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Lucha de clases, murmuró el espectro. Capítulo 2.

de Mauro Vanetti

Continuación de las aventuras de Diego, el joven rojipardo.

[haz click aquí para ir al Capítulo 1]

6. Tercera noche
Llegados a este punto, había tomado un poco de confianza. Estaba ya esperándolo en la calle, apoyado sobre una pared.

—¡Muy bien! Sube —gritó el fantasma de Marx, lanzándole una larguísima escalera de cuerda desde un punto lejano del cielo. La escalera se desenrolló hasta casi tocar el suelo. Ondeaba plácidamente frente a la nariz de Diego.
—¡Mueve el culo! —gritó la potente voz desde lo alto. El joven estaba aterrorizado, pero paso a paso, temblando, subió entre los edificios, por encima de la niebla, hacia las estrellas, hasta las primeras nubes. A cada instante temía caerse, pero no se atrevió a desobedecer al famoso filósofo muerto en 1883.

Por fin, pasó por encima del parapeto de la barquilla de mimbre y vio a Marx maniobrar las cuerdas y la llama del globo aerostático para marcharse.

—OK. Esta vez nada de jets, tenemos que viajar de día y miraremos desde lejos. Puedes usar ese catalejo, tiene un buen zoom.

Diego no se contuvo: —Eminente lémur, maestro, ¿por qué lo llamas «jet», cuando existe un precioso término en italiano, «avión de reacción»? ¿Y por qué «zoom»? ¡«Aumento»! Y luego «OK…»

Marx se puso rígido de golpe. Guiñó ambos ojos a la vez bajo las pobladas cejas y rechinó los dientes. Se apartó del control del aeromóvil.

—Antes que nada: lémur se lo dices a tu madre.
—¡Pero si significa espíritu nocturno! Viene del latín.
—¡Lo sé! Pero hoy día en Google encuentras solo monitos. La lengua evoluciona, burro.
—Entiendo.
—¿Y esa tontería de no usar palabras extranjeras, de dónde viene? ¿Qué es, la defensa lingüística de la patria? Los obreros no tienen patria. Y si has leído media página mía, meto una palabra extranjera cada dos líneas. Si es en inglés, meto algo en francés. Si es en alemán, meto algo en inglés. Si es en francés, meto algo de alemán. ¿Será posible ser un hombre de cultura en el siglo XIX sin ser un poco cosmopolita? ¡Y tú eres del XXI y me das la tabarra con esas cosas! ¡Anda, ve y escóndete! 
—Perdón.
—Perdonado. Ahora vuelvo a tomar el control de este trasto y tú no me tocas las pelotas. ¿OK?
—De acuerdo.
—¡No! Tienes que decir «OK».
—Pero… por favor… no puedo.
—¡Dilo!
—O… K.
Alright.

La vela era de un tejido rojo oscuro sobre el que resaltaba, en elegantes caracteres decimonónicos de color oro, la inscripción publicitaria «ERMEN & ENGELS». —No hagas preguntas —farfulló el lémur.

Antes del amanecer, las luces aletargadas de una metrópoli permitían orientarse fácilmente: —¡Pero si ésa es Roma! —dijo emocionado Diego. El espectro bostezó y mantuvo la dirección, dejando la capital a la izquierda.

Un par de horas más tarde, tras haber superado otros centros más pequeños, se empezó a reconocer en la lejanía una ciudad importante, de planta regular, en medio de un collage de rectángulos de varias tonalidades de verde: campos de frutas y verduras.

—Ésa también la reconozco: ¡es Littoria!

Marx lo fulminó con la mirada.

—¡Latina! Quería decir Latina… —se corrigió Diego enseguida [Latina fue fundada en 1932 como «Littoria» por Benito Mussolini, en homenaje al fascio lictorio, símbolo romano del que se apropió el régimen fascista, N. de T.].
—¿Sabes quiénes son los sikh? —preguntó el viejo.
—Un culto exótico.
—Exótico no significa nada. Para ti es exótica incluso Córcega. Se trata de una religión originaria de India. Hay más de 20.000 sikh que trabajan en la región de las Lagunas Pontinas, en pésimas condiciones, hasta doce horas al día, por una paga ridícula. Sus propios jefes o capataces les proveen de drogas para mantener altos los ritmos en los campos y en los invernaderos. Engels me contaba que en nuestros tiempos los capitalistas usaban a veces métodos similares en las fábricas inglesas.
—Estos son los efectos de la inmigración clandestina.
—Y una vez más, te equivocas. Son casi todos inmigrantes con los papeles en regla. La ley Bossi-Fini establece que la entrada regulada de personas migrantes en Italia puede producirse dentro de flujos preestablecidos a condición de que el inmigrante tenga un contrato de trabajo listo antes de llegar. Normalmente es una farsa, porque esto resulta prácticamente imposible. Pero las farsas pueden convertirse en tragedias. Existen reclutadores que van a los pueblos del Punyab y venden a crédito paquetes completos: contacto con el empresario, viaje y alojamiento. Los migrantes contraen deudas de entre cuatro y ocho mil euros y, llegados a ese punto, se encuentran a merced de los traficantes de mano de obra, que pueden obligarles a aceptar cualquier trabajo para devolver la deuda. Esos reclutadores están relacionados con las mafias que dominan el mercado de la ciudad de Fondi y con los capataces, que se quedan con una parte del salario. Y los empresarios, que les echan inmediatamente si se atreven a protestar, se quedan con otros miles de euros a cambio de firmarles el contrato para obtener y renovar el permiso de residencia.
—Sí, es terrible. Pero, a ver: ¿ellos por qué aceptan?
—¡Precisamente porque los flujos están regulados! Por eso la patronal necesitan que exista una distinción entre inmigrantes regularizados y clandestinos, para crear una jerarquía. Y con tal de mantenerte a flote y de obtener los permisos, te vuelves fácil de chantajear. Mira abajo. 

Habían llegado a 2016. El globo se había parado en una plaza de Latina. Reconocer un edificio cuadrado de arquitectura fascista le produjo un escalofrío de placer a Diego. Tomó el catalejo para observar la masa humana que se concentraba en la plaza.

