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Economía y trabajo Historia Pensamiento

Lucha de clases, murmuró el espectro. Capítulo 1.

de Mauro Vanetti //

Relato en dos partes sobre las aventuras y desventuras de Diego, un jovencito de ideas confusas.

de Mauro Vanetti
Publicado en italiano en Giap el 25/06/2018
Traducción realizada en colaboración con Ilaria Tosello y publicada en El Salto

1. Primera noche
Un espectro recorría las calles cerca de un kebab a punto de cerrar. Estaba borracho y cantaba en francés.

Tres estudiantes adormilados y un par de tunecinos lo miraban con curiosidad. Los árabes reconocieron la letra de la vulgar canción y se rieron.

Pidió un durum kebab para secar el vino que se acababa de beber.

—¿Picante?
—Con todo —respondió el hombre de barba hirsuta y piel aceitunada de sarraceno.

Una vez devorado con avidez el almuerzo nocturno, volvió en sí. Miró el nombre de la calle en el cartel de la esquina y sonrió de oreja a oreja. Se le había ocurrido una idea para una de sus bromas.

Diego sintió un dedo gélido rozarle la frente y se despertó de golpe, horrorizado por una sensación irreal. Abrió los ojos de par en par y vio una figura translúcida de viejo que lo examinaba en la oscuridad, con ojos vivaces que brillaban bajo dos pobladísimas cejas.

—Bu —dijo plácidamente el fantasma, sentado con las piernas cruzadas junto a la cama.

Diego gritó mientras temblaba y cayó al suelo, encogiéndose mientras se lanzaba hacia una esquina de la habitación.

—Caramba —balbuceó finalmente con un hilo de voz—. ¿Eres el fantasma de las Navidades pasadas?
—Pero qué dices. Me parezco un poco a Papá Noel, pero nada más. Si tengo que elegir una festividad, soy el fantasma del Uno de Mayo. Aunque, en realidad, soy el espectro de Karl Marx.
—¡Maestro! —exclamó Diego poniéndose de rodillas a los pies del ectoplasma.
—Pero cómo que maestro. Eres un burro. He venido para enseñarte algunas cosas. Vuelve a la cama, volamos.

Diego obedeció sin mediar palabra, aún aturdido por el giro sobrenatural que habían tomado los acontecimientos. El espíritu se puso en pie sobre las sábanas con mucha dignidad y tomó el mando, examinando sarcásticamente el pijama color pastel de su pasajero. Marx chasqueó los dedos: la habitación y la casa al completo desaparecieron, dejando la cama fluctuante en medio de las estrellas. Inició así un vuelo imposible a través del espacio y del tiempo, tras el cual el sol clareaba desde hacía un rato, cien metros más abajo, sobre los campos de Apulia.

—Estamos en 2011, es agosto y nos encontramos en Nardò, en la provincia de Lecce —dijo Marx—. Mira lo que está ocurriendo en aquella finca. 

Decenas de africanos se habían agrupado en la entrada de un edificio bajo y cuadrado de enyesado rosa y gris, quemado por el sol y desconchado, con el tejado plano como el de un rancho mexicano. Alrededor habían montado tiendas improvisadas y colgado una pancarta en la fachada. Algunos africanos mataban el tiempo dándose pequeños paseos, otros hablaban entre ellos agitadamente. Casi todos —se dio cuenta Diego a medida que la cama voladora se acercaba y finalmente aterrizaba entre las ramas de un gran pino mediterráneo—, sonreían complacidos.

—¿Refugiados vagueando? —preguntó Diego, frotándose los ojos.
—No —dijo Marx arrastrando al joven por la oreja—. Mira bien: son jornaleros en huelga.

Un italiano con un megáfono anunció que se encontraban en el tercer día consecutivo de cese de recogida de tomates y transmitió su solidaridad al jefe de la protesta, un estudiante de Camerún que había recibido amenazas de estilo mafioso por parte de los capataces. Después tomó la palabra un ganés que explicó sus reivindicaciones: aumento del salario si tenían que dividir los tomates por tamaños, no al trabajo en negro, controles de seguridad y sanitarios en los campos, negociación directa entre propietarios y trabajadores, con los sindicatos y una especie de ETT, pero sin la mediación de los capataces. Otro pidió la palabra y explicó, en un italiano chapurreado, que había que hacer algo con un grave problema de los jornaleros inmigrantes: los capataces retenían sus papeles como instrumento de chantaje, dejándoles tan solo las fotocopias. Sin papeles y con la piel de aquel color, corres peligro en cualquier momento, la policía te puede crear graves problemas; también eso hay que incluirlo en el documento de la huelga.

