General de la República de Milán intentó señalar en su recurso a la Casación que el juez de primer grado había «valorado aspectos y circunstancias objetivas del todo irrelevantes, como la ausencia de violencia o de amenaza»: el art. 5 de la ley Scelba, de hecho, no requiere en ningún modo que las manifestaciones prohibidas sean violentas o amenazadoras; basta que estén «en línea con la tradición del disuelto partido fascista». A pesar de esto, la Casación considera impecable la reconstrucción del Juez de Instrucción de Milán.
El nuevo artículo 293-bis del Código Penal, que será introducido si se promulga la ley Fiano, tendrá que ser aplicado por la misma magistratura que ha llegado a contradecirse sobre el delito de manifestación fascista en sentencias emitidas a pocos años de distancia una de la otra, interpretando las normas de la ley Scelba en un sentido mucho más restrictivo respecto incluso a cómo lo había hecho el Tribunal Constitucional en 1958, en el clima que caracterizaba la cultura jurídica en 1958 y con los jueces que componían el Tribunal Constitucional en 1958.
Antes que nada, y más allá de las convicciones personales de los magistrados, la impresión es que el gremio al completo no está preparado para juzgar ese tipo de delitos con connotaciones políticas, entre otras cosas porque no recibe formación alguna en la materia. Sucede así que, en 2015, cuatro neofascistas que desde el estadio del Ellas Verona realizaron el saludo romano durante un partido contra el Livorno, fueron absueltos en primer grado, porque el gesto era una «provocación hacia los adversarios» durante un acto deportivo, que «no es normalmente el lugar habitual para realizar obras de proselitismo» y, por tanto, no subsistía el peligro de reconstitución del partido fascista. Una argumentación de este tipo ignora totalmente, por poner solo un ejemplo, las estrategias de reclutamiento de militantes en los estadios llevadas a cabo por el National Frontinglés en los años 80.
Note di traduzione
Ventennio: periodo durante el cual Benito Mussolini ejerció el Gobierno en el Reino de Italia, iniciado con la Marcha sobre Roma (29 de octubre de 1922) y finalizado con su destitución y arresto por parte del Gran Consejo del Fascismo (25 de julio de 1943).
DVX: término latino del cual deriva «Duce» (literalmente «caudillo»), usado por el fascismo italiano en su continua y manipuladora evocación de la antigua cultura romana.
Squadrismo: Fenómeno característico del fascismo italiano caracterizado por la utilización de grupos paramilitares con el fin de reprimir a los adversarios políticos, especialmente a aquellos pertenecientes a los movimientos obreros. Tuvo su desarrollo inicial antes del nacimiento del Partido Fascista, como reacción violenta a la expansión de las ideas y prácticas socialistas, y con el apoyo fundamental de la burguesía local.
X MAS («Décima MAS»): grupo de élite de la fuerza naval fascista creada en 1939 y mitificada por el neofascismo italiano.
«Me da igual»: tradicional eslogan fascista, hecho famoso por el poeta Gabriele D’Annunzio.
«Memento audere semper»: «Acuérdate de arriesgar siempre», frase acuñada por el poeta Gabriele D’Annunzio.
Camarada7: a diferencia del castellano, en italiano esta palabra se utiliza exclusivamente para designar a militantes fascistas.
Forza Nuova: partido abiertamente neofascista fundado en 1997 que obtuvo, en coalición con otros partidos ultranacionalistas y de extrema derecha, el 0,38% de los votos en la Cámara de Diputados y el 0,49% en el Senado en las últimas elecciones generales.
Haz de lictores: unión de 30 varas (una por cada curia de la Antigua Roma), generalmente de abedul o de olmo, atadas de manera ritual formando un cilindro y sujetando un hacha común. Durante la República y parte del Imperio Romano el haz de lictores simbolizaba el poder de la unión. El fascismo italiano lo incorporó a su simbología junto con otros tantos elementos de origen romano.
«Eia eia alalá»: tradicional cántico fascista acuñado por el poeta Gabriele d’Annuzio con la intención de sustituir al bárbaro «hip hip hurra».
Walter Audisio: partisano y político italiano que ejecutó la sentencia de muerte contra Mussolini el 28 de abril de 1945.
Balilla, avanguardisti y militi: rangos crecientes de la Juventud Italiana del Lictorio (GIL, por sus siglas en italiano), organización juvenil fascista fundada en 1937 y disuelta en 1943.
Piazzale Loreto: céntrica plaza milanesa en la que el cadáver de Benito Mussolini fue expuesto tras su fusilamiento, junto con los cuerpos de su amante, Claretta Petacci, y otros líderes fascistas. El lugar fue elegido por haber sido testigo del fusilamiento de 15 partisanos antifascistas el 10 de agosto de 1944. A las pocas horas las autoridades Aliadas ordenaron trasladar los cuerpos a la morgue.
Movimiento Social Italiano (MSI)14: primer partido neofascista italiano, fundado en 1946 por veteranos de la República Social Italiana y cuya disolución dio pie a la organización de otros partidos neofascistas.
Palacio del Viminale15: en 1957, residencia del Presidente de la República Italiana. Actualmente es la sede del Ministerio del Interior.
«¡Para nosotros!»: en italiano, «A noi!», eslogan fascista, hecho famoso por el poeta Gabriele d’Annuzio.
«Buena gente»: expresión que hace referencia a un cliché autorreferencial muy extendido en la cultura itálica («Brava gente»).
Día del Recuerdo: celebración instaurada en 2005 por el gobierno de Berlusconi y del partido neofascista Alianza Nacional utilizada para oficializar la propaganda según la cual los partisanos yugoslavos habrían ajusticiado e introducido en fosas comunes a miles de italianos únicamente por su nacionalidad. Esa supuesta limpieza étnica, así como la utilización del terror para obligar a emigrar a la población italohablante de las regiones de Istria y Dalmacia, ha sido completamente desmontada, entre otros, por el colectivo Nicoletta Bourbaki.
Repubblichino: miembro y defensor de la República Social Italiana.
Una respuesta a «Predappio Toxic Waste Blues – capítulo 1»
[…] haber sido el encuentro neofascista que tuvo lugar en Predappio (pueblo natal de Benito Mussolini y actual museo al aire libre de su régimen) para celebrar el centenario de la Marcha sobre Roma pero, por algún motivo, el gobierno ha […]
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