Debía de haber unas cuatro mil personas. Y para variar, una fiesta de banderas rojas. Escuchaban ordenadamente los discursos en una lengua asiática (Diego pensó: exótica), que se hacían diversos oradores subidos sobre un pequeño camión. Casi todos eran hombres de tez aceitunada, muchos de ellos con importantes y oscurísimas barbas, varios con la gorra del sindicato, otros con turbantes de varios colores. Quién sabe si llevaban encima el kirpan, puñal que todo sikh está obligado a llevar por su fe religiosa.

—Están en huelga. Obtendrán un aumento del salario a un nivel más digno.
—¿Cuánto? —preguntó Diego, permaneciendo pegado al catalejo.
—Cinco euros la hora —respondió el fantasma.

7. Lenin No Border
Marx y Engels dedicaron su vida a la construcción de partidos, movimientos y organizaciones internacionales de inspiración —adivinad qué— marxista. No obstante, nunca ostentaron cargos públicos, ni siquiera fueron presidentes de su vecindario. El primer marxista que conquistó el poder político durante más de unos pocos días y encabezando una revolución fue Lenin. Desde este punto de vista, sus opiniones sobre el tema de la inmigración parecen relevantes a la hora de entender cómo poner en práctica el internacionalismo relacionado con ese tema en términos de programa político.

«El camarada Lenin limpia la basura de la Tierra.», cartel de Viktor Deni, 1920. No una patria, sino el mundo, no «los dueños de nuestra casa» sino un planeta sin dueños era el sueño de aquel Octubre y es aún el programa comunista [«Los dueños de nuestra casa» fue una frase popularizada por la Liga Norte cuando aún defendía abiertamente la secesión de una parte del norte italiano. Desde que abandonaron el secesionismo, con este eslógan pretenden incluir todo el territorio italiano, N. de T.]

Teniendo en cuenta que nuestro amigo Diego se lleva bien con los «soberanistas» (¡los de «izquierdas», claro!) y que estos aman no solo la patria italiana sino sobre todo la rusa, guiada por el presidentísimo Putin, en esos ambientes a menudo se pretende dar en el blanco reclutando para las filas antiinmigración al anillo de unión entre Rusia y el marxismo por antonomasia: Lenin en persona. Parece todo un triunfo, un Jano de dos caras, ruso, al que poder sacar a colación en cualquier debate. ¿Eres de derechas? Ahí tienes a Putin, homófobo y antiinmigrantes. ¿Eres de izquierdas? Ahí tienes a Lenin, que es más o menos igual.

Nos toca oponer un pequeño obstáculo a ese proyecto: la realidad histórica.

Como es sabido, Lenin formó parte de la Segunda Internacional (tras la disolución de la Primera en 1876-77), dentro de la cual representó al ala más izquierdista. Se enfrentó con la línea dominante en la organización, hasta romper completamente con los principales partidos que formaban parte de ella y que destruyeron la Internacional cuando estalló la Primera Guerra Mundial. La razón fundamental de la ruptura podría describirse, en términos actuales, así: la gran parte de los partidos socialistas asumió posiciones soberanistas, de apoyo a la propia burguesía nacional y contra las otras. Contra eso que Lenin veía como una traición del internacionalismo marxista, se fundó más tarde la Tercera Internacional o, lo que es lo mismo, la Internacional Comunista, con sede en Moscú.

Mucho antes de esa ruptura, en agosto de 1907, la Segunda Internacional celebró su congreso mundial en Stuttgart. Lenin escribió un informe desde el congreso en el que se entrevén algunas señales de la futura degeneración soberanista de los grandes partidos socialistas. Por ejemplo, Lenin criticó con indignación el intento, por parte de algunos socialistas de los países imperialistas más codiciosos, de aprobar una moción que justificara cualquier forma de colonialismo (incluido el colonialismo «socialista»). La tentativa fue derrotada, pero como síntoma preocupó mucho a Lenin:

«Este voto sobre la cuestión colonial tiene una grandísima importancia. En primer lugar, ha demostrado de forma impresionante el oportunismo socialista, que sucumbe a las adulaciones burguesas. En segundo lugar, ha revelado una característica negativa del movimiento obrero, la cual puede provocar no poco daño a la causa proletaria y que por ese motivo ha de ser tomada muy en serio.»

Otro debate durante el que emergieron posiciones confusas, en este caso derrotadas por una aplastante mayoría, versaba sobre la cuestión femenina y, en particular, sobre el derecho al voto. Una posición minoritaria sostenía, basándose en sofismas tácticos, que era necesario luchar por el sufragio masculino primero y luego por el universal. Es necesario recordar que en la historia del movimiento socialista y comunista jamás se ha desdeñado la lucha por los llamados derechos civiles, cuya denigración es, en cambio, un caballo de batalla de Diego.

Pero hay un pasaje interesante en el informe de Lenin que atañe precisamente a las migraciones de trabajadores. Desde el Partido Socialista Americano (que lo había intentado ya en el congreso anterior, confabulándose con los australianos y los holandeses) llegó la siguiente propuesta: «combatir con todos los medios a disposición la importación premeditada de mano de obra extranjera a bajo coste, ideada para destruir las organizaciones de trabajadores, para reducir el nivel de vida de la clase obrera y para retrasar la realización final del socialismo».

El delegado americano Hillquit defendió la propuesta de restricciones a la inmigración, culpando especialmente a los chinos y a otros pueblos poco industrializados «que no son capaces de asimilarse a los trabajadores del país de adopción». Son las mismas idioteces que oímos hoy en día sobre los africanos o los musulmanes que no pueden «integrarse». Esta horripilante propuesta fue derrotada. Y así respondió Lenin:

«Dedicaré unas pocas palabras a la moción sobre emigración e inmigración. También aquí, en la Comisión, se ha producido un intento de defender intereses sectoriales y egoístas, de prohibir la inmigración de trabajadores desde países atrasados (culíes, chinos, etc.).  Se trata del mismo espíritu de aristocratismo que se halla entre los trabajadores de algunos países “civilizados”, los cuales obtienen algunos beneficios de su posición privilegiada y, por tanto, tienden a olvidar la necesidad de la solidaridad internacional de clase. No obstante, nadie en el Pleno del Congreso ha defendido esa estrechez de miras, corporativa y pequeñoburguesa. La moción aprobada satisface plenamente las reivindicaciones de la socialdemocracia revolucionaria.»