Lucha de clases —murmuró el espectro, embelesado.

2. Los que son como Diego
Todos tenemos una amiga, una pareja, un amante, una pariente, un vecino de casa, una compañera de trabajo que hasta hace pocos años era indiscutiblemente de izquierdas, pero que desde hace un tiempo tiene la manía de leer blogs un poco ambiguos, de seguir páginas Facebook que nos dejan perplejos, de citar a charlatanes certificados como si fueran importantes pensadores contracorriente, de lanzar discursos que recuerdan a los de Salvini, pero en versión «comunista». A veces esa persona somos nosotros mismos. El tema sobre el que suelen empezar los peores derrapes es siempre el mismo: la inmigración.

Analicemos ahora una típica conversación que puede producirse con ese conocido nuestro, al cual llamaremos, por facilidad, de ahora en adelante, Diego. Puede ocurrir que, antes que nada, Diego nos asegure que no es absolutamente racista y que odia a los fascistas y a la Lega. Podría incluso, para hacer más evidente su pedigrí de izquierdista, cantarnos Los muertos de Reggio Emilia [canción dedicada a los cinco militantes del PCI asesinados en 1960 por la policía italiana durante una manifestación en la capital de la región de Emilia-Romaña, N. de T.] sin equivocarse en un solo apellido y recordarnos todas las veces que ha votado lo mismo que nosotros o que ha ido a un centro social con nosotros, o que ha estado a nuestro lado en una manifestación. Está garantizado: no se ha vuelto facha.

No obstante, se ha dado cuenta de que la derecha cobra fuerza en el mundo «por nuestra culpa». Lo dice exactamente así, empáticamente: «nuestra», él también ha estado metido hasta el cuello hasta hace poco. De hecho, nos explica, la izquierda y los compas han acabado reaccionando a la xenofobia con posiciones «buenistas» y «no borders», que son las posiciones del gran capital. La patronal, según Diego, necesita mano de obra extranjera a bajo coste y, por ese motivo, es favorable a la inmigración.

Aquí empieza una pequeña riña que, en un momento dado, Diego intenta resolver sacando su as de la manga: —¡Carlos Marx —dice Diego—, sostenía que los inmigrantes son el ejército industrial de reserva!

Según Diego, el ejército industrial de reserva está formado por trabajadores desplazados de su tierra de origen y dispuestos a todo, que son utilizados por la patronal para mantener bajos los salarios. Si la conversación se está produciendo online, Diego nos mandará un link a uno de los extraños blogs que sigue últimamente, donde se citan pasajes de Marx que, según Diego, demuestran que es necesario culpar a los migrantes para defender al proletariado. Si estamos offline, nos lo mandará igualmente, para que podamos leerlo más tarde. Para los que son como Diego resulta muy importante compartir con los demás el verbo que les ha abierto los ojos y que les ha hecho ir más allá de los lugares comunes «inmigracionistas» de la izquierda progre y globalizada.

Grupo Facebook: «De izquierda y antirracista, pero contra la invasión extranjera» / ¡JAMÁS LOS INVASORES SERÁN ITALIANOS! ¡NUNCA JAMÁS LO SERÁN LOS TRAIDORES!

En este artículo nos ocuparemos de desmontar dos falsas creencias: que «los auténticos marxistas de antes» justificaran la hostilidad hacia las personas migrantes y que las políticas contra la inmigración favorezcan la lucha de clases.

Oímos ya la primera objeción: —¡Pero ésas son solo opiniones marginales, de un pequeño grupo de provocadores irrelevantes, ninguno de los que realmente cuentan usa a Marx en serio para apoyar a Salvini!

Por desgracia, no es cierto. Lo que sigue son las primeras líneas del documento con el que Matteo Salvini se presentó como candidato para liderar la Lega:

Programa de la candidatura a la Secretaría Federal de la Liga Norte para la independencia de la Padania
Matteo Salvini

Análisis de la fase política y económica
1. Escenario internacional
Son tres las contradicciones sistémicas más importantes que caracterizan Occidente en los tiempos que estamos viviendo: el primado de la economía financiera sobre la política de los Estados, la fuerte presión migratoria hacia Europa y la crisis demográfica que está consumiendo a todos los pueblos del continente. Sacrificando aquí cualquier matiz por exigencias de síntesis, resulta evidente que de ese cuadro dependen los principales desafíos que estamos llamados a enfrentar con absoluta prioridad, en nombre de la supervivencia misma de las comunidades a las que pertenecemos.

En el campo geopolítico, nos encontramos hoy día frente a los empujes agresivos de quienes se enriquecen a costa de las guerras civiles. A nivel europeo, vemos cómo el poder político y económico se concentra en unas pocas manos, con el consiguiente vasallaje clientelar de las clases dirigentes nacionales. La deslocalización, las invasiones comerciales y la competencia desleal generan pequeñas y grandes tragedias cotidianas: el trabajo a bajo coste derivado de la inmigración descontrolada proporciona un «ejército industrial de reserva». Asistimos al emerger de comunidades islámicas entre los actores de la política local e internacional, con los evidentes riesgos regresivos para nuestro estilo de vida y para nuestras libertades fundamentales que estos fenómenos comportan.

En este escenario en el que las necesidades del ciudadano común se colocan en último lugar, la Liga Norte debe encender un fuego de esperanza y de civilización en beneficio de todos los pueblos.

Primavera de 2017.

La parte subrayada es una falsa cita del Capital de Marx.

3. Marx y el ejército industrial de reserva
Empecemos pues por el bendito ejército industrial de reserva. Karl Marx habla extensamente de este tema en el capítulo 23 de la VII sección del libro I del Capital. El ejército industrial de reserva son los desempleados. 

En la época de Marx, dominaban opiniones simplistas según las cuales el desempleo se debía al hecho de que los obreros tenían demasiados hijos. La expresión más notoria y brutal de ese posicionamiento es la teoría de la sobrepoblación de Malthus, para el que la pobreza era una consecuencia natural de la excesiva fertilidad de las clases populares. Puesto que los trabajadores italianos tienen pocos hijos, los malthusianos de hoy, como nuestro Diego, han encontrado una nueva explicación aún más obtusa: la pobreza en Europa es una consecuencia de la excesiva fertilidad de los africanos. 

Marx, en cambio, introduce una idea más sofisticada: es el desarrollo mismo del capital, en una economía de mercado, el que genera automáticamente una sobrepoblación relativa, es decir, una cierta cantidad de fuerza de trabajo disponible para ser empleada en la producción que se mantiene no obstante en reposo. 

Esa sobrepoblación relativa, es decir, los desempleados (y los desocupados), constituye una especie de «reserva» en el «ejército» de los proletarios utilizados por las empresas. Como la reserva de un verdadero ejército, puede movilizarse según las necesidades, y éstas se generan periódicamente, porque el capitalismo tiene una tendencia cíclica (expansión-crisis-reactivación) y porque por su naturaleza sigue revolucionando las propias técnicas productivas, y movilizando fuerza de trabajo entre diferentes sectores productivos o hacia nuevos sectores que se inventa. Si cada vez que el capitalismo necesitara nuevos reclutas tuviera que esperar a que nacieran nuevos obreros y a que estos llegasen a la edad de trabajar, se desmoronaría como sistema: ha de ser capaz de encontrarlos inmediatamente, así como de librarse, de manera muy rápida, de los trabajadores asalariados en exceso cuando es necesario. 

Mientras tanto, la idea de Marx de que en el capitalismo hay un desempleo fisiológico, que no tiene que ver con la tendencia demográfica, se convertía en el pensamiento dominante. Así, hoy día incluso los economistas burgueses hablan de desocupación natural y desocupación cíclica. 

Según Marx, el ejército industrial de reserva tiene tres formas: fluctuante, estancada, y latente. 

La sobrepoblación fluctuante sonlos despedidos: expulsados de la producción, intentan regresar a ella desde otro lugar. A veces, dice Marx, emigran. En la época de Marx, el desempleo juvenil no era un problema grave, por lo que se concentró en los obreros adultos reemplazados por jóvenes o incluso por niños. Hoy también colocaríamos en esta subcategoría a muchos jóvenes desocupados (que aún no han encontrado un primer empleo). 

La sobrepoblación estancada son los trabajadores temporales: pues sí, contrariamente a lo que a menudo se piensa, el trabajo temporal existía ya en la época de Marx y Engels. De entre los trabajadores temporales, que son empleados de manera discontinua o parcial, el capital recluta nuevos trabajadores a tiempo completo si es necesario aumentar la fuerza de trabajo utilizada. 