¡Ups! ¡Pero si esto es exactamente lo contrario de lo que nos dice Diego, según el cual la «izquierda repipi y mundialista» es pequeñoburguesa, está distante del proletariado, y por ese motivo defiende a los inmigrantes! Según Lenin, eran precisamente aquellos que querían prohibir la inmigración los que ejercían de esclavos de la ideología e intereses burgueses. Aún más, según Lenin, el mero hecho de que entre algunos obreros occidentales se propagara la demanda de parar la inmigración era indicativo de que la burguesía había «comprado» a un estrato privilegiado de la clase obrera.

La polémica con los socialistas americanos no se aplacó en los años sucesivos. A pesar de lo sucedido en Stuttgart y a pesar de las protestas de los socialistas nipones, el Partido Socialista Americano insistió en una línea de «xenofobia de izquierdas». En una carta a otro grupo de camaradas americanos, en 1915, Lenin escribe:

«En nuestra lucha por el auténtico internacionalismo y contra el “jingo-socialismo”, citamos siempre en nuestra prensa el ejemplo de los líderes oportunistas del Partido Socialista en América, que se muestran a favor de restricciones a la inmigración de trabajadores chinos y japoneses (especialmente tras el Congreso de Stuttgart de 1907 y contra las decisiones de Stuttgart).

Consideramos que no se puede ser internacionalista y, al mismo tiempo, estar a favor de esas restricciones. Y afirmamos que los socialistas en América, especialmente los socialistas ingleses, que pertenecen a la nación dominante y de los opresores, que no son contrarios a cualquier limitación de la inmigración, que no están en contra de la posesión de colonias (Hawaii) y que no están a favor de la libertad integral de las colonias; pues bien, afirmamos que tales socialistas son en realidad jingoístas.»

Por «jingoísmo» se entendía una forma de nacionalismo feroz y belicista. Hoy día, a los «jingo-socialistas» los llamaríamos rojipardos

En sus escritos, Lenin retomará el tema en más de una ocasión. En 1913, escribe un breve artículo que se focaliza en la inmigración en América, pero que habla de las migraciones de trabajadores en general. Una argumentación que a menudo usan los xenófobos es que la izquierda anticapitalista no se da cuenta de que el mismo capitalismo es el que organiza actualmente las migraciones. 

Obviamente, nos damos cuenta. La cuestión es que eso no resulta suficiente para decidir de qué lado estar. Veamos cómo enfoca Lenin el asunto:

«El capitalismo ha creado un tipo especial de migración de poblaciones. Los países que se desarrollan rápidamente, en términos industriales, introduciendo más máquinas y suplantando a los países atrasados en el mercado mundial, elevan el salario por encima de la media y atraen a los obreros asalariados de aquellos países.

[…] No hay duda de que solo la extrema pobreza obliga a los hombres a abandonar la propia patria y que los capitalistas explotan de la manera más deshonrosa a los obreros inmigrantes. Pero solo los reaccionarios pueden cerrar los ojos ante el significado progresivo de esa migración moderna de los pueblos. La liberación de la opresión del capital no sucede y no podrá suceder sin un ulterior desarrollo del capitalismo, sin la lucha de clases en el mismo terreno del capitalismo. Y el capitalismo empuja a las masas trabajadoras de todo el mundo precisamente a esa lucha, rompiendo el estancamiento y el atraso de la vida local, destruyendo las barreras y los prejuicios nacionales, uniendo a los obreros de todos los países en las mayores fábricas y minas de América, Alemania, etc.»

Desde luego se trata de un pensamiento más complejo que el que expresan los memes racistas y los posts de Salvini: se trata de un pensamiento dialéctico. Lenin dice al mismo tiempo que emigrar es terrible, que la inmigración es una repugnante oportunidad de negocio para los patrones y, no obstante, considera que las migraciones tienen un significado progresista e incluso revolucionario. ¿Y cómo denomina a aquellos que niegan esta última verdad? Reaccionarios. Es decir, lo que hoy llamaríamos fascistas o algo parecido.

Entre las webs y páginas de Facebook que difunden veneno xenófobo con etiquetas «marxistas», resulta especialmente odiosa «Ufficio Sinistri» [literalmente «Oficina Siniestros» u «Oficina Izquierdos», teniendo en cuenta la doble acepción de la palabra «sinistri», N. de T.], página gestionada por un tal Vallepiano, autor también de un libro homónimo. Todos los días, con gran celo, Vallepiano se las ingenia para crear material «de izquierdas» que apoya cada movimiento de Matteo Salvini y cada campaña de odio de la Lega. El 14 de junio de 2018 publicó —obviamente sin citar fuente alguna— un presunto discurso de Samora Machel (1933-1986) en el que el líder anticolonialista mozambiqueño arremetía contra la emigración desde África, describiéndola como una práctica contrarrevolucionaria. En los comentarios del post, alguien que conoce bien el pensamiento y la biografía de Machel (que fue a su vez un emigrante) pidió las fuentes. Enseguida quedó claro que el contenido del texto se lo habían sacado de la manga. Tras varias peticiones, Vallepiano dejó caer el título de un libro, un compendio de discursos y escritos de Machel, difícilmente localizable, a pesar de lo cual Lorenzo Vianini del grupo Nicoletta Bourbaki lo localizó ese mismo día e hizo las oportunas verificaciones. Ninguna frase mínimamente parecida, todo lo contrario: contenidos completamente opuestos. Estos son los métodos de los rojopardos. Lo habíamos visto ya con el meme falsamente passoliniano «Ves, querido Alberto…», creado y difundido en los mismos ambientes para atacar al antifascismo. [Wu Ming]

De paso, fijémonos en que para Lenin el capitalismo determina las migraciones, pero a través de un complot internacional, engañando a los migrantes, los cuales se quedarían en casa «si supieran la verdad». Solo las diferencias salariales empujan a masas de proletarios a moverse de un país a otro en función de un cálculo racional

¿Y qué decir de las fronteras nacionales? El tema, más de policías aduaneros que de otra cosa, parece excitar especialmente a gente como Diego. ¿Quieres decirnos que Lenin era un no border, un cosmopolita, para el que las fronteras son solo líneas imaginarias sin importancia? No exactamente, pero se acerca bastante:

«La burguesía azuza a los obreros de una nación contra los obreros de otra, intentando dividirlos. Los obreros conscientes, entendiendo la inevitabilidad y el carácter progresivo de la distribución de todas las barreras nacionales operada por el capitalismo, intentan ayudar a iluminar y a organizar a sus compañeros de países atrasados.»