■ La sobrepoblación latente está compuesta por la población rural en proceso de éxodo hacia las ciudades.  Muchos inmigrantes de los países poco industrializados pertenecen a esta subcategoría. Sin embargo, la mayoría de los extranjeros en Italia procede seguramente de alguna ciudad.

Como podemos ver, exceptuando la sobrepoblación latente, que casi se ha agotado en Occidente, las otras categorías no requieren que el capital recurra a fuentes externas para nutrir al ejército de desempleados: es suficiente crear divisiones de estatus laboral dentro de la clase trabajadora ya disponible. Tal hecho se demuestra fácilmente analizando la tendencia del paro en Italia en el último siglo. Ya existía antes de las recientes olas migratorias y no ha aumentado o disminuido como efecto de la importación o exportación de mano de obra. 

Un ejemplo aún más evidente se da en el Mezzogiorno [macrorregión económica, territorial e histórico-cultural antaño ocupada por el Reino de las Dos Sicilias, actualmente compartida por varias regiones: Abruzos, Basilicata, Calabria, Campania, Molise, Apulia, Cerdeña y Sicilia N. de T.]. Muchísimas personas emigran desde el sur de Italia. Sin embargo, esto no ha creado escasez de trabajadores, al contrario, el desempleo es mayor precisamente en las áreas de máxima emigración. Hasta Diego puede entender que, si creemos que la inmigración crea desempleo, deberíamos creer también que la emigración crea empleo. Pero esto no sucede. 

¿Qué efectos producen los desempleados en los salarios según Marx (y según prácticamente cualquiera)?  Los reducen.  Obviamente, la competencia entre proletarios reduce el precio de la mano de obra. Ésa es una de las ventajas para la patronal del ejército industrial de reserva, y el principal timo para los trabajadores asalariados.  A falta de otros factores que equilibren ese empuje (¡factores que, sin embargo, existen, afortunadamente!), la existencia de un desempleo fisiológico llevaría los salarios a estabilizarse eternamente en el nivel de subsistencia. 

Como podemos ver, Marx no creía que el capitalismo necesitara de una ayudita desde África para explotar a los trabajadores europeos, sus dinámicas internas le eran suficientes.  Pero Marx tampoco era fatalista, creía que la tendencia del capital a convertir a los proletarios en miserables que apenas si logran sobrevivir podía contrarrestarse. Creía tanto en ello que dedicó toda su vida a intentarlo. 

¿Qué proponía hacer Marx con el ejército industrial de reserva? 

Decididamente, no hacerle la guerra.  Él proponía, adivinen qué, integrarlo en las luchas de la clase obrera y, dentro del posible, intentar reabsorberlo en la clase misma. Por ejemplo, reduciendo las horas de trabajo para redistribuir los puestos disponibles entre todos, reduciendo así también el desempleo y las opciones de la patronal de usarlo a su favor. Por ejemplo, unificando las condiciones de la sobrepoblación estancada con aquellas de todos los demás, evitando así que las empresas usasen mano de obra de forma temporal. 

No se hallará ningún llamamiento de Marx y Engels a interrumpir el proceso de éxodo hacia las ciudades de los campesinos, sobre cuyo carácter brutal y alienante hablaron a menudo. Todo lo contrario: en sus textos se encontrarán tonos positivos acerca del efecto progresista de esas migraciones de personas explotadas.  Así describen la acción de la burguesía en este sentido: 

«Ha creado ciudades enormes, aumentando enormemente la población urbana a expensas de la rural, sustrayendo así una parte considerable de la población al cretinismo de la vida aldeana.»

(Manifiesto del Partido Comunista, cap. 1)

¿QUÉ DECÍA KARL MARX?
 
¿EJÉRCITO INDUSTRIAL DE RESERVA?
La inmigración se usa para bajar los salarios, los derechos y las tutelas sociales de los trabajadores nacionales.
 
Tercermundializar Europa, convertirnos a todos en una masa de miserables, precarios, explotados y sin derechos.
 
¡La IZQUIERDA hoy no rompe las cadenas, sino que lucha por las cadenas!
 
No CONTRA sino PARA las ÉLITES FINANCIERAS DOMINANTES.
 