El final puede parecer un poco paternalista hacia los trabajadores de los países más pobres, pero en realidad solo unas líneas más arriba el mismo autor explica cómo, a veces, son los propios inmigrantes lo que dan preciosas lecciones de lucha de clases a los autóctonos: «Los obreros que habían vivido huelgas de todo tipo en Rusia han llevado a América el espíritu de las huelgas masivas, más atrevidas y ofensivas.»

Esto encaja muy bien con la experiencia de los últimos años en Italia donde, por un lado, los extranjeros se han integrado cada vez más en los sindicatos y en las luchas de los trabajadores italianos y, por otro, han representado, en una serie de situaciones (sobre todo en la agricultura y la logística) una cierta vanguardia, materializando luchas especialmente audaces y explosivas.

Lenin vuelve al tema en 1916, cuando escribe una de sus obras maestras, El imperialismo, fase superior del capitalismo. En el texto afirma que, si en la fase anterior del capitalismo las migraciones de fuerza de trabajo (excluyendo la trata de esclavos) se producían sobre todo desde Europa, en su fase imperialista se vuelve cada vez más relevante la importación de mano de obra desde las colonias y desde países más pobres. El imperialismo exporta capital y tropas a las colonias, e importa materias primas y trabajadores.

«Una de las particularidades del capitalismo, ligada a los fenómenos mencionados anteriormente, es la disminución de la emigración desde los países imperialistas y el aumento de la inmigración a estos últimos, de individuos provenientes de países más atrasados, donde el nivel de los salarios es menor […] En Francia, “una parte considerable” de los mineros son extranjeros: polacos, italianos y españoles. En Estados Unidos, los inmigrantes de Europa oriental y meridional ocupan los puestos peor pagados, mientras que los trabajadores estadounidenses representan una mayoría en los puestos de vigilancia y en los puestos mejor pagados. El imperialismo tiende a generar categorías privilegiadas entre los trabajadores y a desligar éstas de la gran masa proletaria.»

Lenin usa una crítica contraria respecto a aquella que a menudo oímos, según la cual la inmigración habría creado una capa de cuasi esclavos apartada de la masa de trabajadores. Lo que en realidad dice es que el fenómeno del que hay que preocuparse es la formación de una capa privilegiada de trabajadores autóctonos que mira por encima del hombro a los demás, entre los que están los inmigrantes. En nuestros días, ese análisis hay que situarlo en el contexto de la descolonización, del gran aumento numérico del proletariado occidental, así como de la proletarización de las clases medias y asalariadas. No obstante, resulta representativo del enfoque leninista: el problema no son los inmigrantes y las capas bajas de la clase, el problema es la desconexión de las capas altas y quienes intentan darles voz políticamente.

El año siguiente a la publicación del texto sobre el imperialismo fue 1917, el año de las dos revoluciones. Lenin inicia el 1917 como exiliado y lo acaba como jefe de gobierno de la Rusia soviética. Es la oportunidad perfecta para ver concretamente cómo sus ideas sobre la inmigración permearon la realidad.

Naturalmente, la Rusia de después de la Revolución de Octubre, convulsionada por la Primera Guerra Mundial y más tarde por la guerra civil, inmersa en intrigas contrarrevolucionarias de todo tipo y enormes problemas económicos, no era precisamente el objetivo de grandes flujos migratorios. Más aún, eran muchísimas las personas que emigraban: representantes de la aristocracia y de la alta burguesía que huían de la revolución, prisioneros de guerra liberados, opositores políticos y migrantes económicos de diferentes orígenes sociales. No obstante, con la excepción de las exigencias político-militares, la actitud durante los primeros años —es decir, antes del estalinismo— consistió en desarrollar el programa bolchevique de abolición de los controles de pasaportes, tanto internos (uno de los elementos más odiados durante el zarismo, reintroducido por Stalin en 1932) como externos.

La Constitución de la República Socialista Federal Soviética Rusa (URSS) de 1918 es, además de —y, quizás, más que— un ejemplo jurídico, un documento político que expresa las intenciones a largo plazo y los principios generales del nuevo régimen. Respecto a la inmigración, sostiene posiciones de apertura radical de las fronteras:

«Art. 20. En virtud de la solidaridad de los trabajadores de todas las naciones, la República Socialista Federativa Soviética Rusa concede todos los derechos políticos de los ciudadanos rusos a los extranjeros que residan en el territorio de la República rusa por razones de trabajo y que pertenezcan a la clase trabajadora, obrera o campesina, y reconoce a los sóviets locales el derecho a conceder a dichos extranjeros los derechos de la ciudadanía rusa sin dificultosas formalidades añadidas.

Art. 21. La República Socialista Federativa Soviética Rusa concede derecho de asilo a todos los extranjeros perseguidos por delitos políticos y religiosos.

Art. 22. Reconociendo la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin distinción de raza o nacionalidad, la República Socialista Federativa Soviética Rusa declara incompatible con las leyes fundamentales de la República el establecimiento de privilegios o preferencias, cualesquiera que fueren, en favor de una nacionalidad cualquiera, como también cualquier opresión de minorías nacionales o la limitación de su igualdad jurídica.»