¡CUANDO PARLOTEAN DE DERECHOS, DE OPORTUNIDADES Y DE EMANCIPACIONES, EN REALIDAD NOS INTENTAN DOMESTICAR Y CONDENAR A LA ESCLAVITUD!
[Proyecto Nacional]

4. Segunda noche
Diego sufría de insomnio. ¿Lo de la noche anterior había sido solo un mal sueño? ¿O era un espíritu? ¿Qué habría dicho Hegel? ¿Habría, quizás, intentado estudiar la fenomenología del espíritu? ¡Ja, ja, ja! No, no tenía gracia. Incluso su sentido del humor se había disipado.

Seconda apparizione dello spettro¿Y si hubiese tenido razón el fantasma de Marx? En el fondo, no es que Diego hubiese leído con meticulosidad filológica los libros que citaba tan a menudo. Algunos no los había leído en absoluto. Pero, en el siglo XXI, en Italia, ¿quién se pone a leer Marx en serio? Citarlos era una especie de homenaje. Lo importante era ponerse en guardia contra el turbomundialismo inmigracionista

La puerta se abrió de golpe.

—Arriba, ¡nos vamos otra vez! Hurry up! —gritó alegre el espectro barbudo, irrumpiendo en la habitación.
—¡Por Júpiter! ¿Y dónde vamos? —preguntó aterrorizado el joven que, para evitarse otra fría noche en pijama, corría ya a ponerse unos zapatos y un gabán.
—Hoy vamos a Emilia-Romaña. Hay un par de historias que quiero que conozcas.

Diego le hizo sitio en la cama al redivivo y celebérrimo filósofo, economista y dirigente revolucionario alemán Karl Marx. Éste chasqueó la lengua: —No pensarás que también esta noche vamos a viajar en este trasto. He traído mi jet, sube.

—¡Un avión de reacción! —exclamó Diego asombrado y preocupado, mientras un misterioso caza rojo sin piloto aterrizaba suavemente en la calle, asustando a un gato callejero.
—Te lo advierto —dijo Marx tras pocos minutos de viaje—, casi hemos llegado y no será bonito lo que verás. Estáte callado y aprende algo.

El caza aterrizó en medio de un campo. Era de noche. De un cobertizo cercano llegaban frases agitadas y ruidos de motor. De la parte opuesta, un largo viaducto dominaba el horizonte. Las dos figuras humanas caminaron rápidamente en la oscuridad. El anciano abría camino y, cuando estuvieron cerca de la verja de la empresa agrícola, le hizo una señal al otro para que se quedara callado y observara.

Había varios tráilers detenidos, todos bajo la vigilancia de unas pocas decenas de personas mal vestidas. Por el idioma en el que hablaban entre ellas parecían de mayoría árabe. Se les notaba bastante tranquilos, aunque vigilantes. Algunos agitaban banderas rojas delante de un grupo de camiones blancos parados en medio de la carretera. En el lateral de las bestias a motor, tres letras: «GLS». Un joven había puesto un megáfono en modo sirena y lo dejaba ulular en la noche. Había algunos vehículos de la policía.

Un camión estaba aparcado junto a la verja del almacén. En un momento dado, arrancó y giró hacia la derecha para forzar el piquete. En ese momento el piquete era casi inexistente, los huelguistas se habían dispersado y en medio de la carretera había solo un hombre casi calvo de unos cincuenta años, con una gorra del sindicato y cara de buena persona.

El hombre vio el camión, se alarmó y corrió delante de él gritando y mostrando las palmas de las manos. El conductor no cedió al pulso y avanzó. Quizás estaba convencido de que el peón se habría apartado, quizás estaba irritado por el piquete y por verse sometido, él, italiano, a las pretensiones de aquellos norteafricanos, o quizás sus superiores le habían incitado a usar la fuerza. El caso es que el camión golpeó frontalmente al peón, lo lanzó violentamente contra el suelo y solo en ese momento frenó de golpe.

Los compañeros del atropellado acudieron enseguida, gritando desesperados y furiosos. Mientras algunos rodeaban el cuerpo que yacía en el suelo, intentando pensar qué hacer y pidiendo ayuda, otros intentaban agarrar al conductor asesino para lincharlo. La policía intervino para pararles. Del almacén salió un hombre con camisa blanca, un dirigente. Diego estaba pálido.

—Vámonos —dijo el espectro, sombrío—. Ese egipcio era un dirigente sindical. Morirá. Se llamaba Abd El Salam Ahmed El Danf —explicó mientras el avión rojo despegaba de nuevo, invisible a los ojos del resto de peones que lloraban a su compañero.

«Abd El Salam vive en la lucha por los derechos de todos»

Marx pilotaba. Diego miraba como pasaban bajo ellos, a toda velocidad, la campiña emiliana, la autopista del Sol, las fábricas, la absurda estación para trenes de alta velocidad en medio de la nada y, también, por todas partes, una tras otra, horribles naves industriales de planta rectangular. El espíritu del viejo empujó hacia delante los mandos y el avión descendió hasta casi tocar el suelo, disminuyendo la velocidad.

—¿Aterrizamos?
—No, por esta noche está bien así, quiero solo enseñarte una carpa. ¡Ahí está!

La carpa, decorada con banderas rojas, se encontraba a pocos pasos de la verja de la enésima nave industrial. Ésa, concretamente, parecía muy moderna: listones de metal blancos horizontales sobre todas las fachadas y cristales de espejo. Desde fuera parecía un laboratorio de análisis químico, aunque, en realidad, en él se procesaba carne de cerdo. Del edificio principal emergía a medias otro paralelepípedo, una suerte de torre baja de base triangular apoyada sobre la fachada. En lo alto de la torreta, un letrero: «CASTELFRIGO».

Delante de la carpa, en torno a un bidón con una pequeña hoguera en su interior, se agrupaban algunas caras de extranjeros, cansadas pero alegres: un europeo del este, un africano y dos chinos.

El caza pasó como una bala por encima de ellos y continuó su vuelo.

—Meses de huelga hasta alcanzar los objetivos, con huelgas de hambre incluidas, para cambiar el contrato de obreros que trabajan para falsas cooperativas y por el fin de las prácticas ilegales de las cooperativas logísticas que hacen de intermediarias de la mano de obra en la sección de carnes. Esquiroles organizados por el sindicato CISL, represión por parte de la policía y tramas de todo tipo organizadas por los burócratas sindicales. Ahora te pregunto: ¿Te parecen «esclavos desarraigados» dispuestos a que les exploten?

Diego vaciló. —Desarraigados, sí…

—Pero si están echando, por sí solos, nuevas raíces —replicó el fantasma, tras lo cual le dio una colleja—,  ¡…estúpido!


#BastaEsclavos #StopFalsasCooperativas #NoDerechosNoCalidad #StopCaporalato

5. Marx y el buenismo
Karl Marx vivió durante muchos años en Inglaterra, al igual que Friedrich Engels. En aquellos tiempos, en Inglaterra existían tanto un auténtico racismo contra los asiáticos y los africanos de las colonias británicas como una xenofobia genérica contra el resto de pueblos europeos. En especial, el lugar del que provenían más migrantes era Irlanda, que en aquella época todavía formaba parte del Reino Unido.

Marx y Engels escribieron mucho sobre el tema. Describieron las condiciones miserables en que vivían los trabajadores irlandeses y cómo las enormes diferencias que, tratándose en gran parte de antiguos jornaleros o labradores de zonas paupérrimas, tenían respecto a la clase obrera inglesa, ya aclimatada al capitalismo industrial. Y consideraron estas diferencias premonitorias de conflictos étnicos y sociales. Tampoco escatimaron en críticas a los dirigentes políticos del nacionalismo irlandés.

Diego nos dice que los fundadores del socialismo científico no eran buenistas en absoluto. Estaríamos obligados a darle la razón si encontráramos entre los escritos de Marx algo parecido a esto:

Cuadro de texto: Atención: ¡No es Marx!Marx immigrazione falsificazione. Il doppio osceno del Moro di Treviri: «¡Y ahora, lo más importante! En todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra existe actualmente una clase obrera dividida en dos campos hostiles, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El obrero medio inglés odia al obrero irlandés, considerándolo un competidor que disminuye su standard of life. Frente al irlandés, el proletario inglés se siente parte de una nación oprimida, sometida a una invasión. Los invasores extranjeros se transforman así en instrumento de los aristócratas y de los capitalistas ingleses, que consolidan de este modo su propio dominio. El obrero inglés defiende, con razón, sus propias tradiciones religiosas, sociales y nacionales contra aquéllas de los irlandeses. Se comporta más o menos como los indios americanos que intentaban defenderse de la invasión de los blancos para evitar acabar en las reservas.  ¿Cómo culparlo? Ese antagonismo es ocultado de forma artificial y controlado por la prensa mundialista, por los sermones “tolerantes” de los curas, por la sátira de izquierdas que difunde buenos sentimientos y piedad hacia los “pobres irlandeses”, en resumen, a través de todos los medios a disposición de las clases dominantes y de sus estúpidos siervos. El “buenismo” es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a despecho de su organización. Ése es el secreto de la conservación del poder por parte de la clase capitalista. Y esta lo sabe perfectamente.»