Resumiendo: en el artículo 20, libre inmigración y ciudadanía para todos; en el artículo 21, acogida para todos los refugiados; y en el artículo 22, prohibición absoluta de discriminaciones racistas o étnicas. Sin duda Diego acusaría a un partido de izquierdas tan leninista como para tener en su programa esos puntos de estar al servicio del capitalismo globalizado. ¿Cuántas revoluciones ha hecho Diego? ¿Ninguna? Bueno, entonces mejor fiarse de la de Octubre.

«Trabajadores de todos los países y pueblos oprimidos de las colonias, levantad aún más alto la bandera de Lenin.» Cartel de V. B. Koretsky de 1932.

8. La última noche
Se esperaba un helicóptero, un hidroavión, una nave espacial. Pero esa cuarta noche el fantasma de Karl Marx no llegó. Diego volvió al piso de arriba, un poco decepcionado, y durmió toda la noche.

Por la mañana estaba aún un poco turbado. Le habían venido ganas de releer algunos textos, de estudiar. Quizás era el momento de cambiar.

Pero el recuerdo del fantasma estaba ya desapareciendo. Todo lo que había sucedido le parecía irreal e inexplicable. No podía haber sucedido de verdad, ni los viajes con el espíritu de Marx ni todas esas luchas llevadas a cabo por alóctonos, por turboesclavos desarraigados, por marionetas del cosmopolitismo burgués [ejemplos concretos del vocabulario que caracteriza los textos de Diego Fusaro, N. de T.]. Y, por otro lado, ¿qué pintaban ahí en medio, en los campos y en las fábricas, las banderas de la izquierda repipi que piensa solo en los gays y en los derechos civiles? Implausible, onírico, falso.

No obstante, quiso verificar en Internet una por una las historias, para ver si eran ciertas; qué había detrás, qué había sucedido después; para buscar en los periódicos si había otras produciéndose en ese momento, en otros sectores económicos, con otras reivindicaciones, y qué uniones tenían con los italianos, quiénes se estaban ocupando de ellas. 

Pero sucedió algo más: recibió un mensaje en su móvil, de un cierto «Adriano Casapound». Decía: «¿Has visto la historia del negro en Rozzano? Haznos una pieza para el Primato, va» [Il Primato Nazionale es la revista oficial del partido neofascista Casapound, para la que escribe Diego Fusaro, N. de T.].

Cogiendo el teléfono de la mesilla, vio que estaba apoyado sobre un montoncito de facturas que tenía que pagar: de la luz, del gas, de la Línea de Abonado Digital Asimétrica… El contrato con la universidad de Comunión y Liberación se le acababa en septiembre.

Respondió: —Lo escribo hoy mismo.

—Bien, camarada. ¡Nobis! —respondió Adriano.

Diego sacudió la cabeza para expulsar los pensamientos fastidiosos.

Un lémur, era solo un lémur.

9. La «verdadera izquierda de antes» os despreciaba igual
Sería imposible explorar la historia de la izquierda mundial, en todos sus diferentes grados de coherencia y anticapitalismo, para descubrir dónde y cuándo ha sido hegemónica en un partido, sindicato o movimiento una posición análoga a la de Diego respecto a la inmigración.

Se puede excluir, tras el exhaustivo análisis hecho aquí, que ése sea el caso de Marx, Lenin y sus adeptos más cercanos. No obstante, en la parte sobre Lenin hemos visto que en el movimiento socialista-comunista mundial emergían, por aquí y por allá, degeneradas posiciones antiinmigración que obligaban a los demás a entrar en una batalla teórica para defender las ideas fundamentales del internacionalismo. Incluso la Tercera Internacional, fundada por Lenin y Trotski, a la cual adhirieron Gramsci y Bordiga por parte de Italia, tuvo a ese respecto sus propios problemas. Durante el IV Congreso, en 1922, los tercinternacionalistas discutieron sobre la «cuestión oriental», expresión con la que en aquella época se referían a lo que hoy podríamos definir «cuestión colonial» o «cuestión del Tercer Mundo».

Como ya hemos visto, durante los congresos de la Segunda Internacional los países en los que la izquierda se encontraba infectada en mayor medida por el virus xenófobo eran los países más ricos con salida al mar: Gran Bretaña, Canadá, EEUU, Australia y Japón. Por motivos sociales, culturales, históricos y también simplemente geográficos —resultan más vistosos los barcos que surcan los océanos, como hoy las pateras y los barcos de auxilio en el Mediterráneo, que las migraciones terrestres, y transportan a personas desde lugares más remotos— en esos países los sindicatos y la izquierda más propensa al reformismo proponían varias formas de reglamentación o bloqueo de la inmigración, a veces selectivamente contra los países más «bárbaros».

El tema aparece con fuerza en la sección «Las tareas del proletariado en el Pacífico»:

«En vista del peligro que se avecina, los Partidos Comunistas de los países imperialistas (América, Japón, Gran Bretaña, Australia y Canadá) no deben simplemente difundir propaganda contra la guerra, sino también hacer todo lo posible para eliminar los factores que desorganizan al movimiento obrero en sus países y que facilitan a los capitalistas la explotación de los antagonismos nacionales y raciales.

Esos factores son la cuestión de la inmigración y de la mano de obra de color a bajo coste.

La mayor parte de los trabajadores de color llevados desde China e India para trabajar en las plantaciones de azúcar en la parte meridional del Pacífico son aún reclutados bajo un régimen de servidumbre. Este hecho ha llevado a los trabajadores de los países imperialistas a reivindicar la introducción de leyes contra la inmigración y la mano de obra de color, tanto en América como en Australia. Esas leyes restrictivas profundizan en el antagonismo entre trabajadores de color y blancos, lo cual divide y debilita la unidad del movimiento obrero.

Los Partidos Comunistas de América, Canadá y Australia deben llevar a cabo una campaña decidida contra las leyes restrictivas sobre la inmigración y deben explicar a las masas proletarias de sus países que tales leyes, empujando al odio racial, a largo plazo repercutirán sobre ellos mismos.

Los capitalistas están en contra de las leyes restrictivas porque les interesa la libre importación de mano de obra de color a bajo coste, para obtener así una bajada de los salarios de los trabajadores blancos. La intención de los capitalistas de pasar a la ofensiva puede ser enfrentada de una sola manera: los trabajadores inmigrantes deben unirse a los sindicatos existentes de trabajadores blancos. Simultáneamente, resulta necesario requerir la subida de la paga de los trabajadores de color hasta alcanzar el mismo nivel que la de los trabajadores blancos. Un movimiento de este tipo por parte de los Partidos Comunistas pondrá al descubierto las intenciones de los capitalistas y, al mismo tiempo, demostrará claramente a los trabajadores de color que el proletariado internacional no tiene prejuicios raciales.»

El régimen de servidumbre mencionado es muy parecido a las deudas que los inmigrantes Sikh de las Lagunas Pontinas en Latina contraen con los mediadores de la mano de obra, que apestan a mafia y a caporalato [sistema ilegal en el que los caporali, capataces, reclutan mano de obra agraria para terceros en condiciones de total explotación, N. de T.]. No hace cien años, sino en nuestros días. Eh, quién sabe si Diego habrá oído hablar del tema…

Desde finales de los años 20 ha habido estalinismo, frentes populares, “democracias populares”, descolonización, maoísmo, movimientos revolucionarios más o menos eclécticos, transformaciones de muchos partidos comunistas de vanguardia revolucionaria leninista en partidos de masas más cómodos para el capitalismo… En la izquierda se ha debilitado el rigor teórico que se encuentra en los ejemplos mencionados hasta ahora. Lo cual no quita que, en general, podamos afirmar que nunca se han tomado las posiciones antiinmigración que hoy día defienden los soberanistas supuestamente marxistas como Diego.

Como ejemplo, presentemos la figura de Paolo Cinanni (1916-1988). Combatiente en la Guerra de Liberación italiana y dirigente de luchas campesinas tras la ésta, Cinanni fue un intelectual del Partido Comunista Italiano (PCI), cuya militancia estuvo marcada por una relación problemática con el partido. Fundó junto a Carlo Levi la Federación Italiana de Trabajadores Emigrados y Familias. En el ámbito de la FITEF, nació su trabajo teórico más importante, Emigración e imperialismo. Hemos llegado a Cinanni porque un amigo de Diego, que había leído sobre él en un comentario de un blog contra el Euro, nos lo ha sacado a colación en un debate de tres al cuarto en Twitter.

Lo que hay detrás del uso instrumental de este autor, como de muchos otros, para apoyar el cierre de fronteras, es un movimiento absolutamente pueril: se toma un fragmento de sus análisis y se deja entender que la conclusión no puede ser otra que prácticas propias de… Salvini.

Este enfoque resulta especialmente irritante e irrespetuoso en el caso de autores militantes, como Cinanni, que dejaron escrito claramente qué prácticas políticas se derivaban de sus análisis. Por ejemplo, tan solo un soberanista con pocos escrúpulos podría citar este fragmento como si le diese la razón:

«La emigración genera decadencia, y ésta genera a su vez nuevas emigraciones, en un proceso en espiral que deja nuestras regiones del éxodo sin aliento. La única mercancía que éstas siguen produciendo es la fuerza de trabajo, pero con su marcha no solo pierden los gastos realizados para su formación —cada vez más cualificada y, por lo tanto, cada vez más cara—, sino que pierden sobre todo la plusvalía que aquélla produce en las regiones y en los países donde es contratada, en condiciones de explotación.»

—¿Lo ves? ¡¿Lo ves?! —se excita Diego—, Cinanni dice que la emigración es mala y que genera explotación.

Démosle una camomila a Diego y expliquémosle que no hacía falta que nos lo dijera Cinanni, con todo el respeto. Todos tenemos parientes que han emigrado y, en general, habrían preferido ahorrárselo. Pero, sobre todo, tenemos delante de nuestros ojos el estado miserable de las provincias italianas de gran emigración (interna o internacional), especialmente meridionales e insulares.

Lo que dice Cinanni es que la emigración empobrece a los países en las que se produce y favorece a los países de destino, es decir, en el caso actual, transfiere recursos económicos desde los países de proveniencia de los inmigrantes, favoreciendo a la patronal italiana. En otras palabras, Cinanni sostiene que la inmigración resulta una ventaja económica para los países más ricos, que es precisamente lo opuesto a lo que dicen hoy en día los xenófobos, según los cuales los inmigrantes estarían empobreciendo Italia. Incluso llega a afirmar que los países a los que llegan migrantes deberían compensar económicamente a los países de los que se van.

El análisis de Cinanni es además incompatible con la teoría según la cual los inmigrantes generan desempleo. De hecho, Cinanni explica que en todo caso son los emigrantes los que lo generan, demostrando que el número de personas empleadas (o el de personas desempleadas) en el capitalismo no tiene una dimensión fija sino dinámica, precisamente como explicaba Marx.

Pero si la emigración para el comunista Cinanni es un mal capitalista (un texto suyo se titula El mal de la emigración), ¿no está diciendo que el bloqueo de la inmigración es un bien socialista? Pues no. Lo explica perfectamente él mismo:

«[…] las migraciones por motivos de trabajo, tal y como se producen hoy día, generan competencia y enfrentamientos en el seno de la clase obrera. Aunque todos sabemos que la inmigración permite dar un respiro al proceso productivo, ensanchar el abanico de los sectores de producción y acelerar así el desarrollo general del país de destino, sucede a menudo que un trabajador extranjero tiene que oír que le está quitando el trabajo y el pan al trabajador local.

Son las mismas clases dirigentes las que, por una parte, promueven la inmigración, mientras que por la otra le tienen miedo a la unidad de los trabajadores locales con los inmigrantes, creando así campañas xenófobas inspiradas en los más variopintos sucesos aislados.

Es así que, en la misma Italia, el periódico de la FIAT lleva a cabo en Turín una campaña sistemática contra los inmigrantes del Sur. Del mismo modo, en Suiza el industrial Schwarzenbach, líder del partido antiextranjeros, lleva a cabo una enfurecida campaña xenófoba que incita al delito a los más ingenuos e incautos obreros locales, sembrando víctimas inocentes entre los trabajadores inmigrantes.»