¿Dónde ha escrito Marx algo así? En ninguna jodida parte. Las primeras líneas son suyas, pero todo lo demás me lo he inventado yo. No es Marx: es el Marx imaginario de Diego. Leamos en cambio al auténtico Marx, en la carta a Sigfried Mayer y a August Vogt del 9 de abril de 1870:


«A King A’Shantee». Viñeta antiirlandesa de 1882. El título es un juego de palabras entre «rey de la chabola» [of shanty] y «rey Ashanti», una tribu africana. A la mofa de la pobreza se le añade, mediante la representación negroide y simiesca de los irlandeses, un claro mensaje racista. Aquí más ejemplos.

«¡Y ahora lo más importante! En todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra existe actualmente una clase obrera dividida en dos campos hostiles, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El obrero común inglés odia al obrero irlandés, considerándolo un competidor que disminuye su standard of life. El obrero inglés se siente como parte de la nación dominante respecto al irlandés y, precisamente por eso, se transforma en instrumento de sus aristócratas y capitalistas contra Irlanda, consolidando así el dominio de éstos sobre él mismo. El obrero inglés nutre prejuicios religiosos, sociales y nacionales hacia el irlandés. Se comporta más o menos como los poor whites con los negros en los Estados otrora esclavistas de la unión americana. El irlandés pays him back with interest in his own money. Éste ve en el obrero inglés el corresponsable y el instrumento idiota del dominio inglés en Irlanda. Ese antagonismo es alimentado de forma artificial y engrandecido desde la prensa, desde los púlpitos, desde las revistas satíricas; en resumen, a través de todos los medios a disposición de las clases dominantes. Ese antagonismo es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a despecho de su organización. Ése es el secreto de la conservación del poder por parte de la clase capitalista. Y ésta última lo sabe perfectamente.»

¿Qué acabamos de leer? Exactamente lo que parece. Marx veía la realidad y sabía perfectamente que entre obreros ingleses e irlandeses no había buenas relaciones. Cuando en el Manifiesto escribe que «los obreros no tienen patria», describe la condición que objetivamente tendría sentido para ellos y a la cual son empujados por el desarrollo de la economía mundial, pero naturalmente sabe que están todavía atravesados por prejuicios étnicos, religiosos, etc. No obstante, según Marx ese sentimiento típicamente popular de rivalidad con proletarios de otras nacionalidades resulta cómodo a los patrones y los patrones mismos lo fomentan continuamente.

Trust di cervelliMarx no sostiene en ninguno de sus escritos que los capitalistas favorezcan el buenismo y la tolerancia hacia los inmigrantes. Marx sostiene que lo que hace la clase dominante de forma más o menos taimada es, precisamente, difundir xenofobia y racismo.

Resulta interesante el hecho de que se nombren también las revistas satíricas entre los instrumentos peligrosos en mano de la clase dominante. Hoy diríamos que son instrumentos de la patronal: dibujantes antiinmigrantes como Marione o Krancic, cantantes de derechas como Povia (que, entre otras cosas, en una canción horrible afirma la bestialidad de que «Carlitos Marx» está de acuerdo con él), los que crean memes xenófobos en Facebook, etcétera, etcétera.

En esencia, Marx dice que los trabajadores que razonan como Diego son como los esquiroles: se dejan engatusar por la burguesía y dividen a su propia clase. Y añade que esto es válido también para los inmigrantes que odian a los autóctonos, aunque naturalmente dedica a ese problema una menor preocupación. Pero la carta nos dice mucho más. En general, las migraciones de fuerza de trabajo no son un complot de la burguesía: se producen espontáneamente y por iniciativa de los propios migrantes, a los cuales se les reconoce la capacidad de decidir su propio destino y evaluar qué les conviene más. El capitalismo crea automáticamente las condiciones de disparidad económica que alimentan los flujos migratorios, la burguesía se aprovecha de ello, a posteriori, en favor de sus propios intereses económicos y políticos. Cosa que hace, por otra parte, con todo lo demás.

No obstante, en este caso específico Marx está totalmente convencido de que existe una especie de conspiración capitalista. Al fin y al cabo, Irlanda es una colonia interna de Gran Bretaña, y ésta última determina su política agrícola, empujando a la despoblación del medio rural de la isla. De hecho, Marx habla de «emigraciones forzadas». No obstante, no propone que los comunistas reivindiquen medidas para bloquear la inmigración. Todo lo contrario, ve en esa mezcla étnica una oportunidad para la Primera Internacional fundada por él mismo.