Para Cinanni, igual que para nosotros, la xenofobia es un arma de la patronal que no se contrapone a las políticas migratorias capitalistas, sino que, al contrario, las complementa.

Una vez más nos encontramos frente a un pensamiento dialéctico, que requiere un esfuerzo de comprensión de las contradicciones. Si es cierto que la patronal intenta dividir a los trabajadores para explotarlos mejor, también es cierto que la inmigración por sí misma no genera problemas económicos generales, porque tendencialmente produce, en una primera aproximación, un crecimiento de la economía proporcional al crecimiento de la población:

«La producción en todos los sectores aumenta proporcionalmente a la masa de trabajadores inmigrantes, así como aumenta la demanda de bienes de consumo en el mercado, sin que esto conlleve —siempre que no exista especulación ilícita— alteración alguna de la economía del país, ya que el emigrado produce siempre más de lo que consume, lo cual representa la mejor garantía antiinflacionaria.»

Por tanto, no se trata de defender la economía nacional de la amenaza de una invasión catastrófica, ya que tal amenaza no existe y la economía nacional probablemente se beneficiará de la aportación de fuerza de trabajo inmigrante, sino de defender el nivel de vida de los obreros, de los empleados y del resto de trabajadores asalariados, es decir, de arrancar porciones cada vez mayores de renta de las manos de la patronal. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar, Cinanni desmonta el eslogan «¡Los italianos primero!» (o los alemanes primero, o los belgas primero o, como en su ejemplo, los europeos comunitarios primero):

«En nuestra opinión, toda fuerza de trabajo inmigrante debe “costar”, a la economía que contrata, lo mismo que cuesta la fuerza de trabajo local. Toda preferencia juega en la práctica en sentido contrario, y toda diferencia en el tratamiento crea una competencia entre los trabajadores, rompiendo la unidad del mercado de trabajo y minando, junto con la unidad de clase, toda perspectiva de avance social.

La emigración no tiene que convertirse en el moderno “ejército de reserva” con el cual chantajear a la clase obrera local. Si las fuerzas de trabajo inmigrantes cuestan menos y permiten al capital obtener beneficios más elevados, objetivamente hacen —sin ser conscientes— la competencia a los trabajadores locales, levantando todas las furias de la discriminación, el ostracismo civil y la xenofobia.

Debemos evitar que tal cosa ocurra, y de esa exigencia debe darse cuenta sobre todo la clase obrera y sus organizaciones, que deben luchar para imponer una efectiva “igualdad del coste” del trabajo.»

Según Cinanni, los inmigrantes no son un ejército industrial de reserva, porque tienen tasas de empleo similares a los autóctonos. Pero la puesta en práctica de eslóganes como «¡Los italianos primero!» sí podría convertirlos en tal cosa: todos desempleados, separados económicamente de la clase trabajadora autóctona y listos para ejercer una presión a la baja de los salarios. Y viceversa, igualar el coste del trabajo inmigrante y del trabajo autóctono se convierte en una necesidad vital para el movimiento obrero, es decir, aumentar los salarios de los inmigrantes hasta alcanzar la igualdad.

Niveles de renta por ciudadanía: italianos / extranjeros UE / extranjeros no UE / …
Datos del segundo trimestre del año 2011

Nos dirán que es utópico, porque los inmigrantes son muertos de hambre que viven en chabolas, son subproletariado, no pueden ponerse al mismo nivel de los autóctonos. Pues bien, en Italia, hoy día, esta afirmación resulta completamente falsa. Lo demuestra la distribución de las rentas:

No resulta inmediato entender estos datos, pero lo que dicen es que la mitad de los extracomunitarios son más pobres que las tres cuartas partes de los italianos. Por tanto, la otra mitad gana más que la cuarta parte más pobre de los italianos. Lo mismo vale para los extranjeros comunitarios (entre los que se encuentra la minoría mayoritaria: los rumanos). Se trata de una buena noticia. Los datos nos dicen que, al fin y al cabo, incluso si los inmigrantes ganan claramente menos de media, no existe una estratificación étnica como sucedería en un régimen de apartheid: los proletarios extranjeros forman parte de la misma clase que los proletarios italianos, con los cuales están bastante mezclados desde un punto de vista retributivo. ¿Divide y vencerás? Lo intentan, pero lo han conseguido solo a medias. La igualdad no es imposible, pero hay que luchar. Nos conviene a todos, excepto a la patronal.

¿Y qué dice Cinanni de gente como Diego, de los xenófobos “de izquierdas” que querrían corregir la línea “buenista” de los partidos de izquierdas y de los sindicatos introduciendo eslóganes contra la inmigración? Bueno, digamos que no se anda por las ramas:

«Hoy, en muchos países, la lepra xenófoba parece haber alcanzado también a las grandes organizaciones obreras. Ciertos sindicatos llegan incluso a encerrarse en el más ciego corporativismo, sin conseguir, por otro lado, garantizar los intereses fundamentales de la clase obrera local, en nombre de la cual declaran posicionarse contra los extranjeros.

En realidad, hay que poner en duda la buena fe de ciertos dirigentes sindicales  los cuales, aun sabiendo que en el plano económico la inmigración acelera y da un respiro al desarrollo económico del país; aun sabiendo que, además, a nivel sindical el aporte de los trabajadores inmigrantes podría representar una contribución decisiva al apuntalamiento del poder contractual de toda la clase obrera; y que, en el plano político, la unidad de toda la clase obrera puede representar —como en Suiza, por ejemplo— un sólido baluarte contra cualquier involución antidemocrática y social; aun sabiendo todo esto, ciertos dirigentes sindicales fingen creerse la fábula del inmigrante que “roba el pan” al trabajador indígena, y suscriben —como ha sucedido en Suiza— referéndums antiextranjeros

San Gallo, Suiza, una manifestación del Uno de Mayo a inicios de los años ‘70. Los trabajadores inmigrantes italianos se manifiestan contra la xenofobia, por el derecho a la libre circulación sin restricciones (los trabajadores por temporada estaban obligados a dejar el país cada 9 meses) y a la reagrupación familiar, y por la unidad de la clase obrera. Fotografía de Raniero Fratini, periodista de la radio nacional suiza. Fuente.

Cinanni escribe en un interesante contexto híbrido, la Europa occidental de los años 70: un espacio económico donde conviven regiones de fuerte emigración, como el sur italiano, regiones de fuerte inmigración y también regiones cada vez más mixtas, como lo es hoy Italia, al mismo tiempo tierra de emigrantes (la «fuga de cerebros» que es en realidad fuga de brazos italianos a Alemania, Francia, Inglaterra y Canadá) y destino de grandes flujos migratorios provenientes del este de Europa, África, Asia y América Latina.

Cinanni se plantea el problema de cómo frenar el proceso destructivo de la emigración, que está ahogando al Sur y que él ve como una continuación, en la época postcolonial, de la política imperialista de dominio y saqueo sobre los países pobres y las regiones atrasadas. Descarta enseguida la idea reaccionaria del bloqueo de la emigración y de la repatriación de los migrantes, que define inútil e incluso contraproducente. Apela en cambio a la superación del capitalismo, al socialismo y a la lucha social y política, sí, en los países de origen, pero también en los de destino:

«Solo en una economía equilibrada, planificada según las necesidades sociales, las fuerzas productivas se desarrollan juntas y al mismo ritmo que el sistema económico, y no hay necesidad ni de emigración ni de inmigración. Pero bajo el dominio del capital, agravándose la desigualdad de desarrollo y los desequilibrios territoriales, se agrava también el drenaje de fuerza de trabajo, contra el cual la mera lucha por el retorno no nos parece suficiente: ésta dirige sus reivindicaciones y acciones únicamente al gobierno del país de origen, pero deja desarmada a la emigración frente a un sistema que la explota cotidianamente, y de frente a una política imperialista que genera el mismo subdesarrollo que en los países del éxodo.

Por tanto, resulta necesario añadirle, a la perspectiva del “retorno”, tema al que es especialmente sensible cualquier emigrante, la de la denominada “compensación”, es decir, la efectiva paridad del coste —para la economía que las emplea— de las fuerzas de trabajo inmigrante y local. 

Estas conclusiones derivan de un riguroso análisis del fenómeno, pero son, ante todo, una exigencia fundamental para mantener la unidad del movimiento obrero.»

Tras esta rapidísima panorámica podemos afirmar que, tanto en la segunda mitad del siglo XIX como durante todo el siglo XX, los pensadores comunistas más incisivos han mantenido siempre una línea parecida respecto al problema de la inmigración.

Esa línea es exactamente contraria a lo que predica gente como Diego.

Esa línea ha sido siempre antirracista, no border, internacionalista y ha incluido siempre posicionamientos a favor de la unidad de la clase trabajadora.

Si alguien no traga con esto, el problema es suyo, pero por lo menos esperamos que tras este artículo deje de jugar al escondite.

10. Post-scriptum 

En el presente texto hemos hablado de los migrantes en general, no de los llamados «refugiados». Las personas migrantes que vive en Italia (en torno al 8% de la población total) se encuentran mayoritariamente en una situación administrativa regularizada.

Una minoría significativa (una de cada diez personas migrantes) está constituida por «clandestinos», es decir, por personas migrantes sin papeles. Gran parte de ellas los conseguirá antes o después, y se convertirán en inmigrantes regulares. Y viceversa, los migrantes regulares podrían perder el derecho legal a estar en Italia y convertirse en clandestinos.

Las personas clandestinas no forman parte de una raza especial: se trata simplemente de personas tratadas como basura a causa de injustas (e inaplicables) reglas burocráticas. Los «refugiados» son un grupo aún menor —menos del 1% de la población—, del que se habla de manera desproporcionada por motivos políticos.

Diego confunde a menudo estas categorías y cree que en Italia se mete a millones de migrantes «en hoteles» por 35 euros al día. Intentemos no ser tan idiotas como Diego.

Karl Marx fue un migrante y refugiado de orígenes alemanes, holandeses y judíos. Emigró a Francia en 1843, de donde fue expulsado bajo presión prusa en 1845, refugiándose en Bélgica. Allí fue arrestado y expulsado en 1848. Tras volver a Francia y más tarde a una Alemania convulsionada por la revolución, se le expulsó de nuevo hacia Francia en 1849, pero tampoco allí obtuvo dio asilo. Así fue como acabó de refugiado en Londres.

Vladimir Ilic Ulyanov, más conocido como Lenin, fue un migrante y refugiado de orígenes (al parecer) rusos, alemanes, suecos y judíos. En 1900, emigró a Suiza y más tarde a Alemania. En 1902, escapó de la policía bávara y se mudó a Londres. Regresó a Rusia tras la revolución de 1905, pero tuvo que huir como refugiado de nuevo en 1907, volviendo a Suiza, más tarde a Francia y, por un breve periodo, a Londres. Durante la Primera Guerra Mundial vivió como inmigrante en una región actualmente polaca del Imperio Austrohúngaro y en Suiza, sin poder regresar a Rusia, como es bien sabido, hasta 1917.

Lecturas recomendadas
■ Luca Lombardi, Le miserie della sinistra anti-immigrati (en italiano)
■ David L. Wilson, Marx on Immigration. Workers, Wages, and Legal Status (en inglés)
■ Paolo Cinanni, Rodolfo Ricci (ed.), Che cos’è l’emigrazione. Scritti di Paolo Cinanni (en italiano)

Sobre el caporalato en las Lagunas Pontinas y las huelgas de los jornaleros indios, recomendamos la película The Harvest, dirigida por Andrea Paco Mariani.

Lucha de clases, murmuró el espectro está dedicada a Soumaila Sacko, sindicalista de la Unión Sindical de Base (USB), asesinado en San Calogero (Vibo Valentia, Calabria) el 2 de junio de 2018.

Una respuesta a «Lucha de clases, murmuró el espectro. Capítulo 2.»

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