La organización obrera desbarata los planes del capital y transforma en progresista lo que, dejado a su propia merced (es decir, a merced de la patronal), se convertiría en reaccionario. La fuerza de trabajo es una mercancía especial y entre sus particularidades se encuentra el hecho de que no es inerte. Los trabajadores son seres humanos con una conciencia que puede desarrollarse. Todo el marxismo está permeado por la convicción de que la lucha de clases, es decir, la imposibilidad de considerar a los trabajadores como simples factores productivos, modela el mundo.

Para acabar la carta, tras haber explicado la importancia de conquistar la simpatía de los obreros irlandeses defendiendo la liberación de Irlanda del yugo imperialista, Marx habla con admiración de la acción realizada por su hija Jenny, que dio a conocer al gran público los temas de la cuestión irlandesa. Concluye diciendo que, para la Internacional, resulta decisivo reforzar la colaboración entre obreros irlandeses y de otras nacionalidades, no solo en Gran Bretaña sino también en Norteamérica, donde las divisiones nacionales desde siempre han fragmentado el movimiento obrero de una forma especialmente dañina.

De acuerdo, nos parecía obvio, pero al parecer no lo es y conviene decirlo claramente: según los fundadores de la Primera Internacional era necesario unir a los trabajadores de varias nacionalidades, tanto entre la clase obrera de un país y otro, como dentro de cada país, entre autóctonos e inmigrantes. He aquí el motivo por el cual se llamaba Internacional de los Trabajadores. Resultaba necesario promover la fraternidad de clase. Seguramente los xenófobos de hoy día les llamarían buenistas.

Los «buenistas» de la Primera Internacional.

Esto es lo que proponía Marx en 1871, año de la Comuna de París: «Resulta necesario que nuestros objetivos sean inclusivos hacia toda forma de actividad de la clase trabajadora. Haberles otorgado un carácter particular habría sido equivalente a adaptarlos a las necesidades de una sola sección, de una única nación de trabajadores. ¿Pero cómo podríamos pedirles a todos unirse para llevar adelante los objetivos de unos pocos?». Esto responde también a otra canallada que se lee a menudo: que Marx sostenía que cada nación debía hacer su lucha de forma separada. Este malentendido nace de un pasaje del Manifiesto que, en cualquier caso, dice exactamente lo contrario: «La lucha del proletariado contra la burguesía es nacional inicialmente, pero por su forma, no por su contenido». Pero dejémoslo estar.

En la entrevista, Marx continúa: «Por poner un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento por la emancipación es la huelga. Antaño, cuando una huelga se producía en un país, era derrotada mediante la importación de trabajadores desde otro país. La Internacional prácticamente ha acabado con ese fenómeno. Ésta recibe informaciones sobre la huelga que pretende realizarse y difunde la información entre sus miembros, quienes entienden inmediatamente que para ellos la sede de la huelga ha de ser una zona prohibida. Así, se deja a los patrones solos, negociando con sus propios hombres […] De ese modo, hace unos días una huelga de productores de puros de Barcelona acabó con una victoria.»

Cuadro de texto: «¡Haz huelga, no seas un esquirol!»Como muchos de estos escritos, si Diego leyese éste, sin entender demasiado podría excitarse fácilmente: efectivamente Marx dice aquí que la Internacional detenía la importación de esquiroles extranjeros. Pero es el cómo lo que cuenta: la Internacional detenía el flujo de esquiroles organizando a los trabajadores extranjeros, implicándolos en la lucha común.  Para los internacionalistas habría sido inconcebible pedirle al Estado, es decir, a la policía, que detuviese a los esquiroles levantando barreras en la frontera. La policía, como mucho, escolta a los esquiroles al otro lado del piquete, desde que el mundo es mundo.

No obstante, la cuestión más profunda es otra. Resulta siempre necesario dirigirse a los trabajadores extranjeros, a los que la patronal querría utilizar como mercancía a mejor precio para disminuir los costes de otras mercancías, como a los seres humanos que son, convencidos, implicados. En cambio, en la retórica de Diego los inmigrantes son cosas, a lo sumo «esclavos» a los que compadecer. Se trata de la misma retórica que usan sus explotadores.

[Fin del primer capítulo. Haz click aquí para leer el segundo]